La frase que elegí para título es tan antigua que el original fue escrito en latín clásico por el poeta Juvenal, «Quis custodiet ipsos custodes», pero evidentemente es tan actual que la semana pasada ocasionó el cambio del ministro del Interior, a causa del sonado caso de los turistas brasileños amenazados, secuestrados y extorsionados por agentes de policía.
Si hemos de creer las afirmaciones vertidas por nuestras autoridades en las ruedas de prensa que convocan cada vez que aparece algún escándalo en las instituciones de las que son responsables, tendríamos que concluir que no saben lo que ocurre a su alrededor y que todo lo que se realiza, ya sean obras públicas, compras de insumos, etc., etc. está determinado por sus subalternos.
Cuando escribo estas líneas todavía no se sabe el resultado del juicio político a Donald Trump. Puesto que en unos días ya no será presidente, el proceso no llegará a tiempo para destituirlo; en cambio sí podría, como propone la acusación, inhabilitarlo para ejercer cargos públicos de por vida.
La situación se repite una y otra vez: un encumbrado personaje acusado de corrupción, tras una interminable sucesión de dilaciones procesales se llega al juicio y, casi sin excepción, las penas resultan irrisorias. Sin embargo, este no es el desenlace sino que, ante la andanada de críticas y enojos por las sentencias, los jueces culpan a los fiscales y los fiscales a los jueces.
Es tradicional en estas fechas hacer un recuento del año que se va y construir algún escenario de futuro posible para el año que entra; sin embargo, para hacer un recuento del 2020, sus incontables calamidades, sus numerosas iniquidades; pero también sus abundantes muestras de valor y solidaridad ciudadana no habría espacio suficiente en el diario y además todos las tenemos muy presentes.
He leído en varias partes y visto en algún programa de televisión que un reciente informe del Banco Mundial afirma que América Latina enfrentará una catástrofe educativa. No sé en el resto de los países, pero en el nuestro los problemas de la baja escolarización, la altísima deserción y de la baja calidad de la enseñanza venían agravándose año a año… No es que “enfrentaremos”, sino que ya enfrentamos una catástrofe educativa.
Ya se promulgaron o están a punto de promulgarse en los próximos días leyes muy importantes, algunas buenas y otras malas. Como ley mala, el desquiciado Presupuesto de Gastos de la Nación, sin duda, es muy buen ejemplo; como casos muy emblemáticos de leyes buenas podríamos tomar la popularmente llamada “de deforestación cero” o el paquete de normas legales conocido como “anticorrupción”, para evitar su larguísimo nombre.
En estas fechas, cercanas a fin de año, se debate en el Parlamento una de las leyes más importantes, el Presupuesto General de Gastos de la Nación. Se trata de una ley que establece las políticas del próximo año y cuántos recursos serán asignados a cada una de ellas, algo que el Congreso Nacional no parece haber entendido que es especialmente delicado en un año de crisis como este.
Solamente en el curso de los últimos días hemos tenido el centro de Asunción colapsado por una protesta de organizaciones campesinas, al Hospital de Clínicas en huelga, el personal de IPS amenazando con ir también a la huelga, pobladores de una localidad cerrando carreteras para reclamar provisión de agua, entre otra docena de protestas menores.
Cuando escribo estas líneas, varios días después de la tormenta, todavía veo en los noticieros denuncias de zonas en las que el servicio de electricidad no se ha restablecido. Esas quejas vienen a sustituir o, más bien, a sumarse a las que desde hace semanas se producen por falta de provisión de agua y por la chapucera gestión del pasaje electrónico.