Rigoberta Menchú

Este es el testimonio de los años más duros en la vida de Rigoberta Menchú, quien en 1992 ganó el premio Nobel de la Paz por su lucha infatigable por la justicia y la igualdad de los indígenas de su país.

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“Soy Rigoberta Menchú. Nací en la región de Quiché (Guatemala). Aprendí a hablar español hace trece años; no tengo ni padre ni madre, y voy a explicar por qué.

La primera cosa que quiero decir es que para nosotros, los indígenas, en Guatemala no hay infancia. Desde siempre sufrimos una situación de represión y explotación.

Personalmente comencé a ganarme la vida a los ocho años, trabajando en las tierras de patrones de las costas del sur. Recuerdo que decidí comenzar a trabajar porque ya no soportaba ver la cara de dolor de mi madre, siempre agotada, siempre teniendo que recoger café o algodón con su hijo recién nacido a las espaldas y otros cinco hambrientos, hermanos míos, alrededor de ella.

Mi papá tenía un pedazo de tierra pero no producía mucho, solamente algo de maíz y de frijol, que no nos bastaba para vivir más de 4 ó 5 meses. Entonces éramos obligados a descender hasta las haciendas. Todos teníamos que trabajar.

Cuando llegué a los 11 años, dos de mis hermanos murieron por desnutrición y enfermedad, porque veníamos de una región fría y el calor de la costa nos enfermaba.

Cuando se murieron mis hermanos, mi mamá pidió una licencia para poder enterrarlos, porque para nosotros la ceremonia de entierro es muy importante; pero la licencia le fue negada. Entonces ella se dio un día libre y volvió al día siguiente al trabajo. Por esta causa todos fuimos despedidos y no nos pagaron los quince días que ya habíamos trabajado.

Mi papá y mi mamá fueron elegidos como representantes de la comunidad, y los buscaban para casos de dificultades o de enfermedades.

Mi papá había sido catequista desde muy joven. Él dedicaba casi todo su tiempo a la comunidad, lo cual le impedía trabajar lo suficiente para ganarse la vida. Por eso nosotros, sus hijos, tuvimos que trabajar en su lugar.

Cuando cumplí quince años mi papá fue detenido por primera vez; lo acusaban de provocar desorden y de atentar contra la autoridad soberana de Guatemala. Mi mamá trabajaba como empleada doméstica para pagarle un abogado. Fue condenado a 18 años de cárcel.

A su regreso, mi papá decidió dedicarse más a la defensa de la comunidad. En 1977 fue encarcelado de nuevo, acusado de terrorista, de comunista... nosotros sabíamos bien que sólo éramos pobres.

Después de vivir los horrores de la violencia en el Quiché, mis padres murieron: papá fue asesinado y mi madre fue torturada y violada.

Si conté esta historia es porque sé que a mi pueblo no se le da la oportunidad de contar su historia, que no es diferente a la mía. No soy la única huérfana: casi todos mis vecinos, casi todos mis amigos y conocidos fueron asesinados y han dejado niños huérfanos".

De: Memoria peligrosa, de José Marins y otros.
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