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Su origen es político, razón por la que la incluimos en este capítulo, aunque pronto se extendió al análisis económico, como tuvimos ocasión de ver en un apartado anterior. La corriente aglutina autores heterogéneos: parte de ellos provienen del marxismo, otros, en cambio, aportan reelaboraciones estructuralistas.
La teoría de la dependencia hace abstracción de los obstáculos internos al crecimiento, presentes en los países en desarrollo, salvo los análisis marxistas que incluyen la lucha de clases a nivel nacional, y enfatiza la dominación política y económica de los países avanzados como causa fundamental de los problemas del desarrollo, siguiendo el análisis del imperialismo de Lenin. Los aspectos de la dependencia económica más comúnmente citados son, entre otros, los siguientes:
1. La fuerte penetración en la periferia de la inversión extranjera directa (procedente del centro).
2. El uso de tecnologías intensivas en capital, desarrolladas en el centro (que presenta abundante capital y escasez de mano de obra), en una periferia con escaso capital y abundante trabajo.
3. La especialización de la periferia en productos primarios o intensivos en trabajo.
4. Los patrones de consumo de las clases dominantes de los países en desarrollo, determinados por el efecto demostración y compuestos por bienes intensivos en capital y frecuentemente importados del centro.
5. Intercambio desigual en el comercio internacional: los países en desarrollo utilizan mucho más trabajo para producir los bienes que exportan a los países desarrollados que el que estos utilizan para producir los bienes que ofrecen a cambio, y, por tanto, el comercio internacional es perjudicial para la periferia.
Los dependentistas están persuadidos de que las relaciones con los países desarrollados (comercio, tecnología, capitales, multinacionales, etc.) no son sino las diversas expresiones del imperialismo. En el plano doméstico, aplican el clásico análisis marxista basado en la lucha de clases, por lo que esta se produce en dos planos, el doméstico y el internacional.
Hoy parece superada la tesis de la desconexión propugnada por la teoría de la dependencia. Sin embargo, algunos elementos de la dependencia merecen una valoración más positiva.
Sin duda, el orden económico internacional imperante obedece a los intereses de los países con mayor peso político y económico, y actitudes del Norte más solidarias y menos etnocéntricas son imprescindibles para intentar solucionar el problema del subdesarrollo en las
zonas más atrasadas.
En este sentido, es bueno que las antiguas metrópolis se vean confrontadas a las responsabilidades derivadas no sólo de la colonización, sino también de la mala descolonización.
Para la teoría de la dependencia, las relaciones con los países desarrollados son una expresión del imperialismo. En el plano doméstico, aplican el clásico análisis marxista basado en la lucha de clases, por lo que esta se produce en dos planos: el doméstico y el internacional.
Aunque tal vez no resulte creíble una exclusiva responsabilidad del Norte en el subdesarrollo del Sur, muchos estudiosos del desarrollo estarían de acuerdo en que una actitud del Norte más favorable hacia los países pobres (un acceso más fácil para sus exportaciones, cooperación técnica y financiera, etc.) facilitaría su desarrollo.
Esta función de protesta contra el orden económico internacional establecido fue asumida por el denominado desarrollo alternativo a finales de los ochenta y principios de los noventa. Sin embargo, la incorporación de muchas de sus ideas a las corrientes de pensamiento sobre desarrollo convencionales redujo su contenido contestatario. Esa función ha sido recogida por la corriente del denominado posdesarrollo.
La corriente de pensamiento sobre desarrollo denominada posdesarrollo bebe de las fuentes del pensamiento posmoderno, que a su vez postula el fin de la modernidad, lo que el filósofo Gianni Vattimo denomina la crisis del futuro. Se trata, sobre todo, de una crisis de los fines del desarrollo: el propio concepto de desarrollo estaría caducado.
Esta corriente, aunque muy heterogénea, parte de la constatación de que el concepto de desarrollo no ha funcionado, estima que ha supuesto un instrumento de occidentalización y un empleo de las ciencias sociales como instrumento de poder para el control del Tercer Mundo. El propio objetivo convencional del desarrollo, conseguir un estilo de vida semejante al de las clases medias occidentales para la totalidad de los habitantes del planeta, sería irrealizable e indeseable.
Alguno de sus representantes ha afirmado que lo que se necesita no es un desarrollo alternativo, sino alternativas al desarrollo. Es decir, abandonar los fines propios de la modernidad occidental y beber de fuentes endógenas.
Aunque coincide con la teoría de la dependencia en su rechazo de la dependencia externa, y aboga por la desconexión; sin embargo, debe distinguirse entre posdesarrollo y teoría de la dependencia: el posdesarrollo no es marxista en la medida en que no se centra en la lucha de clases; en vez de privilegiar un Estado fuerte y planificador, el énfasis se pone en lo local.
Para algunos, los defensores de esta corriente, la democracia se considera un valor occidental propio de la modernidad (occidental), y no un fin (universal) en sí mismo. El deseo de los pobres de seguir las pautas de consumo de las clases medias occidentales sería una ilusión occidental o, peor, un medio de imponerles la forma de vida occidental.
La teoría de la dependencia hace abstracción de los obstáculos internos al crecimiento, presentes en los países en desarrollo, salvo los análisis marxistas que incluyen la lucha de clases a nivel nacional, y enfatiza la dominación política y económica de los países avanzados como causa fundamental de los problemas del desarrollo, siguiendo el análisis del imperialismo de Lenin. Los aspectos de la dependencia económica más comúnmente citados son, entre otros, los siguientes:
1. La fuerte penetración en la periferia de la inversión extranjera directa (procedente del centro).
2. El uso de tecnologías intensivas en capital, desarrolladas en el centro (que presenta abundante capital y escasez de mano de obra), en una periferia con escaso capital y abundante trabajo.
3. La especialización de la periferia en productos primarios o intensivos en trabajo.
4. Los patrones de consumo de las clases dominantes de los países en desarrollo, determinados por el efecto demostración y compuestos por bienes intensivos en capital y frecuentemente importados del centro.
5. Intercambio desigual en el comercio internacional: los países en desarrollo utilizan mucho más trabajo para producir los bienes que exportan a los países desarrollados que el que estos utilizan para producir los bienes que ofrecen a cambio, y, por tanto, el comercio internacional es perjudicial para la periferia.
Los dependentistas están persuadidos de que las relaciones con los países desarrollados (comercio, tecnología, capitales, multinacionales, etc.) no son sino las diversas expresiones del imperialismo. En el plano doméstico, aplican el clásico análisis marxista basado en la lucha de clases, por lo que esta se produce en dos planos, el doméstico y el internacional.
Hoy parece superada la tesis de la desconexión propugnada por la teoría de la dependencia. Sin embargo, algunos elementos de la dependencia merecen una valoración más positiva.
Sin duda, el orden económico internacional imperante obedece a los intereses de los países con mayor peso político y económico, y actitudes del Norte más solidarias y menos etnocéntricas son imprescindibles para intentar solucionar el problema del subdesarrollo en las
zonas más atrasadas.
En este sentido, es bueno que las antiguas metrópolis se vean confrontadas a las responsabilidades derivadas no sólo de la colonización, sino también de la mala descolonización.
Para la teoría de la dependencia, las relaciones con los países desarrollados son una expresión del imperialismo. En el plano doméstico, aplican el clásico análisis marxista basado en la lucha de clases, por lo que esta se produce en dos planos: el doméstico y el internacional.
Aunque tal vez no resulte creíble una exclusiva responsabilidad del Norte en el subdesarrollo del Sur, muchos estudiosos del desarrollo estarían de acuerdo en que una actitud del Norte más favorable hacia los países pobres (un acceso más fácil para sus exportaciones, cooperación técnica y financiera, etc.) facilitaría su desarrollo.
Esta función de protesta contra el orden económico internacional establecido fue asumida por el denominado desarrollo alternativo a finales de los ochenta y principios de los noventa. Sin embargo, la incorporación de muchas de sus ideas a las corrientes de pensamiento sobre desarrollo convencionales redujo su contenido contestatario. Esa función ha sido recogida por la corriente del denominado posdesarrollo.
La corriente de pensamiento sobre desarrollo denominada posdesarrollo bebe de las fuentes del pensamiento posmoderno, que a su vez postula el fin de la modernidad, lo que el filósofo Gianni Vattimo denomina la crisis del futuro. Se trata, sobre todo, de una crisis de los fines del desarrollo: el propio concepto de desarrollo estaría caducado.
Esta corriente, aunque muy heterogénea, parte de la constatación de que el concepto de desarrollo no ha funcionado, estima que ha supuesto un instrumento de occidentalización y un empleo de las ciencias sociales como instrumento de poder para el control del Tercer Mundo. El propio objetivo convencional del desarrollo, conseguir un estilo de vida semejante al de las clases medias occidentales para la totalidad de los habitantes del planeta, sería irrealizable e indeseable.
Alguno de sus representantes ha afirmado que lo que se necesita no es un desarrollo alternativo, sino alternativas al desarrollo. Es decir, abandonar los fines propios de la modernidad occidental y beber de fuentes endógenas.
Aunque coincide con la teoría de la dependencia en su rechazo de la dependencia externa, y aboga por la desconexión; sin embargo, debe distinguirse entre posdesarrollo y teoría de la dependencia: el posdesarrollo no es marxista en la medida en que no se centra en la lucha de clases; en vez de privilegiar un Estado fuerte y planificador, el énfasis se pone en lo local.
Para algunos, los defensores de esta corriente, la democracia se considera un valor occidental propio de la modernidad (occidental), y no un fin (universal) en sí mismo. El deseo de los pobres de seguir las pautas de consumo de las clases medias occidentales sería una ilusión occidental o, peor, un medio de imponerles la forma de vida occidental.