Origen del Sistema Solar y la Tierra

El Sistema Solar está formado por un núcleo estelar (el Sol) y los planetas, satélites, asteroides y otros cuerpos celestes que giran a su alrededor. El Sol es sólo una más de las miles de millones de estrellas de una galaxia -la Vía Láctea-, que se originó también a partir de una gran explosión.

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Nebulosas y cúmulos de estrellas

Una nebulosa es una nube de polvo y gas que se encuentran distribuidas entre las estrellas en el interior de una galaxia. Las nebulosas de emisión brillan porque su gas emite luz cuando es estimulado por la radiación de estrellas jóvenes y calientes.

Hay dos tipos de nebulosas que se asocian a estrellas agonizantes: las nebulosas planetarias y los restos de supernovas. Ambas son acumulaciones de gas en expansión, que antes eran las capas externas de una estrella que hizo explosión; por ejemplo, una supernova.

Un resto de supernova es la acumulación de gas que se aleja a gran velocidad del corazón de la estrella llamada supernova, tras una violenta explosión de esta.

Con frecuencia, las estrellas se encuentran en grupos que se denominan cúmulos. Los cúmulos abiertos son grupos relativamente poco tupidos de varios miles de estrellas nacidas de una misma nube y que se están separando. Los cúmulos globulares están densamente agrupados y son cientos de miles de estrellas viejas reunidas en grupos aparentemente esféricos.

Las estrellas supernovas o pesadas son por lo menos tres veces más grandes en masa que el Sol, y algunas pueden llegar a tener una masa de hasta 50 veces la del Sol. Su núcleo tiene una evolución regular de transformación de hidrógeno en helio hasta su totalidad.

En ese momento, la estrella pesada se convierte en una supergigante roja, que inicialmente está constituida por un núcleo de helio rodeado de capas externas de gases fríos en expansión. La tremenda fuerza de gravedad y densidad causan una explosión llamada supernova, en la cual la onda expansiva suelta las capas exteriores de la estrella.

A veces, el núcleo sobra a la explosión de la supernova. Si el núcleo sobrevive, se contrae y se transforma en una estrella de tamaño y brillo medios. Así nació nuestro Sol.


Origen y evolución de la Tierra


La Tierra, la Luna y todo el Sistema Solar se formaron probablemente hace unos 4.500 a 5.000 millones de años. Si aceptamos la teoría de la supernova, debemos admitir que el Sol y sus planetas se originaron a partir de la condensación de una nube de gases y polvos estelares (constituido por diversos elementos químicos), de elevadísima temperatura y con un movimiento de rotación que hacía concentrarse a las partículas y gases, los cuales se condensaban aun más a medida que pasaba el tiempo y se convirtieron en la “supernova madre”, que se fragmentó en numerosas masas de gases y polvo cósmico incandescente.

Cada una de estas masas se condensaría en forma independiente, algunas de gran tamaño y gaseosas, y otras más pequeñas se solidificarían, dando origen así a los nueve planetas que, por la gran fuerza de gravedad de la estrella original, se quedaron orbitando a su alrededor: una de ellas formó nuestro planeta.

En la época en que nuestro planeta y sus hermanos del Sistema Solar se estaban formando, este estaba constituido todavía por masas incandescentes y meteoritos sin órbita estable. La superficie de nuestro planeta estaba caracterizada por erupciones volcánicas, derrames de lava, enormes erupciones de masas vaporosas de gases como anhídrido carbónico, azufre, vapor de agua, nitrógeno, ácidos, etc. que emergían del interior del planeta primigenio.

Su superficie era “bombardeada” por meteoritos que llenaban su superficie ya solidificada de cráteres, los cuales eran vueltos a rellenar por inmensos ríos de lava. La temperatura era tan elevada que solo unas pocas rocas se podían solidificar, no existía agua en forma líquida, y la capa de gases que rodea la atmósfera estaba lejos de formarse.

Convertida ya en una esfera semilíquida mezclada con gases, la forma esférica de la Tierra empezaba a vislumbrarse debido a su movimiento de rotación y a una fuerza de gravedad suficiente para ir moldeando su forma actual. Con el descenso de la temperatura se empezaron a solidificar las primeras rocas en capas bien diferenciadas. En el centro, hacia el interior de la esfera, se hundían los elementos pesados y más densos: el hierro y el níquel, principalmente. Se formaba así el núcleo.

En la superficie, las erupciones volcánicas moldeaban la corteza terrestre, en la que se solidificaba la lava para formar las primeras rocas de la superficie: empezaba a formarse la corteza exterior.

Así, después de transcurridos millones de años, el planeta Tierra, de una masa incandescente de gases y polvo, tenía ya sus primeras capas sólidas: el núcleo y la corteza.

Conservando su movimiento de rotación, y gracias a esta su fuerza de gravedad, la Tierra retiene la gran cantidad de gases que formaban su masa primitiva: el oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, entre otros, dan origen a la capa gaseosa: la atmósfera.
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