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Pero las ruinas sólo muestran el corazón de la ciudad en su máximo esplendor, habitada por unas 15.000 personas. La tierra era fértil, los pastizales muy buenos como así también la red de comercios que atraía a sus vecinos.
El Estado no podía ser opresivo porque las distancias eran enormes y el control militar impracticable.
El exceso de habitantes tuvo un impacto devastador. Los campos se secaron debido a la intensa explotación, se acabaron los árboles para la obtención de leña que utilizaban para calentarse y alimentarse, para los hornos utilizados para fundir hierro, las reservas de agua fueron insuficientes, y las minas de oro se agotaron.
A mediados de 1600, Gran Zimbabwe era abandonada por su rica civilización, víctima de su propio triunfo.
Pórtico del palacio real.
Una torre de forma fálica:
Industria pesada: El hierro se fundía en hornos, que se alimentaban con leña.
Más cerca de los dioses: En la cúspide se ubica el palacio del rey-Dios, que tenía varias esposas. Las habitaciones eran también un centro espiritual y estaban rodeadas de figuras totémicas.