La inactividad física causa cinco millones de muertes anuales en el mundo

La inactividad física está asociada con cinco millones de muertes al año y los esfuerzos mundiales para evitar el sedentarismo se han estancando, a lo que se une la pandemia, pues los confinamientos “probablemente se asocian con una menor actividad física en general”.

Un hombre con estómago prominente mira televisión.
Un hombre con estómago prominente mira televisión.Shutterstock

Los autores de una serie de estudios que publica The Lancet piden “una acción inmediata y urgente” para priorizar la investigación y medidas de salud pública que mejoren la actividad física, en coincidencia con la inauguración, el viernes, de los Juegos Olímpicos de Tokio.

Los adolescentes y las personas con discapacidad son los colectivos con menos probabilidades de contar con el apoyo necesario para cumplir las directrices de actividad física de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La falta de actividad física está relacionada con un mayor riesgo de enfermedades no transmisibles, como las cardiopatías, la diabetes y algunos cánceres, y supone un coste de, al menos, 54.000 millones de dólares al año en gastos sanitarios directos (unos 45.700 millones de euros al cambio actual), de los que 31.000 millones de dólares (más de 26.200 millones de euros) los paga el sector público, indica la publicación.

El sedentarismo también tiene efectos sobre la covid-19, pues las personas inactivas y las que sufren enfermedades no transmisibles "tienen muchas más posibilidades de ser hospitalizadas o morir" si se infectan.

Una de las investigaciones se centra en los adolescentes, colectivo en el que hay que mejorar la actividad física y la investigación sobre este aspecto es limitada.

El 80 % de los adolescentes escolarizados no cumple las directrices recomendadas por la OMS de 60 minutos de actividad física al día y "apenas se ha avanzado desde 2012".

El 40 % no va nunca andando a la escuela y el 25 % está sentado más de tres horas al día, fuera del tiempo dedicado al colegio y los deberes.

El equipo liderado por la Universidad de Cambridge (Reino Unido) analizó el tiempo que pasan delante de una pantalla en 38 países europeos.

El 60 % de los chicos y el 56 % de las chicas están dos horas diarias viendo la televisión. Esa misma cantidad de tiempo la dedican a los videojuegos un 51 % y 33 % respectivamente; sin embargo, "se sabe poco" sobre cómo afecta a su salud cardiovascular y mental.

La autora principal del trabajo, Esther van Sluijs, destacó que es fundamental explorar las consecuencias a corto y largo plazo del sedentarismo en adolescentes e identificar formas eficaces de promover el aumento de la actividad física, especialmente a la luz de la pandemia.

La escolarización virtual y el distanciamiento social han "reducido drásticamente la actividad física y han aumentado el uso de las pantallas, y las consecuencias de estos cambios podrían durar toda la vida", indicó.

El estudio centrado en las personas con discapacidad incide en que hay que hacer más para potenciar sus derechos a participar en la actividad física, que puede aportar beneficios a su salud física, mental, sensorial o intelectual.

Sin embargo, este colectivo tiene entre un 16 y un 62 % menos de probabilidades de cumplir las directrices sobre actividad física y corren un mayor riesgo de sufrir graves problemas de salud relacionados con el sedentarismo.

Los investigadores, dirigidos por la Universidad de Columbia Británica (Canadá) vieron que cualquier actividad, aunque sea menos de los 150 minutos semanales recomendados por la OMS, tiene beneficio para la salud cardiovascular, la fuerza muscular, las habilidades funcionales y la salud mental de estas personas.

Los juegos olímpicos es el tema del tercer estudio y los autores señalan que estos han tenido "un impacto mínimo en la actividad física en las ciudades anfitrionas".

Los eventos deportivos de masas "son una oportunidad perdida para cambiar la salud y la actividad física a nivel de la población" en el mundo, dijo el autor principal del estudio Adrian Bauman, de la Universidad de Sydney.

El reto es traducir el entusiasmo que despiertan en programas “sostenidos de salud pública que sean realizables y agradables para el público”.

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