Ella se merece

Ella dejó su familia a los 16 -antes de terminar el colegio- porque, con los ingresos de la huerta, sus padres ya no la podían mantener. Tomó el primer trabajo que estuvo disponible y el único para el que ya había recibido la capacitación necesaria: el de empleada doméstica.

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Pasaron los días y las semanas, y ella se fue convirtiendo en ama de casa. Se pasaba 12 horas al día barriendo, repasando, lavando ropa y cocinando. Pasaron los meses y ella se fue convirtiendo en una segunda mamá. Cuidaba a los niños y conocía sus deseos y manías más que los propios padres.

Pasaron los años y ella fue viendo con tristeza que pasaba más tiempo con niños ajenos que con sus propios. Y cuando llegaba a su casa, las labores domésticas no terminaban.

La carga se volvía más pesada cuando veía que sus ingresos no le alcanzaban. A pesar de dedicarle muchas horas a un trabajo tan importante, como el de la manutención de un hogar, su ingreso seguía siendo muy inferior a sus necesidades. Le decían que cualquiera podía hacer su trabajo, pero cuando se ausentaba notaba la desesperación de sus empleadores.

Cada vez más le dolían las articulaciones de tanto esfuerzo físico, de tantas horas pasadas en la cocina. Ella no podía enfermarse porque no tenía seguro médico ni dinero para comprarse medicina. Era una empleada, pero cada vez se sentía más como una esclava.  

Esta es la historia de muchas de las 219.427 mujeres trabajadoras domésticas en el país, un 16% de las mujeres ocupadas del país que son asquerosamente discriminadas por la legislación paraguaya. El trabajo sacrificado de 10, 12, 14 horas y apenas vale el 40% del salario mínimo, según el Código Laboral.

Muchos quieren ahora modificar el salario al 60% del mínimo, o sea, cerca de G. 1.100.000, con la excusa de que la trabajadora desayuna, almuerza y cena en la casa. Señores: ¿acaso ese no es un beneficio justo por trabajar más de las 8 horas diarias o realizar labores muchas veces insalubres?

Los legisladores paraguayos deciden hoy si seguirán permitiendo esta miserabilidad, que solo favorece a los más ricos, o si otorgarán un sueldo un poco más justo para estas trabajadoras, aquel que ella de sobra se merece.

Porque vos y yo sabemos que ella se lo merece.

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