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La educación debe contribuir al desarrollo integral de cada persona, esto es, cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad. Más que nunca se debe conferir a los jóvenes la libertad de pensamiento, de juicio, la expresión de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud, sean artífices de su destino y colaboren en el progreso de la sociedad a la cual pertenecen. Si todos coincidimos en que la educación debe contribuir al desarrollo integral de toda persona, se concluye fácilmente que la persona tiene varias dimensiones que deben ser desarrollados, y no solamente aquel enfocado al aprender a hacer.
Muy corrientemente solemos escuchar de alguien decir que tiene competencia profesional, indicando con ello que dicha persona tiene en primer lugar un verdadero conocimiento sobre el tema y que posee la destreza suficiente para desplegar un determinado trabajo profesional. Por ejemplo, de un profesional dedicado al ramo de la construcción -un albañil-, decimos que es competente, cuando toma su trabajo con el peso debido, esto es, interpreta planos y códigos expresados en un determinado proyecto; bajando al campo real, traduce los delineamientos teóricos al terreno concreto, pisando tierra prepara el escenario de la edificación, realiza marcaciones, metrajes y los cálculos requeridos por el proyecto. Subiendo un peldaño más en su competencia como constructor, hace el replanteo de la obra y pone las primeras piedras para fundamentar el edificio. De esta manera, con el tiempo requerido y planeado, levanta las paredes llegando a la altura exacta donde empieza a entretejer el maderamen que sostendrá la cobertura o techo. Así, con un minucioso detalle realiza finalmente las terminaciones que van desde el revoque hasta el último granito del piso que será pulido. Al término de la obra, el mismo constructor cae en la cuenta de que no en balde se atesoran el estudio debido (teoría), y la experiencia acumulada (práctica profesional). El mismo propietario de la obra se admira y concluye diciendo: Este sí tiene competencia profesional. Todo esto habla estupendamente del buen profesional, que superando el mero empirismo, llega a demostrar los quilates de su trabajo.
Conforme al ejemplo anterior, puede dar la impresión de que con esto terminó la obra, lamentablemente no es así, desde una perspectiva educativa, faltarían los diferentes complementos del ser profesional (lo que hace), es decir, la formación integral (lo que es, globalmente). La vida del profesional no se agota en lo que sabe hacer(esto es una parte), sino trascendiendo esta dimensión, y complementándola con su ser personal: desarrollo de cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad, y conectado con su ser familiar, el de sentirse parte integrante de un pequeño núcleo, contribuyendo en ese espacio con sus dotes de encaminar esa microsociedad, para pasar a desarrollar su ser comunitario, en el que el encuentro cotidiano con otras personas, a nivel laboral, social, educativo, entre otros, pueda ser un encuentro enriquecedor de construcción social en base a los valores, que tengan como producto final el desarrollo global de personas, familias, comunidades, y por qué no decirlo, también a nivel de una repercusión más global.
Si la educción hace cada vez más el esfuerzo de encaminar a los jóvenes hacia la libertad de pensamiento, de juicio, la expresión de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud, sean artífices de su destino y colaboren en el progreso de la sociedad a la cual pertenecen, dentro de un marco de la formación integral enraizada en valores, se estarían avizorando cambios fundamentales en el modo de ser de la presente generación.
Muy corrientemente solemos escuchar de alguien decir que tiene competencia profesional, indicando con ello que dicha persona tiene en primer lugar un verdadero conocimiento sobre el tema y que posee la destreza suficiente para desplegar un determinado trabajo profesional. Por ejemplo, de un profesional dedicado al ramo de la construcción -un albañil-, decimos que es competente, cuando toma su trabajo con el peso debido, esto es, interpreta planos y códigos expresados en un determinado proyecto; bajando al campo real, traduce los delineamientos teóricos al terreno concreto, pisando tierra prepara el escenario de la edificación, realiza marcaciones, metrajes y los cálculos requeridos por el proyecto. Subiendo un peldaño más en su competencia como constructor, hace el replanteo de la obra y pone las primeras piedras para fundamentar el edificio. De esta manera, con el tiempo requerido y planeado, levanta las paredes llegando a la altura exacta donde empieza a entretejer el maderamen que sostendrá la cobertura o techo. Así, con un minucioso detalle realiza finalmente las terminaciones que van desde el revoque hasta el último granito del piso que será pulido. Al término de la obra, el mismo constructor cae en la cuenta de que no en balde se atesoran el estudio debido (teoría), y la experiencia acumulada (práctica profesional). El mismo propietario de la obra se admira y concluye diciendo: Este sí tiene competencia profesional. Todo esto habla estupendamente del buen profesional, que superando el mero empirismo, llega a demostrar los quilates de su trabajo.
Conforme al ejemplo anterior, puede dar la impresión de que con esto terminó la obra, lamentablemente no es así, desde una perspectiva educativa, faltarían los diferentes complementos del ser profesional (lo que hace), es decir, la formación integral (lo que es, globalmente). La vida del profesional no se agota en lo que sabe hacer(esto es una parte), sino trascendiendo esta dimensión, y complementándola con su ser personal: desarrollo de cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad, y conectado con su ser familiar, el de sentirse parte integrante de un pequeño núcleo, contribuyendo en ese espacio con sus dotes de encaminar esa microsociedad, para pasar a desarrollar su ser comunitario, en el que el encuentro cotidiano con otras personas, a nivel laboral, social, educativo, entre otros, pueda ser un encuentro enriquecedor de construcción social en base a los valores, que tengan como producto final el desarrollo global de personas, familias, comunidades, y por qué no decirlo, también a nivel de una repercusión más global.
Si la educción hace cada vez más el esfuerzo de encaminar a los jóvenes hacia la libertad de pensamiento, de juicio, la expresión de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud, sean artífices de su destino y colaboren en el progreso de la sociedad a la cual pertenecen, dentro de un marco de la formación integral enraizada en valores, se estarían avizorando cambios fundamentales en el modo de ser de la presente generación.