Cargando...
Debe ser muy tranquilizante para el pueblo uruguayo saber que su país está en manos de una persona de mente abierta, desideologizada, intelectualmente eficiente y éticamente comprometida, como la que exhibe, con toda modestia, por cierto, este estadista. Comparemos el modo práctico de juzgar las cosas del uruguayo con el de nuestros funcionarios denominados a sí mismos "ambientalistas", combatiendo con un fanatismo digno del medioevo la supuesta malignidad diabólica de la soja, el maíz o el algodón transgénicos, a los agroquímicos y a cualquier producto industrial que su dogma condena. Por ejemplo, mientras Mujica reconoce que "como máquina de generar riqueza, de multiplicar los bienes materiales en una sociedad, el mercado ha demostrado de momento que es la cosa más eficiente que hay", el titular del Senave, Ing. Agr. Miguel Lovera, afirma que "hemos llegado a un límite de tolerancia a la manipulación que emprendemos nosotros en, básicamente, cada acción productiva". Aquí tenemos hablando, al mismo tiempo, a un hombre del siglo XXI y a un reaccionario medieval.Nos sorprende una vez más el presidente José Mujica con su exposición sencilla y práctica acerca de cómo debe entenderse la realidad actual en nuestros países. Debe ser muy tranquilizante para el pueblo uruguayo saber que su país está en manos de una persona de mente abierta, desideologizada, intelectualmente eficiente y éticamente comprometida, como la que exhibe, con toda modestia, por cierto, el estadista uruguayo.
Ya comentamos en más de una ocasión lo conveniente que es para el presidente Lugo y su equipo de gobierno tomar una ducha de sentido común y sabiduría elemental aprendiéndose los conceptos y recetas básicas expuestos en las declaraciones del presidente Mujica.
Son ideas y no pasiones facciosas las que se escuchan cuando el señor Mujica dice, por ejemplo: "Hemos también cambiado los de la izquierda, propiciamos el desarrollo económico, y propiciamos porque lo necesitamos, porque si no hay desarrollo económico, no hay qué repartir".
¡Y qué desalentador es comparar esta actitud tan pragmáticamente bien orientada con la desorientación y oscuridad ideológica de la que hacen gala tantos de los políticos en el Gobierno autoubicados en la izquierda a ultranza del espectro político local!
Comparemos ese modo práctico de juzgar las cosas con el de nuestros funcionarios denominados a sí mismos "ambientalistas", combatiendo con un fanatismo digno del medioevo la supuesta malignidad diabólica de la soja, el maíz o el algodón transgénicos, a los agroquímicos y a cualquier producto industrial que su dogma condene. No digamos ya la anatematizada "agricultura empresarial", supuestamente autora de todos los males del campo.
Mientras el izquierdista (racional y sensato) Pepe Mujica afirma que "hay que reconocer que como máquina de generar riqueza, de multiplicar los bienes materiales en una sociedad, el mercado ha demostrado de momento que es la cosa más eficiente que hay", el Ing. Agr. Miguel Lovera, nada menos que presidente del Senave, manifiesta que "hemos llegado a un límite de tolerancia a la manipulación que emprendemos nosotros en, básicamente, cada acción productiva", queriendo de esta manera sin duda referirse a lo que cree entender como los "excesos" del afán de producir y la "necesidad" de detener este impulso. Paradójicamente, esto que resulta tan repugnante al anacrónico funcionario gubernamental paraguayo, es estimulado en los países progresistas, como nuestro vecino Brasil, a punto de convertirse en la sexta potencia económica mundial.
Aquí tenemos hablando, al mismo tiempo, a un hombre del siglo XXI y a un reaccionario medieval. Lo que hacen Lovera y sus seguidores, descalificadores de la tecnología moderna de producción, es lo mismo que hacían los que en la Edad Media procesaban y condenaban a los hombres de ciencia, a los investigadores, a los curiosos artistas e intelectuales que osaban ir más allá de lo que la autoridad permitía.
Los que, por ejemplo, declaran que los productos transgénicos son peligrosos "porque no se sabe qué efectos negativos pueden producir en el futuro" utilizan el mismo modo de razonar de los que enjuiciaban en tribunales ideológicos a los pioneros de la Astronomía, la Química o la Biología.
Los izquierdistas que combaten ciegamente los avances tecnológicos lo hacen solamente porque los miran como símbolos del avance capitalista. Su cerrazón mental les impide entender que el progreso científico, sea donde fuere que se produzca y con el dinero de cualquier país que lo financie, es un logro beneficioso para la humanidad entera, incluidos ellos mismos, que suelen ser hipócritamente los primeros en comprar y disfrutar de las novedades tecnológicas: aire acondicionado, 4x4, teléfonos celulares, etc.
Un hombre que vivió la política en malas épocas y en las peores posiciones, como José Mujica, llega a la madurez comprendiendo cabalmente cuál es el sentido del progreso de la historia; entiende que hay que rectificar rumbos y mejorar procedimientos, que no hay que creer que "el mercado lo arregla todo"; pero que ve claramente que la vuelta atrás, el retorno al corporativismo medieval que están tratando de imponernos hoy mismo los ambientalistas radicalizados, ya no es posible. Que ya no es posible seguir sembrando como durante la Colonia; que no es posible combatir las plagas de la agricultura con oraciones o soplos de humo; que el arado y los bueyes han quedado atrás; que la humanidad exige que cada vez se produzca más con menor compromiso de recursos naturales y espacio físico, y que esto solamente se puede conseguir y, felizmente, va lográndose gracias a los nuevos conocimientos científicos y tecnológicos que se producen en laboratorios financiados con el producto económico del desarrollo así generado, conformando un estupendo círculo virtuoso.
El futuro en este mundo será de los pueblos que desarrollen los conocimientos científicos y puedan aplicarlos a su mayor bienestar y felicidad. Los que escojan someterse a la autoridad del dogma en vez de abrirse a la libertad de investigación científica y experimentación quedarán definitivamente atrás. A quien lo dude, que le baste leer todos los días en los periódicos la pavorosa realidad social de los Estados teocráticos.
Sería muy feliz y afortunado nuestro país si alguna izquierda sensata lograra desplazar del debate sobre la construcción del futuro a estos nuevos burócratas de la izquierda retrógrada del gobierno de Lugo, que a fuerza de concurrir gratis a centenares de seminarios, congresos y talleres en donde se repiten miles de veces las mismas consignas y dogmas de fe ideológica, terminan por quedar completamente apartados de la realidad del mundo en marcha, cegados por la ignorancia y consumidos por el fanatismo y el rencor.
Ya comentamos en más de una ocasión lo conveniente que es para el presidente Lugo y su equipo de gobierno tomar una ducha de sentido común y sabiduría elemental aprendiéndose los conceptos y recetas básicas expuestos en las declaraciones del presidente Mujica.
Son ideas y no pasiones facciosas las que se escuchan cuando el señor Mujica dice, por ejemplo: "Hemos también cambiado los de la izquierda, propiciamos el desarrollo económico, y propiciamos porque lo necesitamos, porque si no hay desarrollo económico, no hay qué repartir".
¡Y qué desalentador es comparar esta actitud tan pragmáticamente bien orientada con la desorientación y oscuridad ideológica de la que hacen gala tantos de los políticos en el Gobierno autoubicados en la izquierda a ultranza del espectro político local!
Comparemos ese modo práctico de juzgar las cosas con el de nuestros funcionarios denominados a sí mismos "ambientalistas", combatiendo con un fanatismo digno del medioevo la supuesta malignidad diabólica de la soja, el maíz o el algodón transgénicos, a los agroquímicos y a cualquier producto industrial que su dogma condene. No digamos ya la anatematizada "agricultura empresarial", supuestamente autora de todos los males del campo.
Mientras el izquierdista (racional y sensato) Pepe Mujica afirma que "hay que reconocer que como máquina de generar riqueza, de multiplicar los bienes materiales en una sociedad, el mercado ha demostrado de momento que es la cosa más eficiente que hay", el Ing. Agr. Miguel Lovera, nada menos que presidente del Senave, manifiesta que "hemos llegado a un límite de tolerancia a la manipulación que emprendemos nosotros en, básicamente, cada acción productiva", queriendo de esta manera sin duda referirse a lo que cree entender como los "excesos" del afán de producir y la "necesidad" de detener este impulso. Paradójicamente, esto que resulta tan repugnante al anacrónico funcionario gubernamental paraguayo, es estimulado en los países progresistas, como nuestro vecino Brasil, a punto de convertirse en la sexta potencia económica mundial.
Aquí tenemos hablando, al mismo tiempo, a un hombre del siglo XXI y a un reaccionario medieval. Lo que hacen Lovera y sus seguidores, descalificadores de la tecnología moderna de producción, es lo mismo que hacían los que en la Edad Media procesaban y condenaban a los hombres de ciencia, a los investigadores, a los curiosos artistas e intelectuales que osaban ir más allá de lo que la autoridad permitía.
Los que, por ejemplo, declaran que los productos transgénicos son peligrosos "porque no se sabe qué efectos negativos pueden producir en el futuro" utilizan el mismo modo de razonar de los que enjuiciaban en tribunales ideológicos a los pioneros de la Astronomía, la Química o la Biología.
Los izquierdistas que combaten ciegamente los avances tecnológicos lo hacen solamente porque los miran como símbolos del avance capitalista. Su cerrazón mental les impide entender que el progreso científico, sea donde fuere que se produzca y con el dinero de cualquier país que lo financie, es un logro beneficioso para la humanidad entera, incluidos ellos mismos, que suelen ser hipócritamente los primeros en comprar y disfrutar de las novedades tecnológicas: aire acondicionado, 4x4, teléfonos celulares, etc.
Un hombre que vivió la política en malas épocas y en las peores posiciones, como José Mujica, llega a la madurez comprendiendo cabalmente cuál es el sentido del progreso de la historia; entiende que hay que rectificar rumbos y mejorar procedimientos, que no hay que creer que "el mercado lo arregla todo"; pero que ve claramente que la vuelta atrás, el retorno al corporativismo medieval que están tratando de imponernos hoy mismo los ambientalistas radicalizados, ya no es posible. Que ya no es posible seguir sembrando como durante la Colonia; que no es posible combatir las plagas de la agricultura con oraciones o soplos de humo; que el arado y los bueyes han quedado atrás; que la humanidad exige que cada vez se produzca más con menor compromiso de recursos naturales y espacio físico, y que esto solamente se puede conseguir y, felizmente, va lográndose gracias a los nuevos conocimientos científicos y tecnológicos que se producen en laboratorios financiados con el producto económico del desarrollo así generado, conformando un estupendo círculo virtuoso.
El futuro en este mundo será de los pueblos que desarrollen los conocimientos científicos y puedan aplicarlos a su mayor bienestar y felicidad. Los que escojan someterse a la autoridad del dogma en vez de abrirse a la libertad de investigación científica y experimentación quedarán definitivamente atrás. A quien lo dude, que le baste leer todos los días en los periódicos la pavorosa realidad social de los Estados teocráticos.
Sería muy feliz y afortunado nuestro país si alguna izquierda sensata lograra desplazar del debate sobre la construcción del futuro a estos nuevos burócratas de la izquierda retrógrada del gobierno de Lugo, que a fuerza de concurrir gratis a centenares de seminarios, congresos y talleres en donde se repiten miles de veces las mismas consignas y dogmas de fe ideológica, terminan por quedar completamente apartados de la realidad del mundo en marcha, cegados por la ignorancia y consumidos por el fanatismo y el rencor.