Los expertos eligieron ese desierto chileno porque ofrece un terreno “representativo de lo que se podría encontrar en Marte”, donde el SAFER (Sample Acquisition Field Experiment with a Rover) intentará aportar pruebas de que alguna vez existió vida en ese planeta, explicó hoy a Efe el argentino Jorge Vago, uno de los científicos del programa ExoMars de la ESA.
Durante cinco días a mediados de este mes, el SAFER estuvo explorando en los alrededores del observatorio espacial del Cerro Paranal, manejado por control remoto desde Inglaterra.
“Nos dimos cuenta de que la zona elegida tenía señales de lecho de río seco. Había pasado agua. No sabíamos cuándo, pero había restos de sales. En Marte, queremos buscar rocas de tipo sedimentario que se formaron con presencia de agua”, resume Vago.
Los científicos esperan encontrar en la superficie marciana afloramientos, es decir, rocas autóctonas que sobresalen de la superficie, del mismo modo en el que la punta de un iceberg se eleva por encima del nivel del mar.
Una vez localizadas ese tipo de rocas, protegidas del impacto de la radiación cósmica que actúa como un “bisturí molecular” sobre las rocas expuestas de la superficie, se extraerán muestras del subsuelo y se enviarán los datos a la Tierra.
Para ello, el vehículo cuenta con un Radar de Penetración en el Suelo, una herramienta capaz de extraer información 5 metros por debajo de la superficie con una precisión de 2 centímetros.
Además, el aparato estará equipado con un instrumento denominado PanCam, que engloba dos cámaras estéreo gran angular, equivalentes a un objetivo de 45 mm en fotografía convencional, y una cámara de alta resolución, similar a un teleobjetivo de 300 mm.
Dispondrá también de un “Close Up Imager”, una especie de “microscopio para estudiar la textura de las rocas en la superficie”.
Todos esos instrumentos aspiran a entender la mineralogía marciana y encontrar restos de vida extinta, no en forma de moléculas orgánicas, sino a través de “marcas que puedan asociarse a la presencia de microbios”, precisa Vago.
“El 'rover' de Atacama es un prototipo bastante más básico que el que vamos a mandar a Marte”, que “aún no se ha empezado a construir” y que será capaz de resistir un frío extremo porque “la temperatura en Marte en un día de verano con calorcito llega a 0°C pero por la noche cae a -180°C”.
Así que los científicos diseñarán un aparato que se apague por la noche para protegerse del frío, y que se encienda por la mañana, una vez el sol haya calentado la superficie del Planeta Rojo y esta sea practicable.
Pero la misión ExoMars, cuyo coste global es de unos 1.200 millones de euros (unos 1.650 millones de dólares) comenzará dos años antes, con el envío de un “orbitador” para estudiar la atmósfera marciana y un pequeño aparato para aprender a aterrizar en la superficie.
Dos años después, en mayo de 2018, se enviará el robot para estudiar la superficie durante seis meses, período que podría ampliarse si se obtienen buenos resultados, explica Vago.
“Si en algún momento encontramos alto interesante, habrá que traer muestras a la Tierra”, lo que requeriría un nueva, costosa y compleja misión que, según Vago, sería la antesala imprescindible para que un día el hombre ponga el pie en Marte.
“La decisión de ir a Marte con astronautas es política. Se va a necesitar mucho, mucho dinero y probablemente será una misión internacional. Mi impresión es que para justificar que se va a gastar toda esa cantidad de dinero habrá que encontrar algo interesante primero y traer muestras a la Tierra después, para que sean estudiadas por las mejores universidades y con los mejores instrumentos”, explica.
Para llegar a ese punto, a medio camino todavía entre la ciencia aeroespacial y la ciencia ficción, queda mucho por andar y lo único seguro por ahora es que el robot que debe iniciar esa aventura ha superado con éxito la prueba del desierto de Atacama, el más árido del mundo.