No hay otro camino hacia el futuro que la educación

La insistencia en invertir recursos en educación, investigación y tecnología es el clamor unánime en casi todos los países del mundo, pero, sin dudas, es particularmente importante para los de menor desarrollo relativo, como el Paraguay.

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En ninguna parte se considera ya que son la tierra y los recursos naturales los fundamentos de la prosperidad. Tales riquezas valen muy poco sin los conocimientos indispensables para sacarles provecho, sin los técnicos que las hacen realmente productivas, sin los obreros calificados, sin una política de Estado ajustada al ritmo de los procesos globales de producción y comercio. Los habitantes del mundo rural paraguayo requieren, con la mayor urgencia, ingresar al mundo moderno, pues la mayoría de ellos todavía está en la Edad Media en lo que a conocimientos y herramientas de producción se refiere. Mucho más recursos y dedicación exige la política educacional en este Paraguay. No se trata de pretender crear sabios, pero sí podemos lograr que la mayoría de los habitantes consiga su autonomía de sustento, una autovaloración de sus propias fuerzas, y que tal espíritu optimista sea transmitido a su descendencia para perpetuar el movimiento ascendente hacia el futuro de bienestar que se anhela.La insistencia en invertir recursos públicos en educación, investigación, tecnología e intercambio cultural es el clamor casi unánime en casi todos los países del mundo, pero, sin dudas, es particularmente importante y significativo para los de menor desarrollo relativo, como el Paraguay.   

En ninguna parte se considera ya que son la tierra y los recursos naturales los fundamentos de la prosperidad de los países. Tales riquezas valen muy poco –como bien lo sabemos en el Paraguay– sin los conocimientos indispensables para sacarles el máximo provecho, sin los técnicos que las hacen realmente productivas, sin los obreros calificados, sin los administradores expertos, sin una política de Estado ajustada a las modalidades y al ritmo de los procesos globales de producción y comercio.   

Hoy se tienen, ante la vista de quien quiera ver y no esté ideológicamente enceguecido, las experiencias de países físicamente pequeños como Japón y Noruega, con tan solo el 5% de su suelo cultivable. Y las de Suiza, Corea del Sur, Finlandia, Taiwán, entre otros conocidos, prosperando aceleradamente con dos únicas herramientas: conocimientos y disciplina de trabajo. Y, por la otra parte, Estados de gigantescas proporciones e incalculables riquezas naturales como Rusia, China, India, Brasil, luchando denodadamente por aproximarse siquiera a alcanzar un fracción mínima del nivel de vida de aquellos otros.   

Los gobernantes de nuestro país parecen no alcanzar a percibir esta realidad, pese a que cada vez realizan más y más frecuentes viajes al exterior y experimentan la realidad de las naciones que dieron a sus políticas de desarrollo el rumbo adecuado. ¿Qué lecciones traen aprendidas nuestros presidentes, ministros, senadores, diputados, gobernadores e intendentes de sus numerosos paseos por el mundo? A juzgar por sus acciones y por los resultados de su gestión, se diría que ninguna. Van, miran, admiran, gastan, pero al retornar continúan con la misma indiferencia, mediocridad o inacción con la que salieron.   

Las prédicas del ministro de Educación y Cultura, doctor Luis A. Riart, acerca de la importancia de hacer penetrar a la educación primaria al ámbito de la informática (como el programa "Una laptop por niño"), de solventar la educación secundaria y de poner coto a los abusos y engaños de la educación terciaria convertida en mero negocio, deben ser tomadas en serio y acompañadas con entusiasmo por los senadores y diputados con respuestas prácticas y efectivas, traducidas en rubros reales dentro de la ley de Presupuesto General de la Nación y en la aprobación de una nueva ley universitaria.   

Los habitantes y los gobernantes de este país tenemos que invertir mucho más dinero y esfuerzo mental, más gente y más tiempo en acelerar la educación general de las generaciones emergentes. Los habitantes del mundo rural paraguayo requieren, con la mayor urgencia, ingresar al mundo moderno, pues la mayoría de ellos todavía están en la Edad Media en lo que a conocimientos, técnicas y herramientas de producción se refiere.   

Da pena e indignación visitar algunas colonias, pueblitos y capueras campesinas después de recorrer las unidades económicas de los departamentos de Itapúa, Alto Paraná o las colonias japonesas, menonitas y las demás de origen extranjero. ¿Qué se hace hoy por esos campesinos atrasados, deprimidos, presos en las garras de su pobreza? ¿Qué se hace por sus hijos, por sus poblaciones? ¿Qué se hace? Abandonarlos a manos de las organizaciones dedicadas a mendigar prebendas al Estado, a coordinar usurpaciones de propiedades ajenas, a saquear la madera de los montes o acabar con la vida silvestre.   

Mientras que si tuviéramos gente decente y capaz en el Gobierno, aquellos deberían estar recibiendo generosamente de parte del Estado cursos de capacitación. Darles subsidios económicos, regalarles lotes, edificarles viviendas, proveerles de bienes de uso y consumo son buenas ideas... pero a cambio de que asistan a cursos de capacitación en técnicas de laboreo y producción, de administración rural y mercadeo. Mantenerlos para que se adiestren sería una excelente medida política.   

Sin embargo, con la actual política que se practica en nuestro país desde hace décadas, que entre populista y oportunista se dedica a repartir dinero y bienes, y a dejarse extorsionar por corruptos y mafiosos, los campesinos serán cada vez más atrasados, ignorantes e imposibilitados de poder competir contra quienes accedieron a la educación y a la tecnología.   

Los hijos de los campesinos "sin tierra" que viven esperando prebendas, si se continúa como ahora, abandonándolos en manos de esas organizaciones ventajistas que los envician y desorientan, en el futuro cercano acabarán siendo, en el mejor de los casos, los peones de campo de los otros campesinos, de los que se educaron y se adiestraron para trabajar, producir, competir y ganar dinero en el mundo actual.   

Mucho más recursos y dedicación exige la política educacional en este Paraguay. Y junto con el niño y el joven, también el cuerpo docente, primer peldaño para mejorar la calidad de la educación en general. No se trata de pretender crear sabios, pero sí podemos pretender y lograr que la gran mayoría de los habitantes consiga su autonomía de sustento, una forma digna y satisfactoria de existencia, una autovaloración de sus propias fuerzas y del éxito personal que consiguieron, y que tal espíritu optimista sea transmitido a su descendencia para perpetuar el movimiento ascendente hacia el futuro de bienestar que se anhela.

Las condiciones naturales del país lo permiten. Solamente falta que la locomotora política acabe de arrancar de una vez.
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