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Está entre ellos una señora, que me dice que llegó a las 06.30 porque le prometió a su hijo que lo llevaría a verle a Cerro si se portaba bien y hacía la tarea… Y estas promesas, ya sabemos, hay que cumplirlas.
Hay gente de todas las edades y estratos sociales. Algunos precavidos traen sus paraguas, otros prefieren aguantar la lluvia tomando tereré. Varios llegan desde el Interior del país, buscando un lugar para la gran cita. En la fila, el ambiente es optimista; “vamos a ganar” grita un joven, que faltó al colegio -cosa que no se hace- para estar ahí. “Yo vengo a comprar mi entrada dos días antes del partido como cábala” me dice un señor, de unos 50 años, que a pesar de su edad y de los años de estar detrás de Cerro, sigue creyendo en cábalas.
¿Qué es lo que nos inyecta el fútbol?
Sabemos que el resultado no depende de estar o no en las gradas. Sabemos que son 22 jugadores los que escriben la historia de un partido, que es finalmente un deporte, en la que todos, absolutamente todos ganan, menos el hincha.
Porque los 22 jugadores en cancha están por un sueldo -en la mayoría de los casos, millonarios- así como los árbitros, los directores técnicos, sus asistentes. Aquellos que trabajan en la organización del partido también ganan, y los periodistas que cubren el evento. Todos tienen un salario, todos menos el hincha.
Hoy, al llegar al trabajo, me altea un compañero “!Vamos a ganar este jueves!”. Con ese sentido de pertenencia que también es inexplicable, pero que de mi parte, por supuesto tuvo una respuesta positiva. Es probable que la última vez que mi compañero chutó una pelota haya sido hace tres años, a juzgar por esa panza que tiene, característica un tanto cruel -resultado del sedentarismo al que nos sometemos- de quienes abrazamos este noble oficio de trabajar en un periódico. Pero para él, nosotros jugamos dentro de dos días… y por supuesto, también yo lo siento así.
Porque cada vez que habla un hincha, se refiere al equipo como “nosotros”. ¿Pero nosotros qué somos? Somos apenas hinchas, que la pasamos bien o mal de acuerdo a un resultado que depende de otros. ¿Qué somos nosotros? Tipos capaces de esperar horas y horas por 90 minutos, 90 minutos en los que vibramos viendo a nuestro equipo, a esos colores que cada semana, desde las gradas, volvemos a elegir.
Por eso esta mañana, cuando vi a esta gente ahí frente al club, me preguntaba si valía la pena. Me preguntaba si los jugadores son conscientes de lo que generan. Me preguntaba si hay que parar la mano con todo esto y empezar a ser más analítico y menos pasional.
Creo que este “ataque” de lógica con el que escribo, dos días antes de enfrentar a Boca, busca en mí, simplemente despertar mi lado racional y lógico, para no estar tan nervioso. Porque ahora que lo pienso, sé que lo debo tomar como lo que es: un partido de fútbol, en el que cual, lo que yo haga no suma ni resta para cambiar el marcador.
Creo que simplemente estoy tratando de encontrar una razón para justificar al hincha. Al hincha de Cerro, en este caso, que una vez más, alimenta una gran ilusión. Creo que simplemente estoy tratando de justificarme ese absurdo sentimiento que uno siente cuando ya está entregado a una pasión así.
Sé que no es lógico; sé que no es razonable esperar tantas horas por un ticket, aguantar horas y horas en ese caliente cemento, horas y horas de aglutinamiento de gente para ver con todas las incomodidades posibles un partido que bien podría disfrutarse frente a la TV, descansado, tomando algo, y sin preocuparse por la seguridad personal; porque hasta a eso desafía el hincha: a la inseguridad dentro y fuera de los estadios.
Pero a pesar de todo esto, quiero vibrar una victoria de Cerro en Norte… y desgarrarme el alma con un grito de gol, como un hincha más..