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En la columna anterior señalé que para que el cicloturismo como tal sea una realidad en Paraguay era preciso contar con ofertas variadas y atractivas que lo desarrollen; y, en la que la precedió, presenté dos proyectos concretos, uno público y otro privado, que tratan de impulsarlo.
Esta actividad, como todas las de su tipo, impacta positivamente en la economía -un turista siempre adquiere un bien, un servicio o tiene necesidades que cubrir (alimentación, alojamiento, salud, etc.)-, por lo que fomentarla es beneficioso. Y esto es una tarea que incumbe a todos, no solo al Estado, porque a todos a la larga beneficia.
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En ese contexto, una acción simple que podés hacer para apoyar el cicloturismo es ser un anfitrión de Warmshowers. Para ello no hace falta que cedas tu cama, ni que te esmeres e incurras en gastos, ni que permitas el ingreso de alguien a tu casa, si es que no podés o no querés eso, basta con que le concedas la posibilidad de acampar en tu patio y le facilites un baño. Durante el año 2017 formé parte de esa comunidad y la experiencia fue fabulosa. Eso sí, la queja o comentario recurrente de todos mis huéspedes era que, en Paraguay, a diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, con dificultad se encontraban anfitriones, lo que les complicaba planificar su viaje.
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Te preguntarás qué gana un anfitrión. La respuesta es: ¡muchísimo! En primer lugar, la inmensa satisfacción de haber contribuido a cumplir los sueños de una persona que se animó a ir más allá. El sentimiento es inmensamente gratificante. Y si alguien busca cuestiones más concretas, se puede mencionar la posibilidad de conocer sobre diversas culturas a través de sus representantes. Es realmente increíble lo que se puede aprender y cómo amplía nuestros horizontes el tener contacto con gente de diferentes culturas.
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Además, si en el plan del anfitrión está también viajar en bicicleta, el haber recibido huéspedes y contar con sus referencias y recomendaciones le dará más facilidad a la hora de encontrar albergue. Sin embargo, no es estrictamente necesario ser un cicloturista para ser anfitrión, ni siquiera es obligatorio saber andar en bicicleta.
Aquí les comento algo sobre algunos de los ciclistas que alojé y que compartieron conmigo sus vivencias.
Piotr Wisniewski quien, desde que se jubiló como bibliotecario de la Universidad de Lund, en Suecia, realiza al menos dos veces al año, y por no más de un mes, recorridos que él considera “breves”, por territorios lejanos bien definidos. Ya ha estado, entre otros destinos, en Australia, Canadá, Estados Unidos, Taiwán, Bangladesh, Belice, Isla Mauricio. A los 70 años, en 2017, eligió Sudamérica -específicamente Argentina, Uruguay y Paraguay-. Él viaja sin cámara, computadora ni teléfono, para que nada interfiera en su experiencia -es su tiempo de desconexión-; la que queda registrada solo en su mente, es íntima, personal. Tiene por costumbre, antes de partir, adquirir en la ciudad de su residencia una bici de segunda mano, que malvende en el lugar donde su expedición concluye; fue así como en Asunción quedó una hermosa bici urbana sueca (Crescent), de color rojo burdeos, en junio de 2017.
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Mark Wallis es un ingeniero electromecánico británico, actualmente con 52 años, que realiza cicloturismo desde 2006. En 2017 pasó por Paraguay, en su ida de Tierra del Fuego a Alaska, pero antes ya había recorrido Francia y España (en 2006), Estados Unidos -de Chicago a Santa Mónica-, por la mítica Ruta 66 o “Mother Road” (en 2008), y emprendido travesías tan extensas como las de Londres a Ciudad del Cabo (entre 2010 y 2011) o de Londres a Singapur (entre 2014 y 2015). Lo suyo son las grandes distancias, y realiza esos desafíos de tiempo en tiempo (por lo general cada 2 años) para escapar de la rutina. Los detalles de su aventura se pueden seguir casi inmediatamente, pues los publica en redes sociales ni bien tiene señal. Él diseñó su bicicleta -a la que bautizó con el nombre de Yellow 7-, y eligió sus componentes; los que cuida y mantiene, hasta el más complejo, gracias a sus conocimientos. Dejó Asunción el 1 de abril, entre cubiertas en llamas y escombros, para atravesar el Chaco paraguayo, que le pareció easy cake, luego de haber escuchado las aterradoras advertencias de sus interlocutores capitalinos. Su vivencia americana puede leerse aquí.
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Wojciech Ganczarek, físico y matemático de formación, es un apasionado trotamundos. A fines de octubre de 2013, con 25 años, dejó su Polonia natal con destino a México, para iniciar un breve cicloviaje que se está extendiendo, sin apuro, por diferentes países de Centro y Sudamérica. En algunos de ellos, incluso, Wojciech (se pronuncia Voitek, según me enseñó) vivió por largas temporadas. Ávido observador de las realidades sociales, escribió un libro sobre su percepción de Venezuela (Upaly, mango i ropa naftowa, 2016), y elaboró el audiovisual Soy paraguayo, en el que recoge el testimonio de 32 personas que entrevistó en los descansos de su marcha por Paraguay. Este documental se estrenó en el 28° Festival Internacional de Cine de Paraguay (Asunción, 2019) y obtuvo una distinción honorífica), también se presentó en el 10° SUNCINE MX -Festival Internacional de Cine del Medio Ambiente de México- (Guanajuato, 2020) y en el V Festival de Cine Etnográfico de Ecuador (Quito, 2020), entre otros; además, fue declarado de interés cultural para la Provincia del Chaco, Argentina. Junto con Jessica Marpartida Duarte (odontóloga boliviana y ciclista) desarrolló en el interior de nuestro país un proyecto de higiene bucal y mental en bicicleta.
¿Es seguro?
En este momento más de uno se estará preguntando por la seguridad, un tema que no es menor cuando se trata de abrirle las puertas de nuestra casa a un completo desconocido. Warmshowers funciona desde 1993 con un sistema de referencias y testimonios que a través de la validación de terceros permiten saber al anfitrión quién es la persona a la que alberga y a los ciclistas saber en la casa de quién se meterán.
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Las reglas son claras y desde el principio el anfitrión debe consignar qué ofrece. Puede ser un espacio para montar la carpa, una habitación, un lugar donde tirar la bolsa de dormir. También se puede aclarar, si es el caso, que no se provee alimentación, aunque tal vez sí el uso de la cocina y sus utensilios.
Esto último puede resultar en una súperexperiencia gastronómica, como me pasó la vez que albergué a Gianluca Saturno, un italiano que preparó un risotto al funghi y un tiramisú deliciosos (Gianluca además capta unas imágenes espectaculares con un celular básico, lo podés corroborar aquí ) o, en el caso de mi coanfitriona, que recibió a una pareja de fisioterapistas franceses que viajaba en una bici tándem y cocinaba deliciosas crepes, y a un barista coreano, que preparó el café más rico que probé en mi vida, con granos que él mismo había tostado durante el lapso que trabajó en una finca en el Perú. Sungwom Kim, que así se llamaba, viajaba con todo su set cafetero a cuestas.
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Si el anfitrión no quiere o no puede comprometerse tampoco necesita involucrarse en ser guía turístico y cultural. Y también puede poner un límite a la cantidad de días que albergará a un huésped.
En mi caso tuve maravillosas experiencias y -por mis horarios de trabajo- siempre entregué las llaves de mi casa a mis huéspedes para que se manejasen a sus anchas. Y nunca me ha faltado un alfiler. Al contrario, cada vez que un huésped se retira siento que gané muchísimo.