Hipócrita tratamiento del tema niños de la calle

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El senador Alfredo Jaeggli anuncia su intención de presentar un proyecto de ley para regular la presencia de los mal llamados "trabajadores de la calle" en la vía pública, por constituir un peligro para los transeúntes y un estado de riesgo para los menores, en el caso de los chicos y chicas explotados por los adultos. Saldrán entonces los que defenderán a los que están en la calle, acusando a los legisladores de ser los responsables del fenómeno "porque los pobres están allí porque no tienen trabajo", y reclamarán que los políticos que están en el Gobierno son los que tienen que crear fuentes de trabajo. Pero estos mismos que defienden a los "niños trabajadores de la calle" se oponen al trabajo serio, acorde con sus posibilidades y sus edades, que muchas empresas quieren ofrecerles a los niños y niñas adolescentes. Estos son los hechos que deben ser discutidos con franqueza y sin los remilgos populistas del "aichejáranga". Son obstáculos enormes, reales, bien visibles pues están frente a nuestras narices desde ya al menos una generación. Si hay algo que la experiencia enseña es que la multiplicación de leyes y de organismos "de protección", de "asistencia social", no sirven para nada.Por enésima vez se disparará la polémica sobre qué hacer con los niños de la calle, es decir, con los chicos y chicas mendigos que en los cruces semafóricos se ofrecen para limpiar parabrisas, vender cosas o simplemente pedir dinero.   

Desde muchos años atrás se ha venido hablando y escribiendo abundantemente sobre ellos, sobre el estado de riesgo en el que se encuentran, sobre la explotación de que casi todos ellos son objeto, de que ese ambiente constituye la etapa previa para la delincuencia y otras formas de violencia, de que son un peligro para las personas, o una gran molestia, y un largo etcétera.   

También se barajaron centenares de respuestas al problema. Se preguntó mil veces para qué sirven las numerosas organizaciones no gubernamentales que reciben generosas donaciones de fondos de organismos extranjeros para ayudar con las soluciones; de qué se ocupan los organismos públicos creados para esa misma finalidad; qué aportaron las leyes y otras normas dictadas para supuestamente enfrentar mejor este caso social de urgencia.   

Hay muchos discursos "socialmente sensibles" (o sensibleros) de parte del Gobierno y  de las ONG. El propio presidente Fernando Lugo prometió en el mensaje inaugural de su gobierno que, junto con los indígenas, los niños de la calle iban a recibir su atención prioritaria. Pero nadie explica cómo es que con tantos discursos, dinero y aparatos burocráticos puestos en juego no pudo siquiera detenerse –ya no se diga reducir– el proceso de crecimiento del fenómeno.   

A estas alturas del debate volver a repetir que esos niños deberían estar en la escuela, que no se tendría que permitir que sean explotados por adultos, que se los está dejando caer en la marginalidad más abyecta, etc., etc., sería una verdadera pérdida de tiempo, además de servir para eludir la obligación de actuar, que es lo que sucedió hasta ahora. Mucho blablá sobre los niños de la calle, pero escasas medidas que puedan indicar que se comenzó a transitar el camino de las soluciones definitivas.   

Ahora, el senador Alfredo Jaeggli anuncia su intención de redactar y presentar un proyecto de ley para regular la presencia de los mal llamados "trabajadores de la calle" en la vía pública, por constituir un peligro para los transeúntes, en el caso de los pandilleros, y un estado de riesgo para los menores, en el caso de los chicos y chicas explotados por los adultos.   

Saldrán entonces los que defenderán a los que están en la calle, acusando a los legisladores de ser los responsables del fenómeno "porque los pobres están allí porque no tienen trabajo", y reclamarán que los políticos que están en el Gobierno son los que tienen que crear fuentes de trabajo. Es decir, la vieja falacia metida de contrabando en la cultura autoritaria paraguaya: que el problema del desempleo puede y debe ser resuelto por el Estado. O bien, que "es preciso crear leyes" para solucionar la falta de trabajo, la criminalidad y otros males sociales.   

Ojalá que solo dictando leyes se resolvieran los problemas económicos y sociales. Si fuera así, ¡qué fácil sería todo! Lamentablemente, la creación de fuentes de empleo, si se diera, tampoco sacaría de la calle a los que están allí, trabajando, mendigando o delinquiendo, porque esas personas –o quienes las explotan– no buscan una ocupación regular, que implica estudiar, adquirir habilidades, someterse a una disciplina, aceptar obligaciones, etc., sino obtener dinero de la manera más fácil y rápida posible, aunque se trate de una recaudación incierta, pequeña, ilícita o riesgosa.   

Las personas que están en la calle tienen una cantidad de deficiencias mayor que el promedio de los habitantes, deficiencias que deben ser compensadas antes de que puedan ingresar a cualquier actividad formal, tales como la ineducación, la mala salud, las pésimas condiciones de moralidad de su ambiente, una familia inexistente o desintegrada, su contacto permanente con el delito y muchas más.   

¿Quién daría trabajo en una empresa regular a una persona que se sabe proviene de ese ámbito? Pero si fueran adecuadamente entrenados, los chicos podrían trabajar en forma compatible con sus estudios, como hacen otros en los servicios de supermercados, en las entregas a domicilio, en tareas de menor responsabilidad y carga horaria que en todas partes se requieren. Porque si tienen tiempo para gastar sus monedas y su tiempo en locales de juegos electrónicos, mucho mejor les vendrá una actividad laboral, pese a los cuestionables argumentos de quienes se oponen al llamado "trabajo infantil". Estos que defienden a los "niños trabajadores de la calle" se oponen al trabajo serio, acorde con sus posibilidades y sus edades, que muchas empresas quieren ofrecerles a los niños y niñas y adolescentes.   

Estos son los hechos que deben ser discutidos con franqueza y sin los remilgos populistas del "aichejáranga". Son obstáculos enormes, reales, bien visibles pues están frente a nuestras narices desde hace ya al menos una generación.   

Si hay algo que la experiencia enseña claramente en nuestro país es que la multiplicación de leyes y de organismos "de protección", de "asistencia social" no sirven para nada. Millones de dólares gastados con esa finalidad no dieron como resultado que ni uno solo de esos mendigos, disfrazados o no, niños o adultos, fuera salvado de la degradación y corrupción callejera. Por el contrario, cada vez hay más, tanta gente que ya deben haber formado bandas organizadas para poder protegerse de los competidores y cuidar sus "territorios".   

Por supuesto que las medidas de corrección del problema deben ser pensadas por todos y ser ejecutadas por las autoridades públicas. Alguna vez tendrá que hacerse, aunque debe ser más temprano que tarde, porque la situación se va tornando insostenible. En cualquier momento se producirá en la vía pública un hecho lo suficientemente violento como para horrorizar a todos, y entonces se clamará a los cielos, una vez más, cínicamente: "¡Debemos encarar el problema con determinación para resolverlo de una vez por todas!".   

Las autoridades estatales y las ONG que reciben fondos para encarar estos casos continúan, por tanto, siendo los principales responsables de impulsar soluciones a este grave problema de los "trabajadores" de la vía pública. Seguiremos aguardando a que hagan algo en este grave problema que, hasta ahora, se utiliza como una fantástica bandera para recibir aportes cuyo destino hasta ahora no se traduce en el objetivo original anunciado.
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