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El único foquito que podía dar luz en esta unidad de la línea 6 estaba desconectado. El viaje, esta vez, fue casi a oscuras. Este último domingo ganó el Sportivo San Lorenzo y la ciudad estaba de fiesta. En el trayecto, los hinchas subían al bus cerca del mediodía. Entre ellos, una señora -de esas que van siempre a la cancha y que tienen la biblia del insulto en la boca- con su nietita, vestida con los colores del rayadito, pidiendo a los gritos un asiento.
El guarda se para y mira, como para que alguien pueda dar asiento a la señora. Algunos duermen y otras señoras directamente no dicen nada. Al fin, uno de los pasajeros, con dos bolsones cargados de cosas, le da su lugar. La señora se sienta, balbucea varias groserías en guaraní, le sube a la nieta a su regazo y empieza a comentar el partido. San Lorenzo ganó y con un empate el próximo partido sube a Primera División.
Mientras, un señor, de unos 65 años, camisa blanca impecable y un pantalón de vestir, hace la parada y pregunta por una dirección. El guarda responde con un “ejupi atu, don” y el elegante caballero sube. Por su mirada, me parecía que no estaba seguro de dónde tenía que ir. Pero ya estaba ahí, viajando con nosotros.
Suena reggetón desde el espectacular parlante del colectivo, que no tiene timbre, pero su equipo de sonido está dotado para CD, Pendrive y lector de DVD. Todo es Pionneer, y de los buenos. El sonido de la música se mezcla con el llanto de una criatura, que llora a moco tendido, porque su papá no le quiso comprar la famosa gaseosa “patotero bala”, que tenía un vendedor, y que al escuchar el pedido de la niña, se quedó para mostrar su botellita sudorosa y refrescante. En este Interno de la Línea 6 hace mucho calor, y la señora con su nieta, sigue hablando de los goles del Rayadito, insultando, de a ratos, al árbitro del partido.
- “No tengo la culpa que tu mujer elija cebarme el tereré” — Calcomania en un bus de la Línea 6, de Reducto -
Los internos de San Lorenzo son la muestra simple de lo que es la ciudad. Desorden, descontrol e inseguridad, pero necesarios. Con más de 34 populosos barrios, los sanlorenzanos necesitan de transporte público para movilizarse. Eso sí, cuando llueve, es mejor estar preparados. Muchas veces, el raudal moja más adentro que afuera.
De viajar lentamente aguantando que el chofer bocine a cada persona que está esperando en la esquina, a pasar a tener una carrera mortal por la Avenida la Victoria, en pleno corazón de Reducto, solo depende una señal del “campana” que avisa al chófer qué tan lejos o cerca está el otro colectivo que hace el mismo trayecto.
Los domingos de verano
Reducto tiene actualmente dos balnearios populosos. “Popeye”, y Checho’s el Complejo”, que se destacan por sus domingos de picnic’s, regados de alcohol, cumbia y no pocas veces violencia. Los buses Internos son los principales medios para que la gente habitué de estos locales pueda llegar para divertirse. Antes estaba también “Ysyry”, -entre nosotros, le decíamos Tysyry- y que sábados y domingos también regalaba la buena cachaca de entonces.
“Popeye” y “Checho’s” se disputan la hegemonía fiestera por ahora. Mientras, en los Internos suben los muchachos, un par de cervecitas en bolsita en una mano, y el asadito humeante en la otra, acompañado siempre de la infaltable compañía femenina, que no escatima en subirse con el short mojado al colectivo.
Viajar en los Internos de San Lorenzo, al menos los que van a Reducto, es como viajar en un túnel de historias y casos. Desde aquel trabajador del día a día, hasta aquel borracho también del día a día.
Espero que el próximo domingo, si vuelvo a ir a Reducto, me pueda encontrar de vuelta con la señora y su nieta, y que esta vez, siga insultando si quiere, pero con el Rayadito ya en Primera.