Son fuente de sustento para miles de familias y factor importante para nuestra economía. Son las remesas, el dinero que envían los paraguayos, hombres y mujeres, que fueron al exterior a buscar la vida que aquí se les hacía difícil. Los bienaventurados de la Nación que equilibran lo que roban nuestros honorables. Sí, esos, los politiqueros, los protegidos por su propia bajeza.
Mientras la ciudadanía celebraba la proclamación de la guarania como Patrimonio Inmaterial Universal de la Humanidad, el Gobierno recibía un mazazo del “aliado” Tío Sam, por la corrupción “desenfrenada” que existe. La corrupción, patrimonio material de la barbaridad, la fomentan y la apañan los gobiernos de ayer y de hoy. No necesitamos que nos lo digan desde afuera.
“Este es un congreso eficiente. él mismo roba, él mismo investiga, él mismo se absorbe”. Este es uno de los tantos aforismos creados por Millôr Fernandes (con –s y sin tilde), célebre humorista, escritor y dramaturgo brasileño fallecido en 2012. Se me hace que este carioca, filósofo de lo cotidiano, estaba prediciendo lo que sería el Congreso del Paraguay 2024.
De nuevo, el fútbol nos une con la alegría que sabe distribuir por igual entre ricos y pobres, a derecha o izquierda, en nobles y villanos. Las últimas actuaciones y victorias de la selección paraguaya contribuyeron para desatar euforias añoradas y amenguar la bronca ciudadana ante tantas aberraciones políticas. Hoy los políticos, para sentir algún aliento popular, se prenden al encanto albirrojo y al de su entrenador.
El XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que incluye a la RAE, me dio la oportunidad de conocer Quito, a la que en 1978 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad. A su imponente belleza natural, la capital ecuatoriana suma la portentosa intervención humana que le dio una identidad cultural celosamente preservada a lo largo de los siglos. Su centro histórico es conmovedoramente hermoso. Al verlo, recordé su contracara asuncena derrumbándose inexorablemente, efecto de la desidia, la ignorancia y la corrupción.
No hay necesidad de aclarar que existen excepciones. Se sabe. En el Paraguay, el político es un ser inmejorablemente inútil a los fines de servir a la ciudadanía. Pero convengamos que saca enorme provecho de su inutilidad. Por lo demás, político es aquel que roba sin que se le pueda probar el robo. Y no se le puede probar el robo porque es político. La política lo blinda. Esto es lo que se puede dar en llamar la lógica del chipá argolla. Redondita la cosa.
Cuánto lo extrañamos, migeneralestrone, hoy, en su fecha feliz y en este tiempo en que los malos paraguayos y estos periodistas vendepatria, mercenarios de la pluma, legionarios de alma negra, atacan al partido sin piedad, insultan a sus prohombres y a sus promujeres y no nos dejan delinq… trabajar (digo bien) por la patria. Inspírenos, migeneral, para cerrar, como lo hizo usted, el pasquín de la calle Yegros.
Furibundo, don Santiago Peña fustigó a un cronista de ABC por haberle hecho éste una pregunta que se hacen tantos ciudadanos: si no había conflicto de intereses en la compra por parte de IPS de bonos de un banco con el cual don Santiago tiene vínculos. Ahí se despeñó Peña con su enojo llameante. Y me hizo acordar de aquello que repetía Jesús, Jesús Ruiz Nestosa, legendario periodista: “El que se picha, pierde”.
En este rocoso páramo en que se enseñorea la corrupción de los poderosos, en que prevalece la mediocridad de quienes debieran conducir la nación, en que el gobierno clama por una prensa que calle las atrocidades, hoy elijo hablar —sin atisbo alguno de egolatría— de algo que me tocó vivir el jueves 17: la noche que fue un oasis de generosidad y bondad. Atributos que aún perviven en el Paraguay, pese a la banalidad y el latrocinio de los de arriba.
El 13 de octubre del 2016 fallecía Dario Fo, célebre dramaturgo italiano Premio Nobel de Literatura 1997 y cultor de la sátira política. Una frase suya me quedó en la memoria: El humor es una forma de rebelión ante el absurdo de la vida. Hoy vivimos el absurdo de un régimen con “mayoría absoluta” que no gobierna, sino demuele lo que queda de institucionalidad buscando calmar la ira de su jefe, ávido de venganza contra quienes le critican.