La banquisa de la Antártida tenía a finales de junio un déficit de 2,5 millones de km2, una superficie apenas menor que la de Argentina (2,78 millones de km2), comparado con el promedio entre 1991 y 2020, según el observatorio europeo Copernicus.
El 16 de febrero, el hielo del mar antártico -que se forma por congelación del agua salada del océano- alcanzó su extensión más baja desde el inicio de las medidas satelitales, hace 45 años, con una superficie total de 2,06 millones de km2.
Desde entonces, se recupera a un ritmo inusualmente lento, a pesar de la llegada del invierno en el hemisferio sur.
La superficie de hielo marino en junio fue de 11,5 millones de km2 (17% menos que la media).
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Una extensión “extraordinariamente baja”, según Ed Blockley, que dirige el grupo Clima Polar del Met Office, el servicio meteorológico británico.
“Un acontecimiento inédito y preocupante”, confirma Jean Baptiste Sallée, oceanógrafo y climatólogo del Centro Nacional francés de Investigación Científica (CNRS). “Es algo nunca visto. La pregunta es: ¿entramos en un nuevo régimen? Es demasiado pronto para responder”, subraya.
Hasta hace poco, la capa de hielo de la Antártida parecía escapar a los efectos del calentamiento global. Durante 35 años, se mantuvo estable o incluso aumentó ligeramente, alcanzando en septiembre de 2014 una extensión récord de más de 20 millones de km2 por primera vez desde 1979.
“En 2015 todo cambió. En dos o tres años se perdió lo que se había ganado en 35 (años)”, explica François Massonnet, climatólogo de la universidad católica de Lovaina, en Bélgica.
“Desde 2016, hemos batido récords casi todos los años y estos récords no son independientes entre sí”, añade.
Una hipótesis sería, según él, que se trate de un fenómeno autosostenido. El océano se calienta más fuertemente durante el verano, por falta de hielo. Luego, “cuando vuelve el invierno, primero hay que liberar todo el calor sobrante antes de poder formar hielo marino”, explica.
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Este hielo -más fino- se derrite más rápido cuando regresa el verano.
Zona de refugio
El retroceso del hielo marino “es coherente con un cambio climático que comienza a impactar la capa de hielo antártico”, señala Sallée. Pero los investigadores se resisten a establecer un vínculo formal con el calentamiento global, dada la dificultad que tuvieron en el pasado trabajando sobre modelos climáticos para predecir los cambios en la capa de hielo antártica.
La reducción del hielo marino podría agravar el calentamiento global. El océano, más oscuro, refleja menos los rayos del sol que el hielo blanco, por lo que almacena más calor.
Al derretirse, la capa de hielo también perderá su papel de amortiguador entre las olas y el casquete polar en el continente antártico, lo que podría acelerar el flujo de los glaciares de agua dulce hacia el océano.
Por último, la retirada del hielo marino amenaza el rico ecosistema que alberga.
“El hielo forma terrazas, túneles y laberintos que sirven de refugios donde los animales pueden ocultarse de los depredadores”, explica Sara Labrousse, investigadora en ecología polar del CNRS.
El casquete alberga krill, crustáceo parecido a un camarón que se alimenta de algas de hielo, antes de ser ingerido por ballenas, focas o pingüinos.
“El hielo marino es también una zona de descanso, de muda y de reproducción para muchos mamíferos y aves marinas”, añade Labrousse. Cuando el hielo se rompe demasiado temprano en la temporada, las focas jóvenes -que tienen poca grasa y un pelaje no lo suficientemente impermeable- pueden morir de hipotermia al caer al agua, según la investigadora.
El retroceso del hielo marino “puede poner en peligro diferentes poblaciones”, advierte.