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Este glorioso emblema simboliza, en primer lugar, la unidad de la nacionalidad paraguaya y la "encarnación purísima de nuestras glorias", como bien lo refiere la Invocación a la Bandera. A lo largo de nuestra historia, ella fue inspiración principalísima de los más resonantes triunfos y testigo fundamental de los sacrificios más heroicos. El lema que el pabellón patrio ostenta en su anverso, Paz y Justicia, constituye en verdad el vasto programa en el que todos los paraguayos debiéramos estar involucrados. La Paz y la Justicia tienen que reinar en el Paraguay. Sin justicia real no habrá paz duradera. En este Día de la Bandera, exhibamos públicamente y con orgullo nuestro pabellón; adornemos las ciudades, plazas y calles con él, pero, muy fundamentalmente, renovemos la veneración por este principal símbolo de nuestra nacionalidad con obras de verdad, no solamente para cumplir con un rito anual, sino para expresar de manera indubitable la aceptación de nuestra cuota de responsabilidad con esta histórica y fascinante obra colectiva que se llama Paraguay.Conmemoramos hoy el Día de la Bandera, la fecha establecida para expresar veneración a nuestra enseña nacional, cuyos orígenes se remontan a los primeros años de la emancipación patria. Sin embargo, su creación oficial fue establecida por resolución del Congreso General Extraordinario del 25 de noviembre de 1842. Se trata del principal símbolo de la Nación paraguaya, así dispuesto por la Constitución Nacional en su artículo 139, en el que menciona al "pabellón de la República" antes incluso que a los otros dos signos representativos de nuestro país: el sello nacional y el himno.
Este glorioso emblema simboliza, en primer lugar, la unidad de la nacionalidad paraguaya y la "encarnación purísima de nuestras glorias", como bien lo refiere la Invocación a la Bandera. A lo largo de nuestra historia, ella fue inspiración principalísima de los más resonantes triunfos y testigo fundamental de los sacrificios más heroicos. Bajo su vigorosa protección se acogieron de la misma manera los poderosos y los humildes, los niños y los ancianos, los del campo y los de la ciudad, porque ella no hace distinción alguna sobre la condición de sus hijos; a todos brinda idéntico amparo y con todos se muestra igualmente generosa.
En los momentos en que se pretendía arrebatarnos aquello que por derecho propio nos pertenecía, cuando nuestra soberanía fue agredida por los potentes ejércitos de naciones extranjeras hambrientas de dominio y hegemonía, la bandera de la patria insufló valentía a los soldados paraguayos para que defendieran la integridad territorial. En épocas de paz, fue el estímulo de los gobernantes y de los ciudadanos comprometidos con la noble tarea de la reconstrucción nacional.
Ella debe motivarnos hoy también en nuestros esfuerzos por consolidar la democracia, por sacar al Paraguay del atraso, por generar un sólido desarrollo económico, por edificar una sociedad más equitativa, con oportunidades para todos sus hijos. En este sentido, el lema que el pabellón patrio ostenta en su anverso, Paz y Justicia, constituye en verdad el vasto programa en el que todos los paraguayos debiéramos estar involucrados con pujante y renovado patriotismo.
La Paz y la Justicia tienen que reinar en el Paraguay. Así lo entendieron los padres de la patria al escoger ambos conceptos para ser estampados en nuestra bandera. Es que los dos valores son inseparables; por este motivo el lema del pontificado del papa Pío XII rezaba precisamente "Opus Justitiae Pax", la paz es obra de la justicia. Sin justicia real no habrá paz verdadera.
En nuestro país no habrá justicia real mientras las instituciones continúen debilitadas, mientras la corrupción y la venalidad sigan robándoles oportunidades a los que menos tienen, mientras algunos tengan todo y muchos no posean nada, mientras los políticos continúen anteponiendo su interés personal o el de sus partidos al bien común; en una palabra, mientras existan paraguayos que se sigan colocando una escarapela en el pecho o una bandera en su ventana sin sentir el verdadero compromiso que honrar a la patria requiere.
En este Día de la Bandera exhibamos públicamente y con orgullo nuestro pabellón, adornemos las ciudades, plazas y calles con él, pero, muy fundamentalmente, renovemos la veneración por este principal símbolo de nuestra nacionalidad con obras y de verdad; no solamente para cumplir con un rito anual de la liturgia patria, sino para expresar de manera indubitable la aceptación de la cuota de responsabilidad que cada uno tiene con este gran proyecto, con esta gran empresa, con esta histórica y fascinante obra colectiva que se llama Paraguay, a fin de que sea cada vez más próspero, más respetado y más agradable de vivir para nosotros mismos y nuestra descendencia.
Este glorioso emblema simboliza, en primer lugar, la unidad de la nacionalidad paraguaya y la "encarnación purísima de nuestras glorias", como bien lo refiere la Invocación a la Bandera. A lo largo de nuestra historia, ella fue inspiración principalísima de los más resonantes triunfos y testigo fundamental de los sacrificios más heroicos. Bajo su vigorosa protección se acogieron de la misma manera los poderosos y los humildes, los niños y los ancianos, los del campo y los de la ciudad, porque ella no hace distinción alguna sobre la condición de sus hijos; a todos brinda idéntico amparo y con todos se muestra igualmente generosa.
En los momentos en que se pretendía arrebatarnos aquello que por derecho propio nos pertenecía, cuando nuestra soberanía fue agredida por los potentes ejércitos de naciones extranjeras hambrientas de dominio y hegemonía, la bandera de la patria insufló valentía a los soldados paraguayos para que defendieran la integridad territorial. En épocas de paz, fue el estímulo de los gobernantes y de los ciudadanos comprometidos con la noble tarea de la reconstrucción nacional.
Ella debe motivarnos hoy también en nuestros esfuerzos por consolidar la democracia, por sacar al Paraguay del atraso, por generar un sólido desarrollo económico, por edificar una sociedad más equitativa, con oportunidades para todos sus hijos. En este sentido, el lema que el pabellón patrio ostenta en su anverso, Paz y Justicia, constituye en verdad el vasto programa en el que todos los paraguayos debiéramos estar involucrados con pujante y renovado patriotismo.
La Paz y la Justicia tienen que reinar en el Paraguay. Así lo entendieron los padres de la patria al escoger ambos conceptos para ser estampados en nuestra bandera. Es que los dos valores son inseparables; por este motivo el lema del pontificado del papa Pío XII rezaba precisamente "Opus Justitiae Pax", la paz es obra de la justicia. Sin justicia real no habrá paz verdadera.
En nuestro país no habrá justicia real mientras las instituciones continúen debilitadas, mientras la corrupción y la venalidad sigan robándoles oportunidades a los que menos tienen, mientras algunos tengan todo y muchos no posean nada, mientras los políticos continúen anteponiendo su interés personal o el de sus partidos al bien común; en una palabra, mientras existan paraguayos que se sigan colocando una escarapela en el pecho o una bandera en su ventana sin sentir el verdadero compromiso que honrar a la patria requiere.
En este Día de la Bandera exhibamos públicamente y con orgullo nuestro pabellón, adornemos las ciudades, plazas y calles con él, pero, muy fundamentalmente, renovemos la veneración por este principal símbolo de nuestra nacionalidad con obras y de verdad; no solamente para cumplir con un rito anual de la liturgia patria, sino para expresar de manera indubitable la aceptación de la cuota de responsabilidad que cada uno tiene con este gran proyecto, con esta gran empresa, con esta histórica y fascinante obra colectiva que se llama Paraguay, a fin de que sea cada vez más próspero, más respetado y más agradable de vivir para nosotros mismos y nuestra descendencia.