La excusa: un aniversario más desde su desaparición física.
Lector y escritor precoz, llegó a afirmar en una entrevista que acabó de escribir su primera novela a la temprana edad de nueve años; claro que luego agradece la compasión de los años que permitieron que aquellas páginas lacrimógenas y muy románticas solo sobrevivan en el recuerdo. Continúa escribiendo para purgar la pena de conocer demasiado pronto las desventajas de la vida, condicionada por el abandono de su padre cuando él tenía seis años.
Luego de la publicación de un poemario y de algunos textos en revistas llega la obra con la cual se anima a enfrentar al público como Julio Cortázar, ya que antes lo hacía con el seudónimo de Julio Denis. Estamos hablando de Los Reyes, un drama teatral en el cual Cortázar (al igual que Borges, casi simultáneamente y por su cuenta en La casa de Asterión) reivindica la figura del minotauro, quien según la tragedia griega es un monstruo implacable, encerrado en un laberinto al cual cada luna nueva eran destinados siete hombres y siete doncellas para servir de alimento a la bestia, hasta que llega el héroe Teseo y lo asesina. Sin embargo en la obra de Cortázar el minotauro no es más que una víctima de la venganza de Poseidón, quien, dominado por la ira de descubrirse engañado, hace despertar en Pasifae un deseo libidinoso hacia el hermoso toro blanco que Minos, esposo de Pasifae, había prometido sacrificar en su nombre.
El minotauro representa al ser extraño, que se sale del molde, de los rigurosos parámetros de lo normal; es ese bicho raro al cual instintivamente atinamos a matar, sin conocer verdaderamente sus niveles de agresión o vulnerabilidad. Pero Cortázar nos alecciona diciendo: "Mira, solo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos".
De esta obra pocos podrían intuir el estilo que caracterizaría al escritor más adelante, ya que en este drama lírico mantiene una escritura sobria, clásica y casi conservadora, atributos que con sus siguientes obras, cargadas con un ritmo vertiginoso, con una cadencia sonora y con argumentos más que fantásticos él se encargaría de desmitificar.
Unos años después llega Bestiario, colección de cuentos con el cual el autor se siente más "seguro de lo que quiere decir" y hasta llega a afirmar, con menor porcentaje de modestia que de verdad, que "valía un poco más que lo que escribían otros de mi edad en Argentina". Confiesa también que la escritura de varios de los textos que incluye en esa publicación resultaron ser "autoterapias de tipo psicoanalítico", y por el mismo motivo varios de sus argumentos son autobiográficos.
En Carta a una señorita en París, el personaje es un traductor que se atrasa en la entrega de sus trabajos a causa de que a cada tanto vomita conejitos; pero este hecho fantástico no es el problema del traductor impuntual, sino lo que hacen los conejitos -que ya superan una cifra manejable- en el apartamento de la destinataria de la carta. El rasgo autobiográfico en este texto es el oficio de traductor que ejercía Cortázar por aquel entonces. De hecho, su periodo de formación como traductor público también dio argumento a otro de sus cuentos titulado Circe. Dice acerca del mismo: "lo escribí en un momento en que estaba excedido por los estudios que estaba haciendo para recibirme de traductor público en seis meses, cuando todo el mundo se recibe en tres años. Y lo hice. Pero a costa, evidentemente, de un desequilibrio psíquico que se traducía en neurosis muy extrañas, como la que dio origen al cuento".
Realismo Fantástico
Además de estas extrañas neurosis la prosa de Cortázar también posee un alto porcentaje de lirismo y un ritmo vertiginoso con el cual seduce e invita al lector a seguir leyendo. En cuanto a temática, uno de sus ingredientes infaltables es el toque fantástico con el que reviste la atmósfera de sus narraciones. Ya conocimos al traductor que vomita conejitos, también está la mujer en Circe, quien es una especie de viuda negra; en Continuidad de los parques el lector de una novela termina siendo protagonista de la misma; en Las armas secretas el argumento está tan sutilmente enrevesado con anacronismos que me resulta imposible contar la trama sin estropear el cuento.
Pero no solo en argumento, también en lo que refiere a la estructura Cortázar es uno de los que más experimentó con técnicas de composición. Un ejemplo claro en cuanto estructura podría ser Rayuela, novela que el mismo autor describe como: "este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros", ya que se puede leer de forma normal hasta el capítulo 56, el segundo (libro) empieza en el 73, luego vuelve al primer capítulo y así, saltando distancias, yendo y viniendo, como el juego al que alude el título del libro.
Pero el genio del escritor no se limita a experimentos estructurales ni a extravagancias lúdicas, sino que también ahonda en lo profundo del misticismo de la cultura vernácula de nuestra región -que la crítica occidental, a falta de imaginación o como estrategia de marketing se le dio por llamar Realismo Mágico-, además de poseer un porcentaje de compromiso con los procesos de cambios sociales.
El escritor contó que una vez estando en el Thèatre des Champs Elysées, escuchando un concierto, tuvo bruscamente la noción de unos personajes que flotaban en el aire, a los que llamaría Cronopios; nombre que daría origen a otra de sus maravillosas obras. Cortázar, al igual que estos extraños personajes que deambulan por teatros, también sigue vagando por su obra, confundiéndose con los personajes desde la omnipresencia del narrador omnisciente, pero sin interrumpir, sin participar en el desarrollo de la trama, como un fantasma que mira, escucha y cuenta la versión más humana de la historia.