“No hay pruebas contundentes que sustenten las dietas de reducción de grasas”, asegura la autora del estudio, Deirdre Tobias, de la Escuela de Medicina de la Universidad Harvard de Massachusetts. Según la nutricionista, “detrás de la habitual recomendación de reducir las grasas —que contienen el doble de calorías por gramo que los carbohidratos o las proteínas— está la creencia de que alcanza con reducir la ingesta de grasa para reducir naturalmente el peso”.
Un análisis promenorizado de 53 investigaciones sobre 68.000 casos de adultos, comparando dietas magras con las otras, incluyendo la ausencia de dieta, demuestran claramente lo contrario a la hora de obtener una reducción de peso a largo plazo, es decir superior a un año. Las dietas con reducción de grasas sólo resultaron más eficaces cuando se las comparó con una ausencia total de dieta. Según Tobias, “la ciencia no sustenta las dietas bajas en grasas como la mejor estrategia de pérdida de peso a largo plazo”.
“Para combatir eficazmente la epidemia de obesidad —agrega— necesitamos seguir investigando para alcanzar esa meta a más largo plazo y mantenerla, incluyendo ver más allá de la composición de los alimentos en función de los macronutrientes, es decir la proporción de calorías que provienen de las grasas, los carbohidratos o las proteínas”. Dicho de otra forma, lo que cuenta no es reducir la cantidad de calorías generadas por las grasas, sino reducirlas en lo absoluto, cualquiera sea su origen.
“El mensaje que retengo de este estudio es que lo que determina la pérdida de peso es la cantidad de energía que se ingiere, más que la cantidad relativa de grasas y carbohidratos en la dieta”, comentó Tom Sanders, nutricionista del King’s College de Londres. “Pero es la ingesta total de grasas y carbohidratos lo que determina la ingesta de energía”.
Conclusión para adelgazar: una caloría es una caloría. Hay que comer menos cantidad, porciones más pequeñas y evitar excesos de grasa y azúcar, especialmente en carnes, comidas fritas, pasteles y gaseosas dulces.