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Joan Crawford: mucho más que "Mamita querida"

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Dicha labor podría resultar nada sencilla ya que implica centrarse en varios momentos decisivos, tanto desde el punto de vista positivo como negativo, que le permitieron a la actriz -a pesar del accidentado sendero que tuvo que recorrer- llegar a la cima de su profesión.

Al igual que ocurre en el caso de nuestra recientemente comentada Bette Davis, la carrera de Joan Crawford se distinguió especialmente por un hecho digno de encomio: se creó a sí misma. A diferencia de otras grandes estrellas de la época, ni Bette ni Joan tuvieron a un guionista/productor/director que propulsara sus carreras y bajo cuyas alas poder ampararse y permitirse una existencia tanto más llevadera en ese casi siempre despiadado rincón del mundo conocido Hollywood.

 

Al igual que Bette, Joan llegó a la eterna fábrica de sueños siendo virtualmente nadie, para terminar convirtiéndose en uno de los grandes íconos de los años dorados del séptimo arte, a fuerza de empeño, trabajo duro y dedicación y devoción hacia su arte. Un biógrafo incluso recurrió a la expresión "hermanas hasta la médula" en aras de describir cuán ligados estaban sus respectivos orígenes, aun cuando Bette es considerada hasta hoy la actriz que se hizo estrella y Joan la estrella que se volvió actriz.

Sus comienzos se remontan a aquellos maravillosos años en que una estrella de cine debía invariablemente poseer una imagen cinematográfica específica e inconfundible ante el público. Ello, sin embargo, constituía un arma de doble filo, dado que quienes creían ciegamente en su estrellato como un don que les fue otorgado desde los mismos cielos y, por ende, se aferraban a dicha imagen más de lo debido, generalmente terminaban convirtiéndose en un producto rancio para la gran pantalla. La consigna era renovarse sutilmente siempre, despojarse de esa imagen inmutable, sin perder, claro, la esencia que hacía que cada uno de los ídolos de entonces fuera reconocible ante el público en general.

 

 

La "chica americana" se veía reflejada en menor cantidad de exponentes, aunque de gran renombre. Gente de la talla de Mary Pickford, Marion Davies, Mabel Normand y Clara Bow se encargaban de proveer al público de experiencias menos trascendentales y "místicas", aunque les permitía verse reflejado en realidades más urbanas y asequibles, lo cual, después de todo, era bienvenido y, hasta cierto punto, valorado. Era el momento apropiado para recibir a otra "chica de al lado".

Aunque ambiciosa y decidida a triunfar, en realidad Joan no ambicionaba el estrellato como actriz sino como bailarina, y fue de ese modo que pudo llegar a Hollywood, ya que el ganar varios concursos de charleston le otorgó cierta fama a principios de los años 20 dentro de la
comunidad bohemia.

 

 

Sus primeras apariciones en la pantalla fueron en calidad de corista, donde muy pronto logró destacarse entre el montón debido a su inusual y poco convencional belleza, espíritu desenfadado y actitud vivaracha. Así, muy pronto se adjudicó al "honor" de ser la doble oficial de otra estrella en ciernes, Norma Shearer, quien pese a ser una actriz competente poseía una ventaja extra por sobre todas las demás: era la esposa de Irving Thalberg, el joven productor considerado "niño prodigio" en la Metro Goldwyn Mayer. Con respecto a esto, años más tarde, la Crawford apuntaría entre risas: "¿Cómo competir con Norma? ¡Ella dormía con el jefe!".

Astuta desde un principio, Joan comprendió que de no tomar acciones no llegaría a ninguna parte. Fugaces planos de perfil y de espaldas no harían mucho por su carrera, por lo que emprendió una singular campaña de autopromoción consistente en reaparecer con asiduidad en los sitios que le habían otorgado cierta fama: los clubes de jazz, haciendo lo que mejor sabía hacer: bailar.

 

Irónicamente, una activa vida nocturna, que suele ser devastadorapara muchas carreras, fue lo que impulsó la suya, ya que de ese modo los productores repararon en el hecho de que tenían en sus manos a una potencial estrella mediante la cual podrían explotar un género no muy difundido entonces, que capturase el espíritu descocado del momento. Eran los "locos años 20" y poco de ellos quedaría plasmado en la pantalla, de no tomarse medidas urgentes.

 

 

Así, su nombre encabezó proyectos como Pretty Ladies, Sally, Irene and Mary, Tramp, Tramp, Tramp (1925), Our Dancing Daughters (1928) y Our Modern Maidens (1929), donde se hacía patente su peculiar presencia escénica, así como su arrojo y desenvoltura a la hora de exhibirla.

Crawford comenzaba así a delinear el personaje a través del que muy pronto se adjudicaría gran fama: la joven barriobajera que, a fuerza de su laboriosidad y perseverancia, conseguía abrirse paso en la vida. Era, después de todo, su propia historia llevada a la pantalla una y mil veces.

Nacida Lucille Fay LeSueur un 23 de marzo de 1905 (aparentemente, el año correcto, aunque algunas fuentes hablan de 1904 y otras de 1906) en San Antonio, Texas (EE.UU.) en un hogar de clase media-baja abandonado por el padre poco tiempo antes de su nacimiento, su infancia no fue precisamente de ensueño. 

Posteriormente, su madre contrajo nupcias con el dueño de una sala cinematográfica que, tal y como era costumbre en la época, presentaba breves espectáculos de vodevil antes de cada función, lo que influiría decisivamente en el futuro profesional de la futura estrella.

Según se relata en el documental Joan Crawford: The Ultimate Movie Star, la pequeña Lucille fue objeto de constante abuso psicológico por parte de su madre, quien brindaba evidente trato preferencial al hijo mayor, Hal, excluyéndola de la relación y haciéndola sentir no querida.

Esto provocó un fuerte sentido de la independencia en la niña, quien le tomó verdadero afecto a su padrastro, Henry Cassin, desprendiéndose de su apellido verdadero y tomando el suyo.   

Ya desde muy pequeña decidió que el baile era lo suyo, por lo que una grave herida sufrida en uno de sus pies mientras jugaba en el patio de su casa representó poco menos que una catástrofe, ya que un médico incluso aseguró que de por vida cargaría con una cojera. La pequeña Lucille decidió firmemente que ello no habría de ocurrir, y tras meses de sufrir intensos dolores, su recuperación fue completa y no quedaron rastros del incidente.

 

Tal era su determinación que no había barreras suficientes para impedir que consiguiera sus objetivos. Prueba de ello es que, tras la llegada del cine sonoro a finales de los 20, la mayoría de las estrellas de la época fueron expulsadas inmisericordemente del star-system debido principalmente a un inapropiado registro vocal para el estilo requerido para las películas de aquel tiempo. Crawford fue una de las poquísimas que lograron el traspaso sin apenas sufrir un rasguño.

 

 

Mediante largas horas de lecturas en voz alta en la soledad de su habitación, la artista consiguió despojarse de su poco refinado acento tejano, adquiriendo otro más elegante, al tiempo de procurar que, a su vez, no sonase demasiado pretencioso para el espectador común. 

Sin una verdadera formación actoral, Crawford siempre recordó como momento clave su intervención en la cinta The Unknown (1927), protagonizada por Lon Chaney, de quien ella aseguró haber aprendido la diferencia entre "simplemente situarme delante de la cámara y actuar".

 

A su vez, ambiciosa y determinada a triunfar, aprendió una lección importantísima en la vida profesional de todo actor y en especial de las actrices, que llevaría en cuenta por el resto de su vida: dentro de la industria, los amigos más valiosos son quienes están detrás de cámaras. Pese al temperamento de prima-donna que forjaría con el paso del tiempo, nunca descuidó el hecho de que un camarógrafo o iluminador fastidiado por causa de una estrella cascarrabias o caprichosa podría perjudicar su aspecto en pantalla. Cabe destacar que la Crawford obviamente respetó esta regla por el resto de su vida, dado que incluso en sus últimos años ante las cámaras lució -como mínimo- impecable.

1932 constituiría un hito en la carrera de Joan Crawford: su estrellato era finalmente confirmado cuando fue requerida para tomar parte en la cinta que se convertiría en ganadora del Óscar por Mejor Película de aquel año: Grand Hotel, con un elenco que reunía a varios de los más grandes nombres de la industria, encabezado por Greta Garbo y seguido por los hermanos Barrymore (John y Lionell) y el ganador del Óscar a Mejor Actor por The Champ (1931), Wallace Beery.

 

 

Aunque los tabloides esperaban poder conseguir jugoso material a partir de la probable rivalidad que podría surgir entre ambas estrellas femeninas, lo cierto es que Garbo y Crawford, a más del hecho de no compartir ni una sola escena en el filme, apenas se cruzaron durante el rodaje. El carácter reservado y elusivo de la estrella sueca no se alteró en lo absoluto durante la realización de la película, por lo que apenas si departió con el resto del elenco, una vez que las cámaras dejaban de rodar, lo justo y necesario.

 

El filme fue un gran éxito de taquilla y de crítica, y visto hoy, es la sorprendentemente vital interpretación de Crawford la que lo salva de lucir anticuado y rígido.

Ese mismo año, Joan sería testigo de sus primeras críticas adversas: la cinta Rain, donde interpreta a una prostituta ladina pero de buen corazón que es asediada por un grupo de hombres, entre ellos un predicador protestante de doble moral, constituyó una afrenta a todo lo que la Liga de la Decencia y otras instituciones similares defendían a capa y espada. Joan había querido interpretar ese papel desde que viera años antes a su ídolo, la maravillosa Gloria Swanson, protagonizar la versión muda de la película, por lo que no se arrepintió de las consecuencias.

 



Demás está decir que considerado desde un punto de vista amoral, la cinta es como mínimo muy entretenida y la actuación de Joan, excelente, valiente y hasta si se quiere vanguardista.

Fue por esos años en que la actriz decidiría comenzar a alterar su aspecto físico de manera drástica. Junto con el legendario maestro del maquillaje Max Factor, Joan extremó todo lo que ya había de peculiar en su fantástico y poco convencional rostro de increíble estructura ósea, llevando al límite un punto en particular: sus labios. De contextura normal, éstos pasaron a ostentar un grosor inusitado que, sumado al impecable delineamiento de ojos y cejas, le brindaron lo que uno de sus biógrafos daría en llamar "warrior aspect" (aspecto de guerrera), de cariz ciertamente intimidante.    

 

 

Al año siguiente, la estrella, tras confirmar médicamente su incapacidad de concebir, adopta a una recién nacida a la que en principio llamó Joan Jr., pero a la que poco tiempo después le cambiaría el nombre por el de Christina. Posteriormente, Joan adoptaría a otros cuatro niños
más y se convertiría en el ejemplo de madre modelo y generosidad ante la nación. O al menos, eso se creía.

Poco tiempo después, el contrato de Joan con la MGM estaba por expirar una vez más, pero en esta ocasión los directivos decidieron no renovarlo. Luego de haber formado parte del estudio por 18 años, la estrella se estaba acercando a los 40 años, y pese a encontrarse en una forma envidiable, los tiempos estaban cambiando y otro tipo de actrices se estaban imponiendo en el horizonte.

 

A este respecto, había una frase muy difundida entre la gente del estudio: "Norma Shearer encabeza las superproducciones, Greta Garbo provee el arte... Y Joan Crawford gana el dinero por las tres".

 

Pese a ello, la MGM decidió prescindir de sus servicios sin mayores explicaciones.

Tras sortear la inmediata e inevitable incertidumbre con respecto a su futuro, Joan pronto recibiría una más que interesante propuesta laboral: un contrato con la Warner Bros., donde Bette Davis era aún reina absoluta, lo que implicaba un más que interesante desafío para Joan.

 

 

Irónicamente, un papel rechazado por la Davis constituiría el mayor triunfo en la carrera de Joan Crawford: Mildred Pierce (1945), catalogada dentro del film noir y que representa uno de los grandes momentos de Crawford en la pantalla. Su sentida actuación como una madre divorciada que lucha por el bienestar de sus dos hijas y que, pese a ello, una de ellas la traiciona, involucrándose con su nuevo compañero, le valió el Óscar como Mejor Actriz aquel año.

Una seguidilla de éxitos tendría lugar posteriormente en su nuevo estudio: Humoresque (1946), Possessed (1947) y The Damned Don't Cry (1950), que contienen varian de las mejores interpretaciones de la estrella en la gran pantalla, supusieron grandes sucesos que incrementaron su renombre en la industria. Un nuevo modelo cinematográfico de mujer se forjaba gradualmente y Joan Crawford estaba más que dispuesta a adoptarlo.

 

El estilo fuerte-feminista-romántico-independiente que por años venían interpretando magistralmente Bette Davis, Katharine Hepburn y Barbara Stanwyck tenía ahora una nueva exponente en Crawford, cuya reputación de actriz frívola y centrada principalmente en su imagen se transformaba para dar paso a otra de mayor profundidad emocional.

 

 

En 1956, Joan se enfrenta por primera vez a un tema tabú: el de la mujer de mediana edad involucrándose con un amante mucho más joven en la cinta de bajo presupuesto Autumn Leaves, que una vez más le reportó excelentes críticas.

 

En 1959, Joan se enfrentaba a otro tabú pero ya perteneciente a la vida real: el formar parte de una película en carácter de estrella invitada, lo que podría tomarse como el declive en la carrera de una actriz de primera línea. Esto ocurría en The Best of Everything, donde por primera vez en su carrera su nombre no encabezaba el reparto. Tal había sido su poderío
en Hollywood durante sus mejores años que, de los 8 filmes que coprotagonizó junto a Clark Gable, el nombre de la actriz se ubicó primero en los créditos en 7 ocasiones.

 

 

Los rumores acerca del rodaje de la película son dispares: mientas unos aseguran que dardos verbales fueron lanzados desde ambas partes siempre que hubo oportunidad, otros indican que ambas estrellas se comportaron de manera profesional y casi angelical durante la filmación, pese a detestarse mutuamente. La película recaudó millones y revitalizó las respectivas carreras de ambas divas por algún tiempo, lo que desafortunadamente no duró demasiado.

Todavía inmersa en el género del suspenso, Joan protagonizó otra cinta similar en 1964: Strait-Jacket, donde interpreta a Lucy Harbin, una esposa engañada que asesina a su marido y a la amante de éste cortándoles la cabeza con un hacha mientras dormían. El resto de la cinta se desarrolla unos 20 años después, tiempo durante el cual Lucy ha estado internada en un psiquiátrico, y a su salida debe enfrentarse nuevamente al mundo exterior, que se encarga de recordarle una y otra vez acerca de su estadía en el hospital. El trasfondo psicológico se impone sobre el tinte de suspenso y Joan sale victoriosa con otra espléndida actuación dramática.    
 
Crawford continuaría dentro del género con películas como Berserk (1968) y Trog (1970) en las que, según confesó más tarde, tomó parte debido a sus apuros financieros y por encontrarse aburrida. Lastimosamente, en aquellos años no abundaban precisamente los roles de calidad para una actriz en su madurez y, por tanto, quienes deseaban seguir trabajando debían poco menos que conformarse con lo que le ofrecían. Una estrella de su calibre ciertamente merecía una mejor culminación para una trayectoria de 45 años, pero penosamente ello no habría de ocurrir.

 

 

Afortunadamente, una honrosa excepción vendría de la mano de un joven recién llegado llamado Steven Spielberg, quien dirigió a la veterana estrella en el episodio piloto de Night Gallery (1970-1973), serie de TV que contiene la última gran interpretación de Joan y cuya participación en la misma la enorgulleció hasta el final de sus días.

Los últimos siete años de su vida, Joan los pasaría asistiendo a eventos de caridad y tomando parte activa en campañas, como la del cáncer de mama, así como recibiendo galardones por su gran carrera, aunque lentamente iba volviéndose una reclusa en su apartamento por voluntad propia.

 

La gran estrella fallecería de cáncer de páncreas el 10 de mayo de 1977. Afortunadamente, ignoraba que una oscura campaña se estaba gestando en su contra.

 

 

Como era de esperarse, el libro se convirtió en best-seller inmediatamente, viendo la luz su versión cinematográfica en 1981. Irónicamente, Faye Dunaway, para quien Joan no había tenido más que elogios desde que la vio trabajar a mediados de los 60, se encargó de encarnarla en la cinta.

Versiones contradictorias surgieron por doquier: voces a favor y en contra de testigos se alzaron por igual, asegurando unas que todo lo relatado por Christina en el libro era falso y malintencionado, producto de la codicia; otras, proclamando que los sucesos eran verídicos y que Joan fue una madre cruel y manipuladora.

 

Demás está aclarar que no nos corresponde tomar partido ni mucho menos entablar juicio moral, pero sí podemos apuntar que hubiera sido justo que tales acusaciones fueran lanzadas mientras la acusada estuviese viva y con facultades para exponer su versión de los hechos. Hoy, sólo cabe hacer conjeturas.  

 

 

Más allá de cuál haya sido la verdad de los hechos, no se debe olvidar la actriz fue antes que nada un ser humano, con los defectos propios que ello conlleva. De haber sido una madre abusiva, ello prueba una vez más que un niño abusado está condenado a repetir la historia, de un modo u otro; de no haberlo sido, lamentamos que su memoria fuera manchada tan vilmente. 

 

Confiamos en que los años se encarguen alguna vez de esclarecer definitivamente los hechos.    

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