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La presentación del informe "El Caso Ayoreo", el miércoles pasado, fue la ocasión para conversar con varios nativos de esta etnia, que llegaron a la capital para participar del evento que se realizó en la Sala Bicameral del Congreso.
Esta étnia, al igual que otras que habitan el Paraguay, sufrió terribles persecuciones, incluso hasta hoy sigue soportando la irracional penetración a lo que llaman su territorio ancestral, donde aún vive un pequeño grupo de silvícolas que se resiste al contacto con "nuestra civilización".
Mateo Sobode Chiquenoi, Joini Sosa Picanerai, Taobi Picanerai y Carlos Picanerai relatan en esta nota su niñez en la selva chaqueña y los motivos que los obligaron al contacto con los blancos y el mundo de hoy.
Mateo Sobode Chiquenoi abandonó la zona Cerro León, Chaco, en 1960 con un grupo de 40 ayoreos. "Yo tenía ocho años y vivía con mis padres, quienes eran mi escuela. Ellos nos guiaban y enseñaban. Vivíamos muy cerca de los mayores y, como estábamos en el monte, nos enseñaban cómo evitar el peligro de la selva", relató cuando se refirió a su infancia, etapa en que abandonó el monte.
Para ellos los peligros eran las vívoras, además tenían que aprender a estar atentos para intuir y evitar el ataque de un tigre o la incursión de los blancos, "que, cuando nos veían, querían matarnos", expresó.
Este acompañamiento de los padres, según Sobode Chiquenoi, era hasta los 14 años, y a partir de esa edad cada uno debía enfrentar los peligros del monte. Para defenderse utilizaban lanzas y arcos con flecha.
Al preguntársele sobre cuál fue la razón para abandonar el monte, indicó que su gente fue curiosa, pensaba que iba a conocer más, pero la realidad fue diferente. "Los misioneros católicos y los evangélicos de A Nuevas Tribus buscaban la forma de contactar con nosotros. Ellos nos mandaban decir, a través de los conversos, que debíamos dejar el monte y aceptar a sus dioses porque a quienes nosotros adorábamos no tenían el poder. Nos decían que sus dioses vendrían a llevarnos y quienes se resistiesen vivirían en el infierno", remarcó.
Hoy sostienen que fueron engañados. Para ellos, el miedo que les transmitían los misioneros dividía a los nativos, y no faltaban quienes creían en la mejor vida y salían para descansar del acoso de los blancos.
Mirando el pasado, Sobode Chiquenoi apuntó que en el monte ellos vivían mejor. No había gripe ni las enfermedades de los blancos. "Eramos sanos, fuertes y valientes", remarcó.
El nativo vive actualmente en Campo Loro, una región manejada por "A Nuevas Tribus", con cuyos misioneros el trato no es el mejor porque siempre hay entredicho por el pasado.
Al igual que los paraguayos, Sobode Chiquenoi y su grupo hoy deben trabajar, pero con la desventaja de que no hay ninguna legislación laboral que los proteja. No conocen el jornal mínimo ni mucho menos un salario fijo como tienen los demás trabajadores. "Fabricamos carbón a G. 280 el kilo. Es un trabajo muy sacrificado. Ni G. 50.000 alcanzamos en la semana. Es mortal para nosotros. Además de pagarnos muy poco por el producto en las cooperativas de Filadelfia, afecta mucho nuestra respiración", se quejó.
Esta étnia, al igual que otras que habitan el Paraguay, sufrió terribles persecuciones, incluso hasta hoy sigue soportando la irracional penetración a lo que llaman su territorio ancestral, donde aún vive un pequeño grupo de silvícolas que se resiste al contacto con "nuestra civilización".
Mateo Sobode Chiquenoi, Joini Sosa Picanerai, Taobi Picanerai y Carlos Picanerai relatan en esta nota su niñez en la selva chaqueña y los motivos que los obligaron al contacto con los blancos y el mundo de hoy.
Mateo Sobode Chiquenoi abandonó la zona Cerro León, Chaco, en 1960 con un grupo de 40 ayoreos. "Yo tenía ocho años y vivía con mis padres, quienes eran mi escuela. Ellos nos guiaban y enseñaban. Vivíamos muy cerca de los mayores y, como estábamos en el monte, nos enseñaban cómo evitar el peligro de la selva", relató cuando se refirió a su infancia, etapa en que abandonó el monte.
Para ellos los peligros eran las vívoras, además tenían que aprender a estar atentos para intuir y evitar el ataque de un tigre o la incursión de los blancos, "que, cuando nos veían, querían matarnos", expresó.
Este acompañamiento de los padres, según Sobode Chiquenoi, era hasta los 14 años, y a partir de esa edad cada uno debía enfrentar los peligros del monte. Para defenderse utilizaban lanzas y arcos con flecha.
Al preguntársele sobre cuál fue la razón para abandonar el monte, indicó que su gente fue curiosa, pensaba que iba a conocer más, pero la realidad fue diferente. "Los misioneros católicos y los evangélicos de A Nuevas Tribus buscaban la forma de contactar con nosotros. Ellos nos mandaban decir, a través de los conversos, que debíamos dejar el monte y aceptar a sus dioses porque a quienes nosotros adorábamos no tenían el poder. Nos decían que sus dioses vendrían a llevarnos y quienes se resistiesen vivirían en el infierno", remarcó.
Hoy sostienen que fueron engañados. Para ellos, el miedo que les transmitían los misioneros dividía a los nativos, y no faltaban quienes creían en la mejor vida y salían para descansar del acoso de los blancos.
Mirando el pasado, Sobode Chiquenoi apuntó que en el monte ellos vivían mejor. No había gripe ni las enfermedades de los blancos. "Eramos sanos, fuertes y valientes", remarcó.
El nativo vive actualmente en Campo Loro, una región manejada por "A Nuevas Tribus", con cuyos misioneros el trato no es el mejor porque siempre hay entredicho por el pasado.
Al igual que los paraguayos, Sobode Chiquenoi y su grupo hoy deben trabajar, pero con la desventaja de que no hay ninguna legislación laboral que los proteja. No conocen el jornal mínimo ni mucho menos un salario fijo como tienen los demás trabajadores. "Fabricamos carbón a G. 280 el kilo. Es un trabajo muy sacrificado. Ni G. 50.000 alcanzamos en la semana. Es mortal para nosotros. Además de pagarnos muy poco por el producto en las cooperativas de Filadelfia, afecta mucho nuestra respiración", se quejó.