Natalicio Talavera, escribiendo sobre las páginas de la Guerra Grande

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Natalicio de María Talavera, el primer poeta del Paraguay independiente, nació en Villarrica del Espíritu Santo, el 8 de setiembre de 1839, hijo de José Carmelo Talavera y de Antonia Alarcón.

Natalicio, quien luego se convertiría en el primer poeta épico del Paraguay, inició sus estudios en Asunción con el maestro argentino Juan Pedro Escalada, –quien enseñaba en Paraguay desde principios del siglo XIX– para luego ingresar a sus 16 años a la Escuela Normal dirigida por el español Idelfonso Bermejo.

En el año 1856 se funda el Aula de Filosofía, –también Idelfonso Bermejo era el encargado de la educación– donde Natalicio Talavera fue uno de los elegidos para integrar esta prestigiosa institución.

El aula de Filosofía tuvo a su cargo la impresión de publicaciones, como los que se encuentran entre los primeros periódicos del Paraguay, "El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles" (21-05-1853)  y la "Revista Aurora" (04-10-1860), denominada "Enciclopedia mensual y popular de Ciencias, Artes y Literatura" donde publicó varios ensayos.

Precisamente, "Aurora" se denominó la generación de pensadores surgidos en esta parte de la historia paraguaya, donde surgieron junto a Talavera, Juan Crisóstomo Centurión, Cándido Bareiro, Gumersindo Benítez y Andrés Maciel, todos pertenecientes del Aula de Filosofía.

Una vez iniciada la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) Natalico Talavera se integra a las filas del ejército paraguayo, como corresponsal de guerra. Talavera enviaba sus crónicas sobre la contienda a través del telégrafo, que luego eran publicadas en El Semanario.

En 1867, en compañía de Juan Crisóstomo Centurión, funda en fecha 1-05-1867 el periódico de trinchera "El Cavichu’i", editado por la imprenta del Ejército paraguayo. Este periódico se redactaba tanto en guaraní como en castellano y buscaba levantar la moral de los soldados en el campo de batalla. Sus páginas incluían caricaturas que satirizaban a los ejércitos enemigos.

Natalicio Talavera murió siendo muy joven, el 11 de octubre de 1867, a la edad de de 28 años, a causa de la peste del cólera que afectó a los soldados en las trincheras durante la contienda bélica. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de Paso Pucú.

En su epitafio fue escrito:

La antorcha del saber brilló en su frente

E inspiración divina en su cabeza,

Siempre ostentó del genio la grandeza,

Que el tiempo no la pudo dominar:

La Patria y la Libertad fueron su anhelo;

Murió luchando por los santos lares,

Defendió con su pluma los Altares

Cual soldado que lidia hasta triunfar.

Por su participación y contribución al Paraguay durante la funesta contienda contra los países vecinos, Talavera recibió la condecoración de la Orden Nacional del Mérito.

En su honor se estableció la fecha 11 de octubre como "Día del Poeta Paraguayo", en el año 1971.

OBRAS

Este genio de la literatura paraguaya dejó como legado diversos escritos, poemas patrióticos y hasta un himno, donde quedó plasmado para siempre el dolor que sintió al ver a su patria cruelmente invadida y atacada.

Entre sus aportes más significativos se destacan el extenso comentario al Tratado de la Triple Alianza, publicado en "El Semanario" el 11 de agosto de 1866 y la primera biografía del General José Eduvigis Díaz, el 16 de febrero de 1867.

Himno Patrio

¡Paraguayos! Corred a la gloria
Y colmad vuestra patria de honor,
Escribiendo, al luchar, en la historia
Nuevos timbres de noble valor.
 
El feroz y cobarde enemigo
Que cien veces tembló a nuestra vista
Viene audaz a buscar la conquista
De la tierra que el cielo nos dio;
Y sus pasos resuenan confusos
Ya se escucha salvaje alarido:
¡Paraguayos! El suelo querido
El infame agresor profanó.
 
Del viva donde cuenta sus glorias
Esforzado y valiente guerrero,
Y do aguza constante el acero
Contra el vil y perverso invasor,
¿No observáis al contrario insolente?
¿No miráis ya sus tiendas plantadas?
¡Extinguid sus feroces mesnadas
De las armas al rudo fragor!
 
Al tañido marcial del clarín
Y al clamor de la guerra horrorosa
Se levanta gigante y hermosa
La bandera de fuerza y unión;
Dulce emblema de gloria y poder,
Que dio patria honor a esta tierra;
En la lucha, en la lid, en la guerra
Invencible te ostentas León.
 
Ese suelo inocente y hermoso
Que al gran río le debe su nombre
Es la tierra gloriosa en que el hombre
Con su sangre le dio libertad;
Aquí alzó la justicia su trono
Levantando su espada iracunda:
Aquí el ciervo su infame coyunda
En corona trocó de igualdad.
 
De la patria los templos y altares
Si es forzoso con sangre reguemos;
Y en sus aras de hinojos juremos
A ¡morir antes que esclavos vivir!
 
Desplegada en los aires se mira
De los libres la hermosa bandera,
Sus colores mostrando altanera
Del rubí, del diamante y zafir.

A MI MADRE

Ya para mí no hay gloria
Todo mí bien llevose la cruel muerte;
Triste recuerdo la fatal memoria
Me pinta en los dolores de mi suerte;
Pues la pasada historia
Paréceme ilusión forjada en sueño;
Y despertando del letal beleño
Al golpe de la parca, furibundo,
Atónito y lloroso considero,
Que cual brilla el relámpago ligero,
Así pasan las glorias de este mundo.

Cuan pura rosa en mayo,
No bien brilla argentada
Al golpe de aquilón,
Así súbito rayo
De la parca homicida
Cayó en su cara vida
Y abrió mi corazón.

¿Quién podrá consolar mi aguda pena?
Cada vez que a mi vista dolorida
Parezca objeto alguno que recuerde
La antes dichosa vida
Que al dulce arrullo de mi madre amada
Gocé... Mas ¿qué gocé? No gocé nada;
Siempre ausencia, y eterno descontento
Y si algunos instantes de alegría
Hurtarles pude a los sañudos hados
¿Puede con el dolor ser comparado
Lo que siente en este trance el alma mía?
Nada respeta la segur airada
De la muerte cruel, ni la hermosura
Ni la virtud preciada;
Todo hunde en las tinieblas oscuras.

Veintiuno de octubre, nunca, nunca
Pasará sin que llore el alma mía,
Con tanta exaltación como otro tiempo,
Tiempo dichoso "¡Cuando Dios quena!"
Me llenabas de júbilo y de gozo
Y de fino placer y de alborozo
De mí, por ser el venturoso día...
Y ya no podré verte tan hermosa
Cual la aurora risueña
Y con faz halagüeña
Cantar a los sones del arpa,
Ni brindar expresiva
Por la salud del hijo a cada instante
Y en tono alegre, con gentil semblante,
Repetir cariñosa ¡viva! ¡Viva!

 

 

Fuente: Portal Guarani; Periódicos antiguos de la Biblioteca Nacional.

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