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Nadie duda hoy día de que muchos de los desajustes sociales deben encararse desde el seno de la familia. Si desde esta dimensión no se acompaña competentemente la actual crisis de valores que padece la sociedad, creemos que no se avizoran tiempos mejores.
Reflexionar sobre la familia desde una perspectiva educativa es hablar de la misión misma de la educación, es decir, desde el sitial educativo se clarifica y se comprende la importancia de la familia en la vida de las personas y de la sociedad; por eso, volver sobre el tema nunca será repetitivo, por el contrario en la medida en que se vayan decantando los pormenores que hacen referencia a este núcleo de la sociedad, se estaría poniendo sobre el tapete que existe una tarea y un compromiso ante la cual no se puede bajar la guardia. Si estamos afirmando que el fin de la familia pasa por la incorporación de los hijos, dar a los componentes de ella los bienes materiales, culturales y espirituales necesarios para una vida digna y ser la base de la sociedad, estamos hablando de una labor que hace referencia a la vida y, consecuentemente, son aspectos que no se pueden improvisar.
Estos aspectos -existenciales- mencionados y atribuidos a la familia bien podríamos decir que le dan la superioridad de responsabilidad frente a cualquier formación social, incluido el Estado; en este sentido, primero es la familia y después cualquier otra institución. Por ello, la familia tiene derechos naturales antes que el Estado, y que éste debe reconocer y respetar. Más aún, la tarea principal del Estado es crear el ambiente favorable para que la familia, elemento material de la comunidad social, cumpla sus fines naturales. La Constitución Nacional resguarda los intereses de la familia: Se promoverá y se garantizará su protección integral (art.49).
Un aspecto primordial dentro de la familia es el matrimonio que, normalmente, desemboca en la familia. La familia es la sociedad de padres e hijos. Los vínculos de sangre entre padres e hijos fundan las inclinaciones dentro de la comunidad familiar. El hijo es el fruto del amor; el encuentro amoroso de hombre y mujer que no se queda a nivel personal, por el contrario, trasciende creando un nuevo ser: el hijo. Aquí se revela el misterio del sexo y de la vida humana, que comporta responsabilidad de la pareja de cara a la vida. No se trata ya del encuentro de dos instintos, sino la unión amorosa y responsable de dos seres que se prolongan y con ello se proyectan a ser colaboradores en el mejoramiento de la sociedad.
El matrimonio es, por naturaleza, fecundo, y esta fecundidad expresada en los hijos es un hecho cotidiano y, a la vez, maravilloso. Los hijos son la prolongación de los padres, son la cristalización de sus anhelos de eternidad, el matrimonio no es ya como se pensó por mucho tiempo, la institución al servicio de la procreación, es decir, no hay esposos para que pueda haber hijos, sino que el matrimonio es una comunidad de amor cuyo fruto natural son los hijos. Los esposos procrean porque se aman, porque los hijos manifiestan, encarnan el prodigio de la entrega total de hombre y mujer por amor.
Visto de esta manera, el compromiso matrimonial que se da en el seno de la familia, será preciso cumplir el cometido educativo: estimular la comprensión de la función de la familia como núcleo fundamental de la sociedad, considerando especialmente sus valores, derechos y responsabilidades. La educación nunca podrá dar las espaldas a la familia porque se sabe complementada en la búsqueda de objetivos comunes: una sociedad mejorada enraizada en valores con referencia a la vida.
Reflexionar sobre la familia desde una perspectiva educativa es hablar de la misión misma de la educación, es decir, desde el sitial educativo se clarifica y se comprende la importancia de la familia en la vida de las personas y de la sociedad; por eso, volver sobre el tema nunca será repetitivo, por el contrario en la medida en que se vayan decantando los pormenores que hacen referencia a este núcleo de la sociedad, se estaría poniendo sobre el tapete que existe una tarea y un compromiso ante la cual no se puede bajar la guardia. Si estamos afirmando que el fin de la familia pasa por la incorporación de los hijos, dar a los componentes de ella los bienes materiales, culturales y espirituales necesarios para una vida digna y ser la base de la sociedad, estamos hablando de una labor que hace referencia a la vida y, consecuentemente, son aspectos que no se pueden improvisar.
Estos aspectos -existenciales- mencionados y atribuidos a la familia bien podríamos decir que le dan la superioridad de responsabilidad frente a cualquier formación social, incluido el Estado; en este sentido, primero es la familia y después cualquier otra institución. Por ello, la familia tiene derechos naturales antes que el Estado, y que éste debe reconocer y respetar. Más aún, la tarea principal del Estado es crear el ambiente favorable para que la familia, elemento material de la comunidad social, cumpla sus fines naturales. La Constitución Nacional resguarda los intereses de la familia: Se promoverá y se garantizará su protección integral (art.49).
Un aspecto primordial dentro de la familia es el matrimonio que, normalmente, desemboca en la familia. La familia es la sociedad de padres e hijos. Los vínculos de sangre entre padres e hijos fundan las inclinaciones dentro de la comunidad familiar. El hijo es el fruto del amor; el encuentro amoroso de hombre y mujer que no se queda a nivel personal, por el contrario, trasciende creando un nuevo ser: el hijo. Aquí se revela el misterio del sexo y de la vida humana, que comporta responsabilidad de la pareja de cara a la vida. No se trata ya del encuentro de dos instintos, sino la unión amorosa y responsable de dos seres que se prolongan y con ello se proyectan a ser colaboradores en el mejoramiento de la sociedad.
El matrimonio es, por naturaleza, fecundo, y esta fecundidad expresada en los hijos es un hecho cotidiano y, a la vez, maravilloso. Los hijos son la prolongación de los padres, son la cristalización de sus anhelos de eternidad, el matrimonio no es ya como se pensó por mucho tiempo, la institución al servicio de la procreación, es decir, no hay esposos para que pueda haber hijos, sino que el matrimonio es una comunidad de amor cuyo fruto natural son los hijos. Los esposos procrean porque se aman, porque los hijos manifiestan, encarnan el prodigio de la entrega total de hombre y mujer por amor.
Visto de esta manera, el compromiso matrimonial que se da en el seno de la familia, será preciso cumplir el cometido educativo: estimular la comprensión de la función de la familia como núcleo fundamental de la sociedad, considerando especialmente sus valores, derechos y responsabilidades. La educación nunca podrá dar las espaldas a la familia porque se sabe complementada en la búsqueda de objetivos comunes: una sociedad mejorada enraizada en valores con referencia a la vida.