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La tradición de admirar las nuevas flores de los cerezos, llamada “hanami” en japonés y que se celebra en marzo en ese país, tiene una réplica en la capital mexicana desde que el paisajista nipón Tatsugoro Matsumoto sembró hace un siglo árboles de jacarandá en sus principales calles, explica a la AFP el historiador Sergio Hernández Galindo.
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“El hanami es la fiesta de los cerezos en Japón y nosotros tenemos nuestro hanami que son las jacarandas”, afirma Hernández con la acentuación propia de los mexicanos para referirse a esta especie.
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“La gente sale y se maravilla con estos colores y con la caída de las flores”, añade Hernández, profesor del Instituto Nacional de Antropología e Historia, especializado en estudios japoneses.
Matsumoto, un maestro jardinero que se radicó en Ciudad de México en 1896, introdujo jacarandás traídos de Brasil en la década de 1920 como una alternativa a los cerezos, que no florecían a plenitud debido al clima cálido de la capital mexicana.
Jacarandás en un tapiz lila
El paisajista, cuyo trabajo se ganó la admiración del presidente y dictador Porfirio Díaz (1884-1911) y de la élite de su época, también fue responsable de adornar los jardines del suntuoso castillo de Chapultepec -antigua residencia presidencial- y de muchas mansiones del actual barrio Roma, asegura Hernández.
“Esto es un legado de Matsumoto y de la cultura japonesa en general a México, el considerar esa fiesta cuando entra la primavera y se pinta de color violeta tan intenso nuestra ciudad”, añade el experto.
La facilidad para reproducirse de los jacarandás ha propiciado que hayan “invadido” las calles de la capital mexicana, dice Hernández, generando un manto lila cuya inmensidad se aprecia mejor desde la altura.
Para la venezolana Andreína Rondón, el florecimiento es motivo de alegría, pues el “morado” es su color favorito, además de identificar al movimiento feminista que se lanza a las calles cada 8 de marzo.
“¡Queda como todo perfecto!”, expresa esta psicóloga, que se deleita viendo cómo los pétalos tapizan calles y plazas públicas.
Pero ser una especie foránea e invasora también conlleva perjuicios, como la alteración de la compleja red de interconexiones entre animales, insectos, hongos y demás especies nativas, hasta el desplazamiento de otros árboles, advierten científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).