Meses antes de la apertura al público, el próximo 25 de abril, de ese complejo dedicado al arte rupestre, los responsables del proyecto han embarcado en un viaje en el tiempo a un reducido grupo de periodistas a los que han desvelado su obra maestra: el “fresco de los leones”.
Se trata de un mural idéntico al que hace 36.000 años, y en solo unas pocas horas, crearon un grupo de hombres de Cromañón en una cueva que quedó sellada durante miles de años en un territorio dominado actualmente por colinas y salpicado de vides, álamos y robles.
En esa gruta, que se descubrió hace 20 años, aquellos hombres primitivos aplicaron con las manos y con piedras carbón vegetal y ocre para plasmar en la roca 80 animales que campaban por el sur de Francia durante el Paleolítico Superior, entre los que destacan 36 leones y 24 rinocerontes lanudos.
Entre esas escenas, a las que se atribuye un sentido ritual, se pueden apreciar una rareza: figuras superpuestas con sombreados que otorgan sensación de movimiento al mural. “Estamos muy cerca de medios contemporáneos como el cine o el cómic, donde existe la voluntad de contar una historia solo a través de las imágenes”, explicó el encargado de recrear los gestos de sus milenarios antepasados para la reproducción visitable, Gilles Tosello.
A base de resinas y carbón vegetal, Tosello ha copiado fielmente en su estudio de Toulouse (sur) el mayor tesoro de la gruta que el pasado junio ingresó en la patrimonio de la Unesco y para cuyo duplicado se han invertido 55 millones de euros (68,5 millones de dólares). Su trabajo ya ha sido instalado entre los más de 8.000 metros cuadrados de reproducción parietal repartidos en un complejo de 3.000 metros cuadrados de edificios que se camuflan entre la topografía y la vegetación situados a solo siete kilómetros de la cueva original, que permanecerá cerrada al público para evitar su deterioro.
Se debe, en gran medida, a que su descubrimiento en 1994 es mucho más reciente que sus célebres compañeras del arte franco-cantábrico, encontradas en 1879 (Altamira) y 1940 (Lascaux). “Altamira y Lascaux representan la historia de la investigación en arte rupestre”, explicó a la prensa la máxima responsable de la Unesco en esa materia, Nuria Sanz, que evitó definir el arte rupestre de la cueva de Chauvet como el más antiguo de la Humanidad.
Se creía que lo era, pero recientemente se ha publicado un estudio en la revista Nature que data las cavernas calcáreas del sitio indonesio Maros con de 39.900 años. En una conversación telefónica con Efe, el catedrático de prehistoria de la Universidad de León y especialista en las cuevas de Altamira, Federico Bernaldo de Quirós, subrayó que es “difícil establecer cuál es la más antigua”, ya que existen grutas que no se han datado y que pueden quedar otras por descubrir.
Esas dudas que fueron despejándose con el descubrimiento de la radiactividad, que permitió establecer la edad de la Tierra, y otras pinturas halladas en Australia y Sudáfrica.
Ya nadie duda de la autenticidad e importancia de Altamira, la “ Capilla Sixtina ” del arte cuaternario que desde 2001 cuenta con una réplica a pocos metros del original.
A ellas se suman otras reproducciones instaladas en el Deutsches Museum de Múnich, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y en la ciudad española del parque temático japonés de Ise-Shima.
La reproducción de la cueva de Chauvet se inspira en los duplicados de Altamira y en el de Lascaux, en la Dordoña francesa y aporta 30 meses de trabajos con nuevas tecnologías como un modelo 3D de la cueva o la superposición de 6.000 imágenes digitales para elaborar el croquis del complejo, que se espera visiten unas 350.000 personas al año.