La embarcación científica hará este año su vigesimoséptima expedición a la Antártica, con cinco proyectos científicos, tal y como explicó a EFE el alférez de navío del Hespérides -equivalente a teniente-, Pelayo Giménez desde la ciudad de Punta Arenas (sur), donde el buque amarró este jueves en su última parada antes de zarpar a la Antártica.
El Hespérides se construyó en 1988, detalla Giménez, por las necesidades que sentía el gremio científico y la Armada de tener una plataforma marina científica propia que fuese más allá del puro apoyo logístico a las bases españolas en la Antártica; tres años después comenzó a hacer campañas oceanográficas, sobre todo al continente helado.
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La Armada, que copa buena parte de la tripulación del Hespérides, cumple la función de preparar la infraestructura para el trabajo de los científicos de abordo y de las bases de tierra.
El buque tiene capacidad de albergar hasta un máximo de 55 militares y 37 científicos y, a pesar de que la logística de las bases terrestres de la Antártica es una de las funciones más importantes de la embarcación, dispone abordo de 11 laboratorios.
Como una casa
Para Giménez Pelayo, el Hespérides y la Antártica se convirtieron en una segunda casa: “Los que han viajado muchas veces a la Antártica dicen que el continente helado engancha”; en su caso, este año es la segunda vez que baja a la Antártica, y lo hace, según describe, con mayor ilusión que la primera vez, donde tenía más “intriga” por lo desconocido.
El Hespérides está preparado para pasar semanas sin tocar tierra y, por eso, no solo tiene espacios para el trabajo; dispone de gimnasio y salas donde los tripulantes se reúnen para pasar el rato.
“Tienes que llevarte bien con el resto de la tripulación, y para eso hay que pasar tiempo juntos”, dice el alférez de navío, que también practica una hora de deporte al día, minutos “sagrados” para él que le ayudan a desconectar de su rutina de trabajo.
La embarcación, entre otras comodidades, tiene televisión: “Vimos los partidos de España en el mundial, cuando tocaban”, añade Pelayo Giménez, resignado por la eliminación del conjunto español en octavos de final; en el umbral de la ventada de una de las salas superiores del barco, tienen colocada una recreación de la copa dorada del Mundial.
Algunas veces, los miembros de la Armada acompañan a los científicos a tierra en sus trabajos en la Antártica, un momento que, para Giménez, es mágico: “Te encuentras paisajes totalmente blancos, aislados, son completamente vírgenes; entras en contacto con lo dura que es la naturaleza virgen, porque allá no hay ninguna infraestructura”, describe.
Guardianes de la ciencia
El nombre del buque viene de unas ninfas de la cultura griega, llamadas “las Hespérides”, que custodiaban un árbol que daba “frutos de la sabiduría” en un jardín que los escritos sitúan en la zona sur de la Península Ibérica.
Ese árbol es también parte del logotipo del órgano científico español Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien participa en el Consejo Polar Ártico, el coordinador de las expediciones a la Antártica.
El buque es la casa de decenas de científicos que cada año van a la Antártica, un territorio inhóspito donde la naturaleza virgen hace imposible la vida humana; en la inmensa blancura del continente helado, el Hespérides resguarda y posibilita los proyectos científicos, como las ninfas que custodiaban los frutos de la sabiduría.