Se trata del “primer registro de adultos de esta especie en Australia y los primeros ejemplares vivos registrado por los investigadores en cualquier parte”, según un comunicado de la Organización para la Investigación Industrial y Científica de la Mancomunidad de Australia (CSIRO).
Los dos tiburones lanza (Glyphis Glyphis) capturados en el río Wenlock son una hembra de 2,2 metros de largo y un macho de 2,3 metros, lo que supera los 1,89 metros del mayor ejemplar registrado hasta la fecha en Australia.
El hallazgo ayudará al estudio de esta especie, descubierta en Australia en 1982 pero de la que hasta ahora solo se habían avistado ejemplares jóvenes.
El CSIRO comenzó a estudiar a los tiburones lanza en 2004, un trabajo que ha contribuido a entender la distribución de la población juvenil de estos animales que se congregan en algunos ríos de las zonas tropicales de Australia.
“Actualmente no tenemos idea dónde están los adultos, lo único que sabemos es que se encuentran en algún ambiente marino frente a las costas del norte de Australia”, dijo el investigador de la organización, Richard Pillans.
El experto señaló que “la falta de datos de los adultos supone un vacío importante en el entendimiento de estas especies” pero mostró su confianza en que las etiquetas de seguimiento vía satélite que se les ha colocado permitan saber más sobre sus hábitos y hábitats.
La captura entre octubre y diciembre de una cría con heridas umbilicales también permitió a la investigación determinar que “las hembras dan a luz en ese período y se calcula que la población de hembras adultas es menor de 500 ejemplares”.
El tiburón lanza, confundido a veces con el tiburón toro por su coloración y por merodear los sistemas fluviales, tiene dos aletas dorsales y uno de sus dientes inferiores sobresale como una lanza, lo que le dio su nombre.
Se cree que los tiburón lanza nacen en la desembocadura de ríos en el norte australiano y pasan los primeros tres o seis años de vida a entre unos 40 o 80 kilómetros río arriba, aunque en época de lluvias se acercan al mar para evitar el influjo de agua dulce y mantener la salinidad a la que están acostumbrados.