El ser humano altera gravemente el comportamiento de los chimpancés salvajes

MADRID. Que la actividad humana está acabando con los hábitats de los chimpancés salvajes y mermando su población era algo sabido. Ahora, un nuevo estudio confirma, además, que el ser humano está alterando drásticamente el comportamiento de los mismos.

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La situación, descrita hace años y conocida como la “hipótesis de la perturbación”, establece que el impacto del ser humano sobre las comunidades de chimpancés no sólo conlleva pérdidas de hábitat y población, sino también cambios en el repertorio de conducta de estos animales.

Así, este trabajo, en el que participan investigadores del Instituto Jane Goodall España y que se publica en “Science”, constata el tremendo impacto de la actividad humana sobre las conductas y tradiciones culturales de nuestro pariente vivo más cercano.

La investigación está dirigida por Hjalmar Kühl y Ammie Kalan del Departamento de Primatología del Instituto Max Planck para la Antropología Evolutiva y el Centro Alemán para la Investigación Integrada de la Biodiversidad, y se ha realizado con 144 comunidades de chimpancés distribuidas en 46 áreas de quince países de África.

Los chimpancés tienen un alto repertorio de capacidades comunicativas (gestos, sonidos...), pero el estudio se ha centrado en los 'comportamientos culturales', como la elaboración y uso de herramientas, que ni son innatos ni están en su código genético, sino que los aprenden de un congénere -normalmente un juvenil o la madre-, y los transmiten socialmente.

“Uno de estos comportamientos, por ejemplo, puede ser la extracción de termitas de un termitero con un palo especialmente elegido y modificado”, explica a Efe la española Liliana Pacheco, coautora del estudio y directora del programa de investigación y conservación de chimpancés salvajes del Instituto Jane Goodall (IJG) en Senegal.

Hay comportamientos que pueden comenzar por innovación individual o de manera casual (una piedra golpea la cáscara de una nuez y la abre), luego, los chimpancés “lo observan, lo comprenden y lo adoptan. Después, con años de entrenamiento se convierten en una técnica perfeccionada que se asienta y se transmite de generación en generación en una comunidad”, afirma la primatóloga española.

Además, los comportamientos culturales -como las tradiciones locales humanas- pueden variar entre las distintas comunidades y, aunque los chimpancés dispongan de los mismos recursos para llegar a ese comportamiento, no lo adquieren necesariamente. “Por ejemplo, hemos visto que los chimpancés de Costa de Marfil utilizan piedras para abrir un tipo de nueces muy duras que también existen en otras zonas pero por las cuales otros grupos de chimpancés no muestran interés”.

El objetivo del estudio era determinar hasta qué punto toda esta diversidad cultural y de comportamiento de los chimpancés se ve afectada por la acción del ser humano. Para ello, mediante la recogida de datos y muestras, el uso de cámaras trampa y observaciones ambientales y demográficas, entre otras, se compararon una treintena de comportamientos en cada comunidad de chimpancés.

Los investigadores determinaron que la diversidad de comportamiento de los grupos de chimpancés que habitan en áreas con alto impacto humano se reducía hasta un 88%. Así vieron, por ejemplo, que los chimpancés dejaban de cascar nueces para evitar hacer ruido y no ser detectados por los humanos, un cambio de actitud que “a la larga dejará de transmitirse y se diluirá en el tiempo”, advierte la investigadora. Y lo mismo ocurre con las conductas de vocalización que utilizan para localizarse entre grupos. “Hemos visto que algunas poblaciones ya no las utilizan para nos ser descubiertos por los humanos y sortear así el riesgo de caza y el tráfico de crías”.

El estudio constata que junto a los efectos del cambio climático y la acción del ser humano, que está destruyendo y fragmentando los hábitats naturales de estos animales, su cercanía conlleva también cambios de comportamiento en los chimpancés.

En consecuencia, estos animales perderán espacios naturales y, con ello, su diversidad genética, pero también “perderán su patrimonio cultural”, advierte Pacheco.

Para evitarlo, el estudio pide que las políticas de conservación sean “mucho más integradoras” y que reconozcan y protejan la diversidad conductual única de los chimpancés.

Asimismo, propone la creación de áreas protegidas comunitarias, “reservas con proyectos de desarrollo sostenible asociados, en los que debería estar implicada y beneficiada la población local para ver que hay un valor añadido en la conservación del chimpancé, todo lo cual es parte del trabajo del IJG en Senegal”, concluye.

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