Si nadie puede ir a trabajar o estudiar retirándose de su hogar tranquilamente, nadie puede producir todo lo que es capaz. Si la tensión social crece por causa de la inseguridad y la incertidumbre, más tarde o más temprano los afectados irán dejando de aplicarse a sus tareas y obligaciones, y el país se resentirá íntegramente. Tal vez los que se sienten directamente amenazados por los delincuentes no se animen a expresar públicamente lo que hace unos días manifestó con crudeza y sin rodeos un residente chileno. Es muy posible que ningún sector de la población civil esté en condiciones de crear una fuerza paramilitar eficaz para defenderse por mano propia de la violencia genocida con que un grupo marxista radical "bolivariano" enloquecido intenta dinamitar las bases de sustentación social y el sistema político constitucional democrático de nuestro país. Eso no quita, sin embargo, que mucha, muchísima gente, hastiada de esperar soluciones, esté de completo acuerdo con las proposiciones formuladas por la persona aludida. Porque a nadie se le puede obligar a aceptar pacíficamente vivir con miedo todo el tiempo. Muchos no se atreven a expresar públicamente su pensamiento, pero el miedo, un miedo atroz, está actualmente metido dentro de los hogares de las familias paraguayas. Los niños tienen miedo de ir a la escuela, los padres quedan preocupados cuando los hijos no están en casa, los docentes y las autoridades escolares están temerosos de sufrir la terrible experiencia de un secuestro o un asalto en su institución, los vigilantes, los choferes, los obreros, los funcionarios públicos, todos los que en algún momento están fuera de su casa comparten estos instantes de inseguridad y sufren aprensión en un ambiente tan tenso.
Si nadie puede ir a trabajar o estudiar retirándose de su hogar tranquilamente, nadie puede producir todo lo que es capaz. Si la tensión social crece por causa de la inseguridad y la incertidumbre, más tarde o más temprano los afectados irán dejando de aplicarse a sus tareas y obligaciones, y el país se resentirá íntegramente. Se producirán fracturas sociales que nadie conoció todavía en este país y que a nadie beneficiarán. Habrá quebrantos económicos laborales que perjudicarán a todos. Se alterará la cordura y no será raro que los conflictos sociales y políticos terminen en violencia insensata e injustificable, pero explicables en circunstancias especiales.
No existe habitante de este país que querría que tal situación llegue a producirse, salvo unos cuantos paranoicos que creen que ellos y sus organizaciones pueden prosperar sembrando el terror y el enfrentamiento social; a los demás, esta posibilidad angustia, deprime y desalienta.
Visto esto, ¿cómo no advertir que la gente esté anhelante de que el gravísimo problema de la inseguridad creada por las organizaciones de secuestradores y otros criminales que operan con la misma técnica sea solucionado de alguna manera?
Tal vez los que se sienten directamente amenazados por estos delincuentes no se animen a expresar públicamente lo que hace unos días manifestó con crudeza y sin rodeos un residente chileno. Es muy posible que ningún sector, gremio u organización de la población civil esté en condiciones de crear una fuerza paramilitar eficaz para defenderse por mano propia de la violencia genocida con que un grupo marxista radical "bolivariano" enloquecido intenta dinamitar las bases de sustentación social y el sistema político constitucional democrático de nuestro país.
Eso no quita, sin embargo, que mucha, muchísima gente, hastiada de esperar soluciones, angustiada y hasta desesperada, esté de completo acuerdo con las proposiciones formuladas si se quiere en forma apresurada por la persona aludida anteriormente. Esto puede ser advertido fácilmente por cualquiera que preste atención al estado emotivo de tantas personas en todos los lugares. Es el constante tema de las conversaciones.
Esto es precisamente lo grave de la situación: el que los terroristas hayan obligado a que la población del Paraguay comience a pensar seriamente en que no tiene más alternativa que encarar personalmente su defensa, pues mientras las instituciones del Estado que deben garantizar la seguridad de las personas vayan a reunir los conocimientos, los medios y la habilidad suficientes para frenar y derrotar a los criminales, puede pasar mucho tiempo y producirse muchas víctimas, y que seguir esperando que esto suceda significaría para muchos una forma de desafiar al destino más trágico.
Si se produce lo que menos se desea, cual es que una parte de la sociedad se arme y encare a los criminales en defensa propia, los políticos "bolivarianos" que fomentan la lucha de clases dirán que "la burguesía reaccionaria recurre a la violencia para defender sus privilegios". No hablarán de las vidas tronchadas o amenazadas como ahora la de Fidel Zavala, de la salud corporal y mental destruidas, de las economías saqueadas por la extorsión o paralizadas por el temor que ellos imponen; insistirán en su cínica cantinela de "los privilegios". La lógica y natural defensa de la propia vida que vaya a realizar la gente, ellos la convertirán en su propaganda como una prosaica preservación del dinero, de los bienes, de los privilegios que, según su perversa ideología, detentan las víctimas de los secuestradores y otros criminales que levantan como bandera la "lucha de clases" y la promueven.
Llegado ese momento, habrá triunfado el plan de los violentos radicales de la izquierda "bolivariana", consistente básicamente en fomentar el odio social, enfrentar a unos contra otros y, en medio del río revuelto, pescar el poder político para convertirnos en lo que ellos quieren: esclavos de sus dogmas y súbditos de su imperio siniestro, como en Cuba o Venezuela.
Lamentablemente, el olor a violencia social está invadiendo nuestros recintos. La gente habla en privado con rabia e impotencia, busca culpables de la situación y propone salidas que nada tienen de pacíficas o institucionales. Se cansaron de esperar auxilio de las fuerzas públicas; se aburrieron de los argumentos legalistas que invocan la Constitución pero no sirven para hallar respuesta a ningún drama personal o colectivo, están hartos de que se les recuerde su obligación de respetar los "derechos humanos", con lo cual se les paraliza la mano pero al mismo tiempo se les deja sin defensa, absolutamente inermes frente a los que dentro de su salvajismo les importan un bledo los derechos humanos de nadie.
La única manera de detener una escalada de desorden violento es que el gobierno de Lugo hasta ahora tan sospechosamente cómplice ponga a actuar a las instituciones del Estado de las que él dispone para enfrentar situaciones de grave conmoción interna como la que se está sufriendo en nuestro país. ¿No lo puede hacer? ¿No está en condiciones de encarar, descubrir y derrotar a los terroristas, secuestradores y asaltantes? Entonces, que Lugo y sus encargados de la seguridad pública indiquen a la población cómo deben proceder para defenderse por sí misma.
Lo que ni Lugo ni nadie tiene derecho a pretender es que la gente tan gravemente amenazada por los criminales, muerta de miedo, cruzada de brazos, se quede leyendo la Constitución y la Declaración de Derechos Humanos, mientras su bienestar, su familia y su propia existencia penden de un hilo. A nadie se le puede obligar a aceptar pacíficamente vivir con miedo todo el tiempo.
Si nadie puede ir a trabajar o estudiar retirándose de su hogar tranquilamente, nadie puede producir todo lo que es capaz. Si la tensión social crece por causa de la inseguridad y la incertidumbre, más tarde o más temprano los afectados irán dejando de aplicarse a sus tareas y obligaciones, y el país se resentirá íntegramente. Se producirán fracturas sociales que nadie conoció todavía en este país y que a nadie beneficiarán. Habrá quebrantos económicos laborales que perjudicarán a todos. Se alterará la cordura y no será raro que los conflictos sociales y políticos terminen en violencia insensata e injustificable, pero explicables en circunstancias especiales.
No existe habitante de este país que querría que tal situación llegue a producirse, salvo unos cuantos paranoicos que creen que ellos y sus organizaciones pueden prosperar sembrando el terror y el enfrentamiento social; a los demás, esta posibilidad angustia, deprime y desalienta.
Visto esto, ¿cómo no advertir que la gente esté anhelante de que el gravísimo problema de la inseguridad creada por las organizaciones de secuestradores y otros criminales que operan con la misma técnica sea solucionado de alguna manera?
Tal vez los que se sienten directamente amenazados por estos delincuentes no se animen a expresar públicamente lo que hace unos días manifestó con crudeza y sin rodeos un residente chileno. Es muy posible que ningún sector, gremio u organización de la población civil esté en condiciones de crear una fuerza paramilitar eficaz para defenderse por mano propia de la violencia genocida con que un grupo marxista radical "bolivariano" enloquecido intenta dinamitar las bases de sustentación social y el sistema político constitucional democrático de nuestro país.
Eso no quita, sin embargo, que mucha, muchísima gente, hastiada de esperar soluciones, angustiada y hasta desesperada, esté de completo acuerdo con las proposiciones formuladas si se quiere en forma apresurada por la persona aludida anteriormente. Esto puede ser advertido fácilmente por cualquiera que preste atención al estado emotivo de tantas personas en todos los lugares. Es el constante tema de las conversaciones.
Esto es precisamente lo grave de la situación: el que los terroristas hayan obligado a que la población del Paraguay comience a pensar seriamente en que no tiene más alternativa que encarar personalmente su defensa, pues mientras las instituciones del Estado que deben garantizar la seguridad de las personas vayan a reunir los conocimientos, los medios y la habilidad suficientes para frenar y derrotar a los criminales, puede pasar mucho tiempo y producirse muchas víctimas, y que seguir esperando que esto suceda significaría para muchos una forma de desafiar al destino más trágico.
Si se produce lo que menos se desea, cual es que una parte de la sociedad se arme y encare a los criminales en defensa propia, los políticos "bolivarianos" que fomentan la lucha de clases dirán que "la burguesía reaccionaria recurre a la violencia para defender sus privilegios". No hablarán de las vidas tronchadas o amenazadas como ahora la de Fidel Zavala, de la salud corporal y mental destruidas, de las economías saqueadas por la extorsión o paralizadas por el temor que ellos imponen; insistirán en su cínica cantinela de "los privilegios". La lógica y natural defensa de la propia vida que vaya a realizar la gente, ellos la convertirán en su propaganda como una prosaica preservación del dinero, de los bienes, de los privilegios que, según su perversa ideología, detentan las víctimas de los secuestradores y otros criminales que levantan como bandera la "lucha de clases" y la promueven.
Llegado ese momento, habrá triunfado el plan de los violentos radicales de la izquierda "bolivariana", consistente básicamente en fomentar el odio social, enfrentar a unos contra otros y, en medio del río revuelto, pescar el poder político para convertirnos en lo que ellos quieren: esclavos de sus dogmas y súbditos de su imperio siniestro, como en Cuba o Venezuela.
Lamentablemente, el olor a violencia social está invadiendo nuestros recintos. La gente habla en privado con rabia e impotencia, busca culpables de la situación y propone salidas que nada tienen de pacíficas o institucionales. Se cansaron de esperar auxilio de las fuerzas públicas; se aburrieron de los argumentos legalistas que invocan la Constitución pero no sirven para hallar respuesta a ningún drama personal o colectivo, están hartos de que se les recuerde su obligación de respetar los "derechos humanos", con lo cual se les paraliza la mano pero al mismo tiempo se les deja sin defensa, absolutamente inermes frente a los que dentro de su salvajismo les importan un bledo los derechos humanos de nadie.
La única manera de detener una escalada de desorden violento es que el gobierno de Lugo hasta ahora tan sospechosamente cómplice ponga a actuar a las instituciones del Estado de las que él dispone para enfrentar situaciones de grave conmoción interna como la que se está sufriendo en nuestro país. ¿No lo puede hacer? ¿No está en condiciones de encarar, descubrir y derrotar a los terroristas, secuestradores y asaltantes? Entonces, que Lugo y sus encargados de la seguridad pública indiquen a la población cómo deben proceder para defenderse por sí misma.
Lo que ni Lugo ni nadie tiene derecho a pretender es que la gente tan gravemente amenazada por los criminales, muerta de miedo, cruzada de brazos, se quede leyendo la Constitución y la Declaración de Derechos Humanos, mientras su bienestar, su familia y su propia existencia penden de un hilo. A nadie se le puede obligar a aceptar pacíficamente vivir con miedo todo el tiempo.