Con este término, buena parte de la comunidad científica se refiere al periodo geológico actual caracterizado por la alteración humana de los ecosistemas, si bien existe una comisión que todavía debate la aceptación de esta época como la sucesora del Holoceno.
La presente investigación, que recoge este viernes la revista Science of the Total Environment, ha sido realizado por el científico Diego Kersting, del español Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (IATS-CSIC) en colaboración con otros colegas del University College de Londres (UCL) y de la Universidad de Leicester.
Los corales, nuevos marcadores
Los investigadores han hallado por primera vez contaminantes procedentes de la quema de combustibles fósiles, denominadas cenizas volantes o partículas carbonosas esferoidales, incrustados en los corales de la bahía de Illa Grossa, frente a las islas Columbretes.
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Los corales, pequeños invertebrados que suelen habitar en colonias, ingieren estos contaminantes de las aguas circundantes, incorporándolos a su cuerpo a medida que crecen sus esqueletos de carbonato cálcico, explicó Kersting en una entrevista con EFE.
El investigador del IATS-CSIC añadió que, hasta ahora, los corales se han utilizado para medir las condiciones climáticas del pasado, como la temperatura y la composición química del agua, siendo esta la primera vez que se analizan para estudiar la evolución de las partículas contaminantes incrustadas en sus esqueletos.
Hasta el momento, la evolución de estas partículas carbonosas esferoidales se había visto a través del estudio de sedimentos marinos y de lagos, o en núcleos de hielo.
“Nos faltaba el registro de estos contaminantes en los corales y lo hemos logrado. Hemos visto cómo su presencia se extiende a lo largo de décadas, lo que muestra de una imagen clara de la extensa la influencia humana en el medio ambiente”, apuntó el científico.
Laboratorio vivo del cambio climático
Para llevar a cabo el estudio, los investigadores del Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (IATS-CSIC) recogieron muestras de coral ‘Cladocora caespitosa’ en varios puntos de un arrecife de la costa de Castellón.
Esta especie de coral es la única en el mediterráneo con capacidad para formar grandes arrecifes, y se sabe que crece a una media de unos 0,3 centímetros al año.
Se encuentra en una zona situada a casi 60 kilómetros de la costa dentro de una reserva marina protegida, lo que minimiza la probabilidad de contaminación local, que está considerada una ubicación centinela para medir los efectos del cambio global.
“Llevamos veinte años estudiando los corales de la zona, y, entre otros, contamos con información muy precisa de cómo han ido evolucionando los impactos del cambio climático en estos arrecifes”, afirmó el investigador.
Las muestras recogidas fueron analizadas en los laboratorios del UCL, donde diseminaron las “firmas químicas” que los contaminantes procedentes de plantas industriales y centrales de combustión fósil habían dejado en los corales.
Cronología de la contaminación en España
El equipo descubrió que los corales presentaban un aumento significativo de contaminación por CPS entre 1969 y 1992, aproximadamente, una etapa en la que España se estaba industrializando rápidamente y la quema de combustibles fósiles creció de forma espectacular.
Estos resultados coinciden con otras mediciones de la contaminación por partículas carbonosas esferoidales tomadas en lagos de montaña en otros puntos España, como Gredos, Sierra Nevada o los Pirineos, “lo que apoya la idea de que los corales pueden servir de archivos naturales para medir los niveles cambiantes de contaminación a lo largo de los años”, subrayó Kersting.
“A partir de los 90 vemos como bajan las concentraciones de esos contaminantes en las muestras de coral porque la industria empieza a incorporar filtros de partículas, y, además, coincide con cierta bajada de la actividad industrial”, añadió.
Buena parte de la comunidad científica viene defendiendo la presencia de partículas carbonosas esferoidales como marcador del comienzo del Antropoceno.
Su descubrimiento en esqueletos de coral “apoya este argumento y contribuye a una definición más robusta para que la existencia de este nuevo periodo geológico se pueda aceptar”, concluyó el investigador.