Blas Servín, un guía a las estrellas para comprender el cielo guaraní

En un país que cada vez contempla menos su cielo, el astrónomo paraguayo Blas Servín repasa las líneas ficticias que unen las estrellas para recrear los dibujos que imaginaban los indígenas guaraníes.

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Servín nunca estudió astronomía, una carrera que no existe en las universidades paraguayas, pero su interés por la ciencia dirigió su vista al cielo desde muy joven, y le dejó fascinado con los fenómenos del cosmos.

Junto a otros aficionados a la astronomía, autodidactas como él, fundó en la década de 1990 una asociación para la divulgación de estos conocimientos en Paraguay, a través de charlas, actividades con escuelas y jornadas de paciente observación de los astros.

Servín también es responsable del observatorio de San Cosme y Damián, ubicado en el sur del país, junto a las ruinas de una de las reducciones donde los jesuitas llegados en el siglo XVI reubicaron a los indígenas guaraníes, y que lleva el nombre de Buenaventura Suárez, el primer astrónomo paraguayo.

El trabajo de Suárez, que en 1740 fue capaz de predecir las fases lunares para todo un siglo, sirvió de inspiración a Servín, cuyo esfuerzo le ha valido el reconocimiento de la propia NASA estadounidense.

Rodeado de maquetas de planetas y cohetes, de mapas de constelaciones y fotografías del sol colgadas en un cuarto del Planetario que dirige en Asunción, Servín no sólo explica los fenómenos del universo desde el punto de vista de la ciencia, sino que desde hace décadas se ocupa de desentrañar los misterios que los guaraníes supieron ver en las estrellas.

“El cielo era el espacio donde los guaraníes proyectaban su mundo. Por ejemplo, a la Vía Láctea la llamaban el Mborevi Rape, el camino del tapir, que es un animal que sigue siempre un mismo recorrido hasta su guarida, y las hojas que deja en ese camino brillan a la luz de la luna”, explicó Servín.

En las estrellas Alfa y Beta Centauro, que siempre aparecían juntas, los guaraníes veían la expresión del amor de una pareja de recién casados, mientras que la constelación de la Cruz del Sur se identificaba con la pisada de un ñandú, ave similar a un avestruz.

Algunas señales del cielo, como los eclipses, causaban gran temor a los guaraníes, cuyo mayor miedo era perder la luz de la luna o del sol, y quedar en la oscuridad para siempre.

“Cuando había un eclipse, pensaban que un gran puma estaba devorando la luna. Entonces, se armaban de palos y tambores, y se ponían a gritar y hacer ruido para que el puma se asustara y escupiese la luna”, relató Servín.

Otro signo celeste que tampoco era visto con buenos ojos eran las lluvias de meteoros, que los guaraníes conocían como “excrementos de las estrellas”, y que creían que eran el anuncio de una enfermedad, la muerte de un cacique, o una guerra.

Pese a estas interpretaciones, Servín dice que la observación de los astros tenía para los guaraníes fines más prácticos que místicos, y los nativos se guiaban de ellos para la agricultura y la producción de alimentos. Así, aprendieron a reconocer las fases de Yasy, la luna, y aunque carecían de calendario, sabían que después de haber visto viajar por el cielo doce lunas llenas, comenzaba de nuevo el ciclo de las cosechas, y había que volver a preparar la tierra para la siembra.

Servín explicó que los guaraníes detectaban este momento gracias a que aparecían en el cielo un conjunto de astros que los occidentales conocen como Pléyades, y que los guaraníes denominaban Eichú, porque los identificaban con un panal de abejas.

Era la señal para que iniciaran los festejos del Areté Guasú, el inicio del año agrícola, una ceremonia similar a la que los pueblos andinos celebran en estos días con el nombre de Inti Raymi, y que coincide con el solsticio de invierno en el hemisferio sur, en la tercera semana de junio.

La observación de las fases lunares continúa hoy vigente en las comunidades rurales de Paraguay, ya que para los campesinos saber en qué fase se encuentra la luna es muy importante para determinar el momento en que deben sembrar o cosechar, contó Servín.

“El conocimiento sobre el cielo que tenían los guaraníes es una parte de nuestra historia y de nuestra identidad que no debemos perder, a pesar de que el paraguayo de la ciudad cada vez mire menos hacia su cielo”, expresó.

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