Los bueyes, los búfalos, los lobos, los jabalíes y las liebres compartían su entorno natural.
Hoy es posible imaginar cómo era entonces esta parte del mundo vecina a la Vía Aurelia de los antiguos romanos gracias al museo del yacimiento arqueológico de “La Polledrara di Cecanibbio”, donde recientemente se han descubierto los restos de un elefante que pasó por este lugar entonces y que murió al no conseguir salir de la ciénaga donde quedó atrapado.
Los huesos del ejemplar -una hembra de unos 40 años de “palaeoloxodon antiquus”- permanecen en la posición en la que desfalleció intentando escapar del fango viscoso y su descubrimiento es importante porque están unidos y forman parte de unas excavaciones que solo pueden compararse en el sur de Europa con los yacimientos españoles de Torralba y Ambrona, en Soria.
El “elefante antiguo” comía hierbas duras, medía entre cuatro y cuatro metros y medio (en el caso de los machos) y tenía unos colmillos más largos que el elefante africano, que es la especie de mayor envergadura de la actualidad.
Así lo explican la antigua directora de las excavaciones Anna Paola Anzidei y su sucesora, Anna De Santis, que se afanan junto con un equipo de expertos en interpretar los 20.000 huesos albergados en estos 850 metros cuadrados en medio de campos de labor y rebaños de vacas, con el fin de conseguir una imagen fidedigna del mundo de entonces.
Desde el inicio de las excavaciones en 1985, han descubierto siete cráneos con sus correspondientes colmillos de los alrededor de 60 ejemplares de “elefante antiguo” cuyos restos permanecen en esta zona y que junto con una especie de buey antiguo, conocida como “uro” y de la que también descendería el toro español, conforman la principal parte del osario.
Asimismo, hay restos de jabalíes, dos especies de ciervos (una de ellas más pequeña, sin cuernos), un cráneo y una pata de un lobo, restos de una liebre, de un zorro, de una especie de macaco y de algún que otro caballo, entre otros animales. Según Anzidei y De Santis, en esta zona hubo en aquella época un bosquecillo con un río que, con el paso del tiempo, se convirtió en una ciénaga.
Los restos óseos encontrados han sufrido la acción del agua, que en algunos casos los trasladó hasta este sitio y que en otros los ha erosionado, a la par que modificaba el terreno.
También pasó por este lugar uno de nuestros antecesores, el “homo Heidelbergensis”, del que se ha podido saber que se alimentó del ejemplar que murió en el fango gracias a las pruebas realizadas a los utensilios de piedra que se encontraron a su alrededor y de las fracturas que realizó en los huesos, al trocear los restos del animal.
Los antepasados del ser humano actual también utilizaban aquí los huesos de los elefantes para fabricar instrumentos, en cuya elaboración emplearon las rocas volcánicas de la zona, vecina al lago de Bracciano, de origen volcánico y que es un destino turístico popular entre los habitantes de Roma.
Aunque solo se ha encontrado un diente de ser humano, el equipo no descarta que aparezcan más restos porque las excavaciones continúan y hay una parte del trabajo muy minuciosa que consiste en filtrar la tierra con agua para sacar trozos minúsculos, como una pata de pájaro de apenas un centímetro.
Para el visitante el recorrido por el yacimiento es espectacular porque encuentra ante sí una gran cantidad de bellos colmillos de elefante de casi cuatro metros de longitud y grandes cuernos de buey y de búfalo que superan el metro y que, por su buen estado de conservación, le permiten imaginar las enormes dimensiones de estos animales.
El trabajo continúa en “La Polledrara di Cecanibbio”, un reducto de tranquilidad a dos pasos de la capital italiana y un lugar para conocer la fauna del sur de Europa de hace miles de años y dejarse impresionar por la majestuosidad de los “abuelos” de una de las especies más amenazadas en la actualidad: el elefante.