La Gran Depresión de principios del siglo XX fue un período en el cual el mundo entero estuvo bajo una profunda crisis económica y social, que perduró por aproximadamente una década. Las inestabilidades comenzaron en 1929 y se prolongaron hasta 1940, afectando a la mayoría de los países del mundo, desde los más industrializados hasta los más pobres. En el peor momento, el producto interno bruto (PIB) de Estados Unidos cayó en un 30% con respecto a su nivel precrisis y la tasa de desempleo se disparó hasta superar el 25%. Se tardarían varios años para conseguir volver a los niveles de producción observados anteriormente. La Gran Depresión se convirtió en el período de contracción económica más severa de la historia… hasta ahora.
El título de este artículo repite el nombre de una presentación que había realizado a finales del 2013 en un evento organizado por el BCP y el Ministerio de Hacienda. En ese entonces alertábamos que las condiciones globales estaban cambiando sustancialmente para los llamados países emergentes. Resaltábamos que las economías latinoamericanas, incluyendo el Paraguay, se habían beneficiado hasta entonces por un “doble viento a favor”: altos precios de materias primas y acceso a financiamiento internacional barato. Pero advertíamos, igualmente, que sería cuando menos imprudente esperar que estas condiciones externas favorables perduren para siempre.
En 1859, el científico inglés Charles Darwin afirmó que no son las especies más fuertes las que sobreviven, tampoco las más inteligentes, sino aquellas que mejor se adaptan al cambio. Para las especies, la adaptación es un proceso continuo que implica asimilar los cambios de su entorno y una transformación en su estructura genética, de lo contrario se extinguen. Algo similar ocurre en el campo de la economía. Así, solo aquellos países capaces de transformar el ADN de su estructura productiva son capaces de enfrentar con éxito cambios en el escenario global y continuar creciendo a pesar de un contexto externo menos propicio.
Transitando por la avenida Santa Teresa uno puede observar grandes edificios erigiéndose, una numerosa cantidad de obreros trabajando arduamente y grúas operando en simultáneo. De alguna manera, este futuro primer eje corporativo –de magnitud antes impensable para nuestro país– refleja el momento económico que Paraguay está viviendo. Sin embargo, pasando por el mismo lugar en un día de lluvia, no deja de llamar la atención ver estas construcciones completamente paradas, contrastando ampliamente con el dinamismo del que uno es testigo en días soleados.
El 21 de mayo de 2013, el entonces presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, realizaba un anuncio imprevisto: las medidas de estímulos adoptadas para contrarrestar los efectos recesivos de la crisis global comenzarían a reducirse a finales de ese año. Luego del sorpresivo anuncio, las economías emergentes vieron cómo sus monedas se depreciaban fuertemente, el diferencial de sus tasas de interés con respecto a los bonos del Tesoro americano (el riesgo-país) aumentaba considerablemente, sus mercados de valores sufrían una caída abrupta y los flujos de capitales migraban de vuelta a los países avanzados. La experiencia fue tomada como ejemplo de lo que ocurriría ante una normalización de las condiciones monetarias en Estados Unidos.
El año 2013 ha sido excepcional considerando los logros macroeconómicos obtenidos. El PIB del país, que mide la cantidad de bienes y servicios producidos en la economía, se incrementó a una tasa del 13,6 por ciento. La excelente recuperación del sector agrícola luego del mal rendimiento del 2012, la reapertura de los mercados internacionales para la carne y un sector de la construcción pujante fueron los principales motores de este crecimiento histórico.