La economía y su finalidad

La actividad económica es, en primer lugar, una actividad humana realizada por personas y, por lo tanto, debe estar al servicio de las mismas. El bienestar humano y social es la finalidad de la economía.

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El problema económico es la búsqueda de la mejor distribución de los recursos escasos, y Paul A. Samuelson ha intentado dar su respuesta planteando algunas interrogantes básicas. Siguiendo su esquema, pero formulando las interrogantes introduciendo un criterio ético, se divide el desarrollo del tema por medio de los siguientes cuatro apartados:

- ¿Qué bienes deberían producirse?

La satisfacción de las necesidades humanas como finalidad de la economía: Todos aquellos bienes que los recursos (materiales y espirituales) escasos lo permitan para la satisfacción de las necesidades humanas.

Deberán aumentar su condición de vida. En efecto, las necesidades básicas (elementales o primordiales) no son ya las biológicas, sino el respeto a la dignidad, alimento y vestido, vivienda, educación, salud de cuerpo y alma.

El bienestar material se equipara al bienestar humano, en la medida que el fin de la producción sea para el servicio del hombre integral, es decir, tomando en cuenta sus necesidades materiales, sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas (carácter multidimensional). Las aspiraciones del hombre de hoy: verse libres de la miseria, mayor seguridad para la propia subsistencia, salud, estabilidad laboral, más responsabilidades, respeto a la dignidad, hacer más, conocer más, tener más para ser más.

El hombre tiene derecho a satisfacer sus necesidades materiales, ya que es una de las condiciones de la vida social, que permiten al hombre el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Los demás derechos, tanto personales como económicos, sociales políticos, culturales, deben quedar incluidos en el ámbito de lo que se considera fundamental para el desarrollo de una vida plena.

Los anteriores preceptos dejan de lado la lógica de los mecanismos ciegos del mercado, dirigidos a la acumulación de riquezas. También deja de lado la finalidad puramente económica, cifrada exclusivamente en las satisfacciones de necesidades materiales, medidas en dinero. Se destaca que todo el sistema capitalista se basa en esto.

- ¿Cómo debería producirse?

El proceso productivo se deberá organizar de manera que favorezca la humanización de la persona, esto es por sobre la ciencia y la técnica, que muchas veces ponen en juego la prudencia del hombre. La ciencia y la técnica han conllevado al hombre, en ver los métodos técnicamente posibles de producción mecánica, la perfección de la cultura y de la felicidad terrena. El error del materialismo consiste en subordinar lo espiritual y lo personal a lo material (materialismo práctico).

El hombre debe primar sobre todos los bienes creados, la propiedad, la ciencia y la técnica. Al participar en el proceso productivo, los trabajadores deberían tener una activa participación en los beneficios, propiedad y gestión.

La pregunta, ¿para quién debería producirse? equivale a cuestionarse sobre la justa distribución. Mientras quede regulada por las leyes del mercado jamás habrá distribución equitativa, y, por lo tanto, prevalecerán las desigualdades. Estas se superarán, en la medida que cambie el sistema de mercado actual por uno que vele por la igual dignidad de todos los hombres. Es decir, no basta con implementar políticas al interior del sistema actual, sino cambiar el sistema mismo.

La ecología

Una forma concreta de atentar contra la vida del hombre, es deteriorando el ambiente en el que vive. Cualquier violencia en el medio ambiente repercutirá tarde o temprano en el hombre. La moral ecológica constituye una defensa del hombre, en cuanto se preocupa por mantener y conservar las condiciones indispensables, que impidan el deterioro de su calidad de vida.

Se destaca que el hombre de hoy posee un mayor poder por deteriorar la naturaleza que el que tenía con anterioridad. Este poder produce desequilibrios insospechados.

Actualmente vivimos en una sociedad que agoniza y que camina hacia una destrucción inevitable; una sociedad dispuesta a suicidarse, y cuya meta de su conquista final es la misma abolición del hombre (C. S. Lewis). Existen quienes argumentan que es el precio a pagar para obtener civilización.

Los desastres ecológicos no serían nada más que el precio de esta civilización para mantener el nivel de confort y bienestar del hombre moderno. Pero esta es una visión conformista, que intenta justificar en gran parte los abusos en contra de naturaleza, como condición para conseguir beneficios múltiples.

El problema parte con la vertiginosa explosión demográfica, desde Cristo hasta hoy en día. Estas personas demandan alimentos, educación, energía. La problemática radica en la distribución de los recursos. Los países ricos (25% del planeta) consumen el 90% de los recursos. EE.UU. con el 6% de la población mundial consume el 30% de la energía y recursos primarios del planeta.

Un segundo aspecto de la crisis radica en la explotación de los recursos naturales. El rey, hoy en día, es el petróleo, pero este recurso se encuentra en franco agotamiento. Las reservas durarán pocos decenios más, mientras que el gas natural y el carbón estarán disponibles mucho tiempo.

La civilización moderna se ha convertido en una gran productora de basuras, que termina contaminando tanto la capa terrestre como de la atmósfera (Ozono). La contaminación del aire, agua y tierra actúan negativamente sobre la flora y fauna existentes, repercutiendo finalmente al mismo hombre. Se debe, sin embargo, agregar otras contaminaciones, tales como la concentración de grandes ciudades, la desaparición de zonas verdes, la contaminación acústica, etc.; y la degradación del ambiente espiritual, referido a la cultura, la tradición y las costumbres de los pueblos. Estas raíces son arrancadas en el nombre de la colonización.

La evolución social y económica afecta a todos los niveles de la existencia, y se encuentra condicionada a las relaciones del hombre con el hombre y con su entorno. Se hace crucial encontrar un equilibrio entre la satisfacción de las necesidades humanas y la calidad de un desarrollo humano afectivo y espiritual; no será posible, sin recurrir a la moderación y la “ascética” del sacrificio de algunos valores por otros más humanizantes.

Llevar a la práctica estas premisas implican pasar primero por un profundo convencimiento de que en las manos de cada generación se encuentra el futuro de las siguiente. Para ello se deberá estar dispuestos a sacrificar cualquier ventaja derivada de un desastre ecológico.
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