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Félix de Azara comentó sobre el nombre de esta ave cuanto sigue:
“Llámase Zaria por su canto, y algunos españoles dicen que es una especie de Faisán, y se engañan”; y, en sus Apuntamientos, señaló:
“Es otro pájaro singular, a quien los portugueses llaman cariáma, y los guaraníes sariá: unos y otros aludiendo a su canto, que es agrio, algo parecido al de un pavo no adulto, y tan fuerte, que se oye de una milla. Aseguran que su carne es delicada, y con este motivo algunos españoles le llaman faisán”.
Bertoni lo catalogó como Saría.
El individuo que Azara describió lo tenía doña Clara Robledo libre en su casa, y al parecer fue el único que tuvo a la mano pues, aunque indicó que era ave común en el Paraguay, en sus Apuntamientos, a más de mencionar que escaseaba en el Paraguay, puntualizó:
“No he logrado un individuo completo, y por consiguiente no lo podrá ser esta descripción”, esto en atención a que a aquél le faltaban plumas en las alas, o incluso en la cola, sin considerar que su inquietud le embarazó tomar sus medidas.
Nomenclatura
Sonnini identificó al Sariá de Azara en el Cariama de Buffon y, en cuanto a los errores que nuestro naturalista encontró en la descripción de dicho Cariama, argumentó que Buffon la conoció solo por las referencias que sobre ella dieron Marcgrave y Pison, quienes la habían observado en su estado natural.
Tal Cariama, o Sariá de Azara, fue clasificada en 1776 por Linneo con la denominación de Palamedea cristata (actualmente Cariama cristata) en su Systema Naturae (12, 1, p. 232).
El epíteto que identifica a esta especie corresponde a la palabra latina cristata/que tiene penacho, por la cresta erecta de su frente.
Costumbres y nido
En cuanto a las costumbres y nido del Saría pytã Azara mencionó:
“Va en bandadas de familia, no vuelan si no la precisan, corre en los campos, y no sé cuántos cría, ni dónde”; y, en sus Apuntamientos, agregó:
“no habita las albercas, ríos, ni lugares bajos, sino las orillas de los bosques claros que están en sitios elevados y secos; y por lo que he observado, prefiere a todo los pedregales de los sitios alomados. No sé que coma sino lagartijas y otros insectos; y estoy persuadido de que nunca bebe, ni come granos. Vive a pares y en cortas familias: corre más que un caballo a media rienda: huye de muy lejos; y me aseguran que no vuela sino en el último extremo, limitándose a subir a algún árbol si le hay. Carece de diferencia sexual, y tiene bastante carne a proporción del volumen. El cuello es grueso, y largo lo que basta para tomar la comida del suelo: le trae recto y vertical, con la cabeza siempre levantada, mirando con despejo y majestad. Su andar común es grave y medido: cuando oye o ve motivo de susto, se para a observar cuidadosamente la intención, y en consecuencia toma el partido de correr o de no moverse. No perjudica a otros pájaros, ni tiene otra defensa que la carrera. Alguna vez suelen criar los pollos en las casas con pedacitos de carne, porque no hacen caso del maíz, y andan todo el pueblo, y aún salen al campo volviendo a la casa. Vi una hembra doméstica, a quien un gallo común hacía fiestas; pero nunca se determinó a cubrirla, aunque la sariá le incitaba agachándose. Viendo esto, se le buscó un macho de su especie que la cubrió, y ella puso dos huevos en el suelo, sin hacer nido, dentro de un zarzo que defendía a un naranjo. Dichos huevos se han puesto a una gallina, y no sé las resultas”.