La escultura gótica alcanza su madurez a fines del siglo XII, y a comienzos del XIII se inicia en la Abadía de Saint-Denis. En el Portal de los Reyes, de Chartres, la figura del Cristo es imponente y severa pero su rostro es humanizado.

En el tímpano de la puerta del lado norte, donde está representada la vida de la Virgen se logra una composición equilibrada y simétrica con relación a los cuerpos.

El gótico aparece ante nuestros ojos como una expresión de arte límpido y purísimo. Posteriormente la escultura sufre una decadencia: la composición vivaz del drapeado decaerá quedando solo el ritmo decorativo; el descubrimiento de nuevos equilibrios compositivos está substituido por una repetición de esquemas.

Durante su desarrollo se fue liberando del marco arquitectónico y adquirió volumen y movimiento. Los pliegues de las ropas fueron ganando movilidad y, en muchos casos, dejaron intuir la anatomía. Su fase final fue de excesivo patetismo.

Durante el siglo XIV se verificó un alargamiento de las formas. En el uso de un suntuoso refinamiento ornamental, el gótico tuvo su último acierto.