¿Qué tienen en común la anestesiología, la neurociencia y la estadística?: A Emery Brown. Este científico estadounidense de 62 años desarrolla su carrera profesional en esas tres áreas y las integra en su nueva visión de la anestesiología.
Muy delgado, vestido con traje gris y de maneras suaves y muy educadas, a Brown también le gustan los idiomas -reconoce- y habla un perfecto español.
“La anestesia no es estar dormido, es un estado de coma” reversible con cuatro características: Control del dolor, inconsciencia, inmovilidad y amnesia, repite Brown a lo largo de la charla, para acabar así con uno de los errores más habituales.
Profesor de anestesiología en la Universidad de Harvard, anestesiólogo en el Hospital General de Massachusetts y profesor de Ingeniería médica y neurociencia computacional en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) , Brown explica que la anestesia funciona creando un tipo de ondas cerebrales que impiden la comunicación entre sus distintas regiones.
Cuando se habla de anestesiología se trata del uso de fármacos, pero estos tienen efecto en el cerebro, entonces “¿por qué no usar la neurociencia para entender lo que está pasando?”. Esa fue la pregunta que llevó a Brown a este nuevo enfoque.
Para ello, hizo algo tan sencillo como meter en el quirófano una máquina de encefalogramas que le permite seguir la actividad cerebral del paciente durante todo el proceso. Uno de los primeros beneficios de este enfoque es “hacer la anestesia más personalizada”, pues se puede ver el efecto del fármaco “y puedes decidir en tiempo real cómo ajustar la dosis”.
“La mayor parte de las veces es bajándola -señala-, porque estamos dando demasiado a los pacientes, mucho más de lo que necesitan para estar anestesiados”. Intentar conseguir “el estado adecuado con la menor cantidad de anestesia posible debe ser uno de nuestros objetivos”.
Para el futuro, Brown persigue una anestesia con “mejor monitorización, mejor control de las dosis gracias a ese seguimiento, un mejor despertar y control del dolor posterior usando técnicas (analgésicas) localizadas donde sea posible, sin depender solo de los opioides”.
Anestesiar el cerebro será un proceso personalizado, “pero también lo será el despertar” y, de hecho, está estudiando el uso de fármacos para ese volver de la mejor forma posible de ese coma inducido.
La vuelta a la consciencia es también un proceso importante, pues a partir de los 50 años se puede tener problemas de disfunción cognitiva, que van del 25 al 40% –“dependiendo del estudio que quieras citar”–, y los cuales pueden durar desde horas hasta meses, aunque también influye el tipo de cirugía y el estado físico del paciente.
Brown considera que pueden existir conexiones entre la investigación en anestesiología –publicó su primer artículo hace nueve años– y el estudio de enfermedades neurológicas como el alzhéimer, pero quiere centrar la atención en la anestesia.
“No se habla mucho de hacer investigación en anestesiología, pero en el mundo hay 250 millones de operaciones cada año. Es algo que afecta a mucha gente y yo creo –indica– que mejorar las técnicas de anestesia es mucho más fácil que encontrar un tratamiento para el alzhéimer”.
Y es que “se habla de todas las cosas interesantes que tienen que ver con la neurociencia, pero nadie dice: ¡Oh, la anestesia, qué interesante esta gente!. Eso, no pasa casi nunca”.