Hijo de Hombre - Augusto R. Bastos

- ¡Gaspar murió virgen! -repetía tercamente el viejo, sobre el esternón. También ahora la puedo imaginar a María Rosa buscando, esperando al desaparecido, purificándose en la espera, como si de golpe hubiera descubierto que todos los hombres eran uno solo y que precisamente ese hombre ya no estaba y quizá no regresaría nunca.

Cargando...

Pasaron meses, tal vez años. Un hachero trajo al pueblo la noticia, contó que en lo más hondo del monte, mientras volteaba árboles, había escuchado sonar una guitarra hacia el atardecer. Al principio pensó en alguna agüería.

- Pora o pombero, me dije. Capaz que fuera el yasy yateré. Aunque yo no creo en esas cosas -dijo en el corro que se había formado para oírlo-. La guitarra seguía sonando. Busqué el lugar de donde venía el sonido. Me costó encontrarlo, la música apretada por el monte, me toreaba de un lado y otro. Al fin me metí por un pique y desemboqué en un cañadón. Vi primero el rancho. Enfrente, sentado sobre un tronco, Gaspar estaba tocando una guitarra blanca. Sin barnizar... Está enfermo, tiene el mal de San Lázaro... Una consternación general barrió las caras.

El hachero contó que le tendió la mano y que el otro no se la tomó diciéndole:

- No le doy la mano a nadie. Solamente a esta... señaló el Instrumento. A ella no la puedo contagiar.

- ¿Dónde está? -preguntó Macario.

- No puedo contar... -se defendió el hachero,

- Vas a contar -le conminó el viejo-. Tenemos que ir a buscarlo.

- Le juré sobre el hacha que no diría nada. Gaspar quiere estar solo...

María Rosa abandonó el ruedo. Mientras los demás se quedaban discutiendo, ella se fue a su rancho. Puso en una canasta varias argollas de chipas y bastimentos, y se encaminó hacia el monte. Ella sabía dónde trabajaba el hachero.

Al día siguiente, el grupo encabezado por Macario se cruzó con ella, que venia de regreso.

La detuvieron en la picada. Se negó a hablar. Volvía cambiada, con el rostro de una sonámbula.

Macario y sus acompañantes también se estrellaron contra la voluntad de aislamiento del enfermo, contra su decisión de permanecer allí hasta el fin, -Omano va’ekuéko ndojehe’ái oikoveva ndive... (Los muertos no se mezclan con los vivos.) contaba Macario que les dijo de lejos, impidiéndoles con un gesto que se acercaran.

- Venimos a llevarte, Gaspar -le dijo Macario-, te hemos buscado por todas partes.

- Yo ya estoy muerto -contestó lentamente- y puedo decirles que la muerte no es tan mala como la creemos.

Dijo Macario que se quedó en silencio un buen rato.

Me va tallando despacito -contó que dijo después-. Mientras me cuenta sus secretos. Es bueno saber por lo menos que uno no acaba, que continúa en otra vida, en otra cosa. Porque hasta en la muerte se quiere seguir viviendo. Eso lo sé ahora. La muerte me ha enseñado a tener paciencia. Yo le hago un poco de música...-dijo con una sonrisa, como en broma-. Para pagarle. Nos entendemos..

- Pero sufres, Gaspar.

- ¿Sufro? Sí sufro. Pero no por esto.. -se echó una mirada hasta los pies-. Sufro porque tengo que estar solo, por lo poco que hice cuando podía por mis semejantes.

- Por eso venimos a llevarte. Puedes sanar. Te vamos a atender.

Movió la cabeza y los miró desde una profundidad insondable. Era como si un muerto se levantara para testificar sobre lo irrevocable de la muerte.

Luego, para romper el maligno sortilegio, se sentó sobre el tronco y empezó a preludiar el Campamento Cerro León como una despedida. El himno anónimo de la Guerra Grande surgió al cabo, extrañamente enérgico y marcial, de las cuerdas llenas de nudos.

- Contra eso no había nada que hacer -dijo Macario.

La noche se apretaba sobre el alba. Las manos hinchadas se movían sobre la tapa del pálido instrumento, que se fue quedando a oscuras hasta que dejó de sonar.

Fue la última vez que lo vieron y que hablaron con él.

Volvían una y otra vez al cañadón. Pero el enfermo los esquivaba con el tino infalible de la soledad que sabe protegerse a si misma cuando es irremediable.
Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...