El Evangelio presenta la curación de un ciego que estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Era una persona excluida de la sociedad, porque la teología del Antiguo Testamento consideraba que la enfermedad era consecuencia de los pecados, por tanto, digamos así, despreciada por Dios. Doblemente excluida: no vidente y pobre.
Un hombre se acercó a Jesús y le preguntó qué tendría que hacer para heredar la vida eterna. La pregunta en sí misma ya revela una creencia en la vida eterna, es decir, estamos en esta tierra de paso, como peregrinos y administradores, que manejan cosas de modo transitorio, en búsqueda de lo definitivo.
El texto de hoy es clave en el Evangelio de Marcos, pues lo divide en dos: antes y después de la confesión de Pedro. En la primera parte, Jesús trata de mantener vigente el “secreto mesiánico”; es decir, que nadie sepa que Él es el Mesías. Recordemos que la palabra “Cristo” viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías”, que quiere decir “Ungido”. Se agrega esta palabra a su nombre “Jesús”, ya que Él cumple perfectamente la misión divina que este término significa, o sea, el Mesías esperado vendría para instaurar definitivamente el Reino de Dios, y sería ungido por el Espíritu del Señor.