Nicolasita del Espíritu Santo

(Julio Correa)

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Nicolasita tenía cuarenta y dos años: cuarenta y dos años castos y limpios de todo pecado. No faltaba quien dijese que, después de muerta, haría toda suerte de milagros.

Hoy se la señala con el dedo. -Nicolasita está encinta.-Nicolasita se ha perdido. ¡Qué horror!-Salirse de debajo del manto de la Virgen a su edad.

Las amigas le cerraron las puertas de sus casas, huyen de ella como de una apestada. Hasta pidieron al cura párroco que la expulsase de las cofradías, porque una “tía” de esa calaña no debía manchar con su presencia las santas congregaciones, fundadas en el culto del Señor, para amarle y servirlo como es su gusto y obligación de todos los buenos cristianos.

El santo padre no quiso dar crédito a lo que decían de Nicolasita; hubo de ir a su casa una vez para enterarse por sí mismo,

Nicolasita le confirmó la terrible acusación que pesaba sobre ella:

-Si, padre, a qué negarlo... Estoy así por obra y gracia del Espíritu Santo.

Al otro día, Domingo de Ramos, después de la misa mayor, el sacerdote subió al púlpito y expulsó a Nicolasita de las cofradías y de su iglesia, por deshonesta y sacrílega.

Nicolasita, con los ojos bajos -más que de vergüenza, por contemplar su seno bendecido-, sonrió con dolorosa dulzura y se marchó del templo musitando el pasaje del Evangelio: “Bienaventurados los que sufren, porque ellos recibirán consolación”. Los mozos de la aldea le han apodado ya divinamente llamándola Nicolasita del Espíritu Santo.

Ella sabe y oye el mote sublime, y un rubor de orgullo colorea su cara feúcha de un rojo alegremente cándido. -Nicolasita es una lagartona- dicen unos. -Nicolasita es una desvergonzada- dicen los más.

En tanto, ella, sola en su casa y en la calle, marcha ufana, echando hacia atrás el cuerpo para ostentar con altivez el triunfo de su maternidad gloriosa... Cinco meses, seis, siete, ocho y nueve meses -¿Qué será esto? -se pregunta el pueblo.

-Nicolasita habrá tomado alguna droga. No tuvo valor de criar a su hijo, seguramente es de un buhonero que la habría conquistado con algunas baratijas, o de aquel anarquista que todo el pueblo le apedreó y se refugió en su casa.

Alguien dijo que se la había visto una noche oscura llena de relámpagos con un bulto bajo el rebozo negro, camino de la selva.

Siempre dije de ella que era una hipócrita. Y ya ven cómo mis dichos se confirmaron. Ahora, hasta han matado a su hijo, que está en el limbo por falta de bautismo, pudiendo haber sido un angelito de Dios. En “El Defensor”, periódico de los intereses generales que se “ditaba” por la única máquina de escribir del pueblo, apareció una gacetilla de don Pedro Nolasco en la cual se sindicaba al juez y al comisario como encubridores del crimen de infanticidio cometido por Nicolasita.

¡Oh, el poder de la prensa! El domicilio de Nicolasita fue allanado. Una multitud de curiosos acompañó al juez instructor.

Hallaron a la presunta delincuente, a quien no se veía hacía un mes, tendida en su viejo lecho. El juez se acercó con su secretario y comenzó el interrogatorio -No ha nacido todavía- respondió.- De pronto dio un espantoso alarido y pidió un sacerdote.

Volvió a dar un bárbaro quejido y murió. El médico se abrió paso entre los que rodeaban el lecho, y después de palpar el cadáver frío, se preparó a extender el certificado. Todos le rodearon y le pidieron que salvara a la criatura.-Sálvela, por favor, señor doctor- decían-, mire que es la voluntad de Dios que viva y honre al pueblo.

El médico sonrió con pasión despreciativa y se sentó a escribir el certificado de defunción: “muerte por quiste hidatídico”.

ACTIVIDAD SUGERIDA

- Lee el fragmento y opina sobre la actitud del pueblo y Nicolasita, ¿cuál te parece más honrada? Comenta con tu grupo sobre los prejuicios.

Frase de hoy: “El que tiene cuidado de lo que dice, nunca se mete en aprietos”. Proverbios 21- 23.
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