El artífice de esa colosal empresa fue Antonio Páez Restrepo, que logró convencer a la Alcaldía de Bogotá que en vez de demoler el edificio Cudecom, que estaba justo en el lugar por el que debería pasar una gran avenida en el centro de Bogotá, era mejor y posible moverlo 29 metros al sur de donde estaba.
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La noticia de que se iba a mover “todo un edificio” se regó rápidamente por calles y carreras de la fría y lluviosa Bogotá de 1974 y fue seguida en el país por la televisión en blanco y negro y la radio.
“Hoy en día sería un hito y para esa época más”, asegura a EFE Daniel Ruiz, profesor de Ingeniería de la Pontificia Universidad Javeriana.
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Y es que lo que hizo Páez respaldado por otros brillantes ingenieros de la época fue “retar los principios de la mecánica estructural, los principios de la estabilidad estructural en pro de poder garantizar que nuestro patrimonio, como el caso de ese edificio” no terminara siendo demolido, apostilla.
Sin margen de error
Para materializar la utopía fue necesario sincronizar el trabajo de 400 personas, entre ingenieros, técnicos, maestros de obra y ayudantes. Para moverlo se utilizó una estructura móvil de mil toneladas compuesta por rodillos de acero de cinco centímetros de diámetro y siete gatos hidráulicos.
“Hasta hoy en día suena a locura hacer eso”, remarca Ruiz, que recuerda que no es simple decir “voy a coger un edificio y mañana va ha estar 29 metros al sur de donde originalmente estaba. Los edificios no están hechos para moverlos de un lado a otro”, enfatiza.
Hoy en día ese traslado se puede realizar en Colombia pero con acelerómetros, sensores que miden tridimensionalmente en movimiento, todo un arsenal de ayudas tecnológicas a diferencia de esa época que “que ni un portátil había”, destaca Ruiz, que se acaba de ganar el premio nacional de ingeniería sísmica por estudios que permiten que las construcciones patrimonio no colapsen cuando hay temblores.
Lo que se hizo el domingo 6 de octubre de 1974 “fue un hito que dejó en alto la ingeniería civil colombiana porque demostró que podía abordar proyectos retadores exitosamente”, explica.
No era común en Latinoamérica
En esa época mover edificaciones, especialmente monumentos, era común en países como Estados Unidos y en Europa en los que la ingeniería ha estado más desarrollada, pero no en Latinoamérica.
Ruiz considera que actualmente la ingeniería colombiana no se embarca en esos proyectos porque el país tiene otras necesidades y tiene calidad y experticia para hacer grandes obras como vías, túneles, el Metro de Bogotá y el desarrollo de infraestructuras férreas.
“Hay puentes, carreteras y otras obras muy bien construidas, pero lamentablemente lo que se registra y aparece en los medios es cuando alguna obra colapsa”, se duele.
Números de vértigo
Lidiar con cifras enormes fue lo que hizo el equipo que movió el edificio: Pesaba 5.000 toneladas, equivalentes a 100 camiones cargados.
“Imaginemos mover al tiempo esas 100 tractomulas, pero además no ‘contentos con eso’ luego le pusieron dos pisos más lo que aumentó la altura del edificio luego de su traslado”, remarca el ingeniero Ruiz, que además recuerda que la mole se movió a una velocidad de 20 centímetros por minuto.
Durante 30 años, Cudecom, diseñado por el arquitecto Medardo Serna Vallejo, estuvo en el Récords Guinness como la estructura más pesada en haber sido trasladada de lugar. Sin embargo, en 2004 se llevó el título el edificio Fu Gang en China.
“Recuerdo que al terminar el traslado, después de 10 horas, la muchedumbre que se había acumulado a ver el acontecimiento desde la mañana (más de dos mil personas) gritó al unísono: “¡Viva Colombia!”.
Un día como hoy
Era el domingo 6 de octubre de 1974, a las 6:06:50 de la tarde. Fue un triunfo de la ingeniería colombiana”, escribió Páez en vida al recordar la conclusión de lo que fue su obra maestra.
Hoy en día el edificio Cudecom alberga una entidad de los ferrocarriles nacionales y sigue en pie con señales visibles de abandono en medio del infernal tráfico de carros de la calle 19 con Avenidas Caracas, en el centro de Bogotá.
Sin duda, sus mejores días ya pasaron pero espera un mejor destino como lo pide Jesús Sierra, un taxista de 71 años que cada vez que pasa por el sector no olvida que para ver de cerca el suceso no asistió al colegio, al igual que otros compañeros de clase.