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Por un lado, el estudio llega a la conclusión de que hay evidencia considerable para sugerir que las personas en la región, al igual que en Estados Unidos, tienden a favorecer las recompensas del presente por sobre las del futuro. Las personas quieren una gratificación instantánea, ya sea en entretenimiento o en bienes materiales, y tienen dificultades para guardar una parte del ingreso para tiempos difíciles. Incluso ni siquiera tienen en cuenta futuras obligaciones, como el pago de impuestos. Todo esto contribuye a unas tasas de ahorro privado que llegan a 14,7%, justo por encima del África subsahariana, y muy por debajo de las tasas de Asia emergente que, con un 25,8%, parece un brillante ejemplo de una cultura de contención y disciplina.
Sin embargo, Barry Eichengreen, economista de la Universidad de California, Berkeley, y panelista en el lanzamiento del estudio del BID el 12 de julio, se muestra escéptico ante la idea de que las diferencias culturales puedan explicar las diferencias en las tasas de ahorro. Puede que no sea la cultura lo que explica por qué las personas, al igual que las empresas y los gobiernos en la región, se gastan todo el dinero. Puede que esto se explique debido al entorno institucional y de las políticas públicas que los rodea. Como quedaba de manifiesto en un artículo reciente en elFinancial Times, por ejemplo, con su sólido estado del bienestar y generosas pensiones, los brasileños tienen menos incentivos para ahorrar que los chinos, que tienen una red de protección social mucho más débil. Aquello no es un reflejo del espíritu despreocupado de los brasileños o de la frugalidad de los chinos. Sencillamente, es una manifestación de las realidades económicas. Una mayor incertidumbre, sobre todo en lo que concierne al ingreso, parece generar mayores ahorros. Puede que, en este sentido, se sobreestime la cultura. Si fuera tan importante, ¿cómo se puede explicar la enorme brecha entre las diferentes tasas de ahorro nacional en la región?
Los inmigrantes en los países de reciente adopción también desafían los estereotipos culturales a propósito de quién ahorra y quién no lo hace. Un estudio publicado en Economic Development and Cultural Change, por ejemplo, analizó el ahorro entre los emigrantes de 16 países diferentes en Estados Unidos entre 1980 y 1990. Si bien Japón, Corea y Taiwán, en tanto países, tenían las tasas de ahorro más altas, los inmigrantes japoneses en Estados Unidos ahorraban a tasas sólo ligeramente superiores a las del promedio de los emigrantes. Los coreanos y taiwaneses se situaban por debajo del promedio, mientras que griegos, italianos y portugueses eran los mayores ahorradores. Los autores sugieren que una explicación es que los emigrantes llegan a Estados Unidos por diferentes motivos y provienen de grupos socioeconómicos diferentes. Los que provienen de grupos socioeconómicos que eran ahorradores grandes (o pequeños) en su país de origen probablemente continúen siéndolo. La clave no es la pertenencia a un amplio grupo cultural o nacional, sino el hecho de pertenecer a un subgrupo, con una clase e historial de ingresos específica.
Desde luego, nada de esto representa la palabra final. El rol de la cultura y las condiciones económicas, e incluso la genética en la conducta de ahorro seguirá siendo objeto de estudio y de debates. Entretanto, los responsables de las políticas públicas seguirán buscando maneras de fomentar el ahorro. Como se señalaba en un blog reciente, se pueden crear instrumentos formales a través del sistema bancario. Se puede emprender una campaña de alfabetismo financiero. Se puede reorientar a las personas, a través de la educación y la práctica, para reducir la impulsividad financiera y aumentar la prudencia. Al final, lo más importante para la región, independientemente de las causas del bajo ahorro, es forjar una nueva dirección. Se trata de cambiar la conducta de manera que aumente el ahorro.
ESTA COLUMNA FUE ORIGINALMENTE PUBLICADA EN EL BLOG IDEAS QUE CUENTAN DEL BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO BID.