Los desafíos de la ética ambiental

1. El origen de la ética ambiental. En 1968, Raquel Carson comenzaba una revolución en el pensamiento, quizá una de las de mayor peso en la actualidad. En su libro “La primavera silenciosa”, acusaba del deterioro ambiental al poder ilimitado del ser humano.

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La creencia surgida en la modernidad, de que todo lo que el hombre decidía era en sí mismo lo mejor, por haber sido fruto de una voluntad libérrima, daba primacía y legitimidad absoluta a su acción sobre la naturaleza.

Surgieron con gran fuerza numerosos grupos ecologistas, que adoptaron un pensamiento que responde al nombre de “ecología profunda”. Los principios que proponía este movimiento (Naess 1984) pueden ser resumidos en ocho grandes puntos:


1) La vida de los seres no humanos es un valor en sí.

2) La riqueza y la diversidad de estas formas de vida son también valores en sí.

3) Los seres humanos no pueden intervenir de manera destructiva en la vida.

4) A este respecto, la intervención humana actual es eminentemente excesiva.

5) Por consiguiente, las reglas de juego deben ser radicalmente modificadas.

6) Esta modificación radical debe hacerse tanto a nivel de las estructuras económicas como de las estructuras ideológicas y culturales.

7) A nivel ideológico, el cambio principal consiste en apreciar más la calidad de la vida que el goce de los bienes materiales.

8) Las personas que acepten estos principios tienen la obligación de contribuir, directa o indirectamente, a la realización de los cambios fundamentales que aquellos implican.

2. La naturaleza de la ética ambiental. Algunas otras preguntas que intenta responder la ética ambiental son, entre otras: si la naturaleza, en cuanto a hábitat del hombre debe ser materia moral al igual que lo son las propiedades privadas o la salud; si los paradigmas éticos tradicionales están capacitados para responder a los problemas derivados de la crisis ecológica; si existen obligaciones y deberes a los que los hombres deban adecuar sus conductas cuando se relacionan con espacios naturales, animales o plantas; o si la ética debe ser un objeto privativo del ser humano en cuanto a persona dotada de razón y libertad y lenguaje, o deben se atribuidos a seres no humanos; por ejemplo, los simios. Se reflexiona sobre cuáles deben ser las leyes que se impongan, y si la naturaleza genera deberes. Si el origen de la obligación debe estar en la naturaleza como propugnan pensadores ecologistas; en el propio hombre como afirmaría Kant; o en Dios, como propone la Iglesia. Si los animales, plantas y espacios naturales deben ser sujetos de derecho y, en última instancia, si el propio campo de reflexión moral debe ser sencillamente ampliado o nos encontramos ante un cambio de modelo de reflexión (Gómez-Heras, 1997).

La controversia suscitada por la crisis ambiental y la necesidad de responder mediante una ética ambiental ha generado diversos puntos de vista. García Heras ha propuesto una tipología de dichos planteamientos y puntos de vista éticos:

- Biocentrista: fue propuesta y desarrollada por el médico, teólogo y Premio Nobel A. Schweitzer, en su proyecto “Ética del respeto a la vida”. En ella se parte del valor absoluto de la vida y las relaciones del hombre con los seres vivientes, y se articulan a partir del principio “yo soy vida que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir” (Schweitzer, 1960).

- Naturalismo ecológico o geocéntrico: desarrollado por la llamada “Ética de la tierra” de Leopold, y profundizado por el Deep Ecology Movement propuesto por Arme Naess, cuyo dogma central es el equilibrio biótico.

- Antropocentrismo: opción que continúa los modelos convencionales de ética tradicional reservando en exclusiva el mundo moral para el hombre, si bien extendiendo sus responsabilidades a una correcta conservación y administración de la naturaleza.

- Teleologismo: este nombre procede fundamentalmente de la obra de Hans Jonás, quien intenta buscar en la metafísica, una ética que justifique la conservación de la naturaleza. Su ética respecto a la naturaleza parte del principio de emergencia, cuyo primer postulado sobre el cual debe centrar sus acciones la humanidad, es el de sobrevivir.

Estas cuatro posiciones podrían simplificarse en dos opciones fundamentales: la antropocéntrica, en la que la relevancia moral recae fundamental o principalmente sobre el ser humano, y en la cual podría ser incluida la ética de supervivencia de Jonás; y la biocéntrica o geocéntrica, en la que lo vivo, en sus diferentes manifestaciones, es el primer objeto de la moralidad.

3. El antropocentrismo. Puede considerarse que el antropocentrismo fue formulado clásicamente por el presocrático Protágoras de Abdera (411-481 d.C.)
La naturaleza quedaba reducida a objeto, sometida a un proceso de desustanciación y despotenciación, que la incapacitaba para ser sujeto de derechos y soporte de valores.

Esta última eliminación de la naturaleza como objeto de la ética y su reducción a objeto de conocimiento, en el fondo lo que “ocultaba era la perversión de la idea de razón, la monopolización desde hace siglos del término razón como razón técnico-estratégica tendente a la eficacia, el éxito y el provecho, en lugar de razón concebida como apertura a todos los factores de la realidad”.

Kant formula este punto de partida antropocéntrico al afirmar que “se toma como deber hacia otros lo que es un deber del hombre hacia sí mismo”, de modo que las obligaciones del hombre frente a la naturaleza y los animales forman parte “indirectamente” del deber del hombre consigo mismo (Cortina-J. Conill, 1989).

En aquel tiempo, y prácticamente hasta nuestros días, el medio ambiente había carecido de la condición de materia moral para una gran mayoría de filósofos o no se había profundizado como ahora en dicha condición. La naturaleza situaba entre lo que los estoicos denominaban los adiaphora, las cosas axiológicamente neutrales desde un punto de vista ético.

Jenofonte afirmaba que la reflexión moral razonaba en el supuesto socrático de que solamente los asuntos concernientes al hombre poseen dimensión moral. La ética, se diría, tiene como objeto de reflexión las acciones de los hombres respecto a sí mismos o respecto a sus semejantes, mientras que la conducta humana respecto a la no-humano que le rodea: animales, plantas, tierra o aire, carecería de dimensión moral, a no ser que indirectamente lesionara derechos o intereses de otros hombres (Gómez-Heras, 1997).

Esta posición “antropocéntrica” sobre la ética continuó durante el Renacimiento, cuando se generalizó la convicción de que solamente tiene sentido aquello que el hombre recrea, transformándolo a su medida y de acuerdo con el propio interés. Ideas que subyacen a la imagen mecanicista del cosmos delineada por Galileo, Bacón o Descartes, en la que el hombre es contrapuesto a la naturaleza como señor, intérprete y dominador de la misma (Ibidem), así como cuantificador y formalizador matemático de la “res extensa” encauzada por Descartes y aplicada por la ciencia moderna (Husserl, 1976).
Por último, la disociación hombre-naturaleza, implícita en la dualidad “res cogitans-res extensa”, generó la convicción en el hombre moderno. En la actualidad, algunos defensores del antropocentrismo parten del propio campo de la ecología.

Así, Gómez Gutiérrez (1997) propone una ética en la que “el respeto que la naturaleza reclama, es un derecho que nace de la esencia misma de la supervivencia de las especies, como elementos de un sistema estrechamente integrado. En términos generales, lo lícito es defenderse del depredador, controlar al competidor, respetar al neutral y proteger al colaborador”, por lo que “el paradigma antropocéntrico, precisamente por dar prioridad absoluta a las cuestiones humanas y por tratarse de la calidad de vida y supervivencia de la especie, no sólo está capacitado para fundamentar una ética ecológica, sino que tiene que hacerlo”.

Frente a las versiones de esta ética, en las que los destinatarios de las consecuencias de la acción humana fueran excluidos como moralmente poco relevantes, han aparecido éticas menos antropocéntricas que se hacen cargo de casos difíciles que involucren precisamente a destinatarios no humanos de las acciones.

Un caso puede ser el de la ética teleológica de Jonás (1979) que propone superar la modernidad, lo que él denomina el “programa baconiano” de conquista de la naturaleza por el hombre, que lleva asociada la consideración de la naturaleza como algo sin valor intrínseco y reducida a mero instrumento para la satisfacción humana, con una ética nueva que hunda sus raíces en la metafísica.

Para Jonás, el hombre se ha erigido en amo despótico de la naturaleza y ésta ha comenzado a resentirse del devastador poder de la técnica (Rodríguez Duplá, 1997). Este cambio considerado cualitativo, por inaugurar horizontes inéditos para la acción humana, reclama principios morales nuevos. El más básico de ellos ordena incondicionalmente la conservación de la especie humana.

El aumento del radio de acción técnica, en especial el riesgo de catástrofe nuclear y el que conlleva la degradación de la biosfera genera una experiencia de peligro, una “heurística del miedo”, que aviva nuestra sensibilidad hacia la naturaleza y el valor de los bienes amenazados.

A la vista del carácter acumulativo y muchas veces irreversible de los efectos de la técnica moderna, toda cautela es poca, y la prudencia recomienda adoptar la máxima de conceder más crédito a los pronósticos negativos que a los positivos (Jonás, 1979).

El resultado de esta “heurística del miedo” sería el de una “ética de emergencia”, que traiga a primer plano los deberes relativos a la supervivencia de la humanidad, y suspenda cautelarmente las aspiraciones de más alto vuelo, no porque no sean en sí mismas razonables, sino que por el deseo del bien supremo puede tener como precio la desaparición del género humano.

Prosigo mi aprendizaje

- A tu criterio, ¿cuáles serían los grandes desafíos de la Ética Ambiental, en pleno siglo XXI?

- Menciono los principios que sustenta la ecología profunda, y comento cómo podemos aplicarlos en nuestra realidad.

- Esquematizo las tipologías de una Ética Ambiental propuesta por García Heras. Emito opinión al respecto.

Bibliografía

* RODRÍGUEZ DUPLÁ, L., 1997, “Una ética para la civilización tecnológica: La propuesta de H. Jonás”, en: Ética del Medio Ambiente: Problemas, Perspectivas, Historia, Tecnos, Madrid.

* RAMOS, Á., 1993, ¿Por qué la conservación de la naturaleza?, Del Valle de Salazar, Madrid.
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