Fue el primer objeto de miles que datan del siglo XVII y pertenecieron a un asentamiento de esquimal Yupik. Cestas, fustes de arpón finamente tallados, platos labiales, muñecas de madera y agujas de tatuaje de marfil fueron emergiendo de debajo de la tierra a medida que se descongela el permafrost e incrementa la erosión por el cambio climático en esta región.
Más de una década después del primer descubrimiento, la colección llegó a unos 100.000 objetos prehistóricos yupik, la mayor de este tipo en el mundo, que se exhibe en un nuevo museo en Quinhagak, hogar de unos 700 indígenas. “Ésta es, de lejos, la excavación más importante en mis 40 años de carrera, y eso que he trabajado en algunos sitios bastante espectaculares”, dice Rick Knecht, arqueólogo de la Universidad de Aberdeen en Escocia.
Knecht ha liderado en esta década una carrera contrarreloj para preservar el mayor número de objetos posible ubicados en el sitio de excavación, a unos 5 km de Quinhagak, y bautizado Nunalleq, que significa Pueblo Viejo en lengua yupik. “Casi todo lo que sabemos de la prehistoria yupik viene de este sitio”, señala Knecht, un hombre afable de barba canosa, mientras inspecciona el área con un equipo de AFP. “El pueblo pudo haber perdido su pasado y un vínculo tangible con ese pasado, lo que habría sido una tragedia increíble”, agrega.
Mientras Knecht se maravilla ante esta gran cantidad de artefactos en Nunalleq y toda la información sobre la cultura yupik que viene con su descubrimiento, también se horroriza al pensar que sitios similares probablemente están desapareciendo a medida que se derrite el suelo congelado, que preservó estos tesoros por siglos, y la erosión no para. “A medida que el permafrost se derrite, puedes ver que el suelo se hace líquido. Es como una caja de helado”, dice Knecht, señalando el pegajoso lodo a lo largo de la costa de Quinhagak, que erosiona rápidamente, con grandes pedazos de tierra a punto de caer al mar.
“Salvamos éste, pero otras decenas de miles se están perdiendo ahora mismo debido al cambio climático”, lamenta. “En algunos lugares del Ártico, la costa ha retrocedido más de una milla (1/8)1,6 km(3/8) y desde que llegué a Quinhagak, ha retrocedido unos 10 a 20 metros en apenas 10 años”.
Knecht se involucró en el proyecto de excavación en 2009 luego de que Warren Jones, un líder de la aldea, lo contactó desesperado por salvar estas reliquias de sus antepasados. Basado en la datación por radiocarbono de los materiales orgánicos ubicados en Nunalleq, expertos creen que este sitio se remonta a los tiempos que los historiadores llaman ’Guerra de arco y flecha’, cuando los yupik estaban involucrados en feroces conflictos, mucho antes de que los rusos llegaran a Alaska a principios del siglo XIX.
“Esta es nuestra herencia y tenemos que preservarla”, señaló Jones. “No podemos permitir que se pierda en el mar” .
Pero no fue fácil convencer a los ancianos de las comunidades, que creen firmemente que estos lugares no deben ser perturbados. “Le tomó dos años a Warren Jones convencer a la aldea, uno por uno, que permitiera abrir un sitio arqueológico”, cuenta Knecht. “Lo pensaron largo y tendido y algunos de los ancianos que se mostraron reacios son ahora nuestros más firmes partidarios”.
Muchos residentes de la aldea se ofrecen como voluntarios para trabajar con Knecht y su equipo de arqueólogos y estudiantes mientras examinan la tierra para salvar lo que puedan. “Uno tiene la terrible sensación de que trabaja contra el tiempo y te das cuenta de todo el alcance de la tragedia cultural que crea el cambio climático” , dice Knecht. “Es deprimente, realmente deprimente. Es un espectáculo de terror”.
Pero dentro del horror, hay un aspecto positivo. El interés de los yupik por conocer sobre sus tradiciones y sus ancestros se ha renovado. Varios aldeanos trabajan en réplicas de los artefactos encontrados en Nunalleq, mientras que estudiantes de la escuela local organizaron una compañía de danza tradicional y otros han comenzado a aprender el idioma de sus antepasados. A eso se suma el inmenso orgullo que tienen los locales por su espectacular colección, envidia para cualquiera de los grandes museos del mundo. “Ha tenido un gran impacto en la comunidad” , señala Jones. “Y es importante que la colección se quede en Quinhagak”.
“Estos objetos pertenecen a la comunidad, pero estamos dispuestos a compartirlos y enviarlos a los museos en calidad de préstamo para que la gente aprenda sobre nosotros”, asegura.