Cargando...
La participación de Gloria Stuart en la cinta de James Cameron en 1997 constituyó un acontecimiento cinematográfico por más de un motivo: a más de su extremadamente conmovedora interpretación como la envejecida "Rose Calvert" en el drama basado en la histórica tragedia acaecida en 1912, el filme rescató del virtual anonimato a quien fuera uno de los rostros más frescos y radiantes del cine de los años 30. Su espléndida actuación en la cinta le reportó una nominación al Óscar como Mejor Actriz de Reparto, batiendo así el récord de la persona con más edad en obtener dicho honor.
Al morir en 2010, la centenaria estrella rompe otro notable récord: el de ser el último eslabón con un maravilloso aunque breve período del universo fílmico: el terror clásico de principios de los '30, del que ella formó parte tras su intervención en tres de los mejores exponentes del género, bajo la dirección del renombrado James Whale: El caserón de las sombras (1932), Un beso ante el espejo (1933) y El hombre invisible (1933), esta última, la más prestigiosa y recordada entre todas ellas y que desde un principio hizo de ella una leyenda viviente entre los amantes del género, mucho antes de haber sido convocada para la taquillera Titanic, que terminó de consolidar su fama a nivel global.
Había nacido en una fecha significativa para su tierra natal, los EE.UU., un 4 de julio del año 1910, bajo el nombre de Gloria Stewart; posteriormente, una vez que su destino iba entrelazándose con el mundo del espectáculo, decidió deletrearlo "Stuart", ya que pensó que de este modo luciría mejor en las marquesinas.
Su llegada a este ámbito se dio de modo más bien casual, ya que, siendo estudiante de filosofía en la universidad, decidió tantear suerte como aficionada en el club de drama, lo que la condujo a un grupo de repertorio semiprofesional y le permitió ser vista por un cazatalentos de los estudios Universal, donde finalmente firmó contrato en 1932.
Al tiempo de recibir instrucción en lo que hace a interpretación, canto y danza, Gloria fue rápidamente puesta a trabajar en cintas de variada índole, aunque desde un principio estuvo claro para ella que los papeles que le eran ofrecidos no demandarían mucho de sus cualidades dramáticas. La frescura de su angelical belleza la hacía nada más apta para complementar el decorado, al menos ante los ojos de los ejecutivos de la época. Con excepción de las mencionadas cintas de horror que la harían famosa de manera casi instantánea, el resto de los ofrecimientos se componía de proyectos sin demasiadas posibilidades desde el punto de vista actoral.
Mayor suerte tendría la rubia estrella una vez que fue dada en préstamo a otros estudios como la Warner Brothers o la 20th Century Fox. En el primero, Gloria tomaría parte en la cinta que cerró una época: la del glorioso musical de principios de la década, donde la WB llevaría la delantera. Gold Diggers of 1935 (Vampiresas de 1935) constituye el punto culminante del paso del coreógrafo y director Busby Berkely por la WB, senda que se inició con una de las mejores películas musicales de todos los tiempos: 42nd Street (La calle 42, de 1933), que revitalizó el género en la gran pantalla. En esta ocasión, Gloria sustituiría a la contraparte femenina en estas películas, la deliciosa Ruby Keeler, quien junto con Dick Powell conformaban la pareja soñada del incipiente musical cinematográfico norteamericano.
Un hecho por demás curioso: en esta película Gloria personificaba a una versión primitiva de su rol en Titanic, ya que, si bien en tono de comedia ligera, su personaje era el de la hija de una viuda venida a menos que era forzada a contraer matrimonio con un acaudalado y desagradable sujeto por quien ella no sentía la menor simpatía. A diferencia del filme posterior, sin embargo, el final feliz se impondría y la romántica joven se quedaría con el verdadero dueño de su corazón que, aunque humilde al inicio, prontamente se toparía con el éxito gracias a su notable talento como cantante.
Al año siguiente, ya en la Fox, Gloria se vería enfrentada a un anhelado reto un tanto más intrincado y que requeriría de sus dotes para el drama. Bajo la dirección de John Ford, encarnaría a la sufrida esposa del médico que, sin saberlo, había brindado atención médica al asesino de Abraham Lincoln y, por tanto, condenado a cadena perpetua y trabajos forzados en la "isla Tiburón". La actuación de Gloria como soporte emocional de la familia y luchadora por reivindicar el buen nombre de su cónyuge es de un realismo y una intensidad emocional sobrecogedores y que terminan de poner en manifiesto su gran talento desperdiciado.
Lastimosamente, esta oportunidad poco le valió para obtener otras similares e inmediatamente tuvo que reincidir en roles livianos dentro del mismo estudio. De aquellos títulos, dos se destacan especialmente debido a su gran popularidad: Poor Little Rich Girl (1936) y Rebecca of the Sunnybrook Farm (1938), ambos protagonizados por la megaestrella infantil Shirley Temple y que le permitirían a Stuart darse a conocer ante un público más amplio. No obstante, la frustración que le acarrearía el no poder sumergirse en roles de mayor profundidad empezaba a hacer mella en su espíritu, por lo cual empezaba a plantearse tomar otros rumbos.
Sus apariciones en escena fueron haciéndose cada vez más esporádicas hasta que, en 1946, decidió abandonar la industria y dedicarse a la pintura, lo cual le llevó a recorrer varios países gracias a la aclamación que se apuntó mediante su talento para dicha forma de expresión artística.
Pero, como no podía ser de otra forma, su espíritu aún clamaba por las luces de candilejas y la agitación en los platós de cine, y tras décadas de consagración a las artes pictóricas y a su hogar, casi 30 años después de haberle dado la espalda a la actuación, Gloria Stuart volvía al mundo del cine en 1975. Afortunadamente, numerosos papeles de carácter le fueron ofrecidos entonces y, a lo largo de los años 70 y 80 se vio envuelta en varios filmes y telefilmes que le proporcionaron innumerables éxitos profesionales.
A mediados de la década de los 90, sin embargo, una nota triste se presentaría en su vida: su último compañero sentimental fallecía, dejándola sumida en la tristeza. No obstante, haciendo gala de una gran entereza, Gloria no dudó en aceptar la visita del director de reparto de James Cameron, quien andaba en busca de una actriz ya mayor pero todavía en posesión de sus facultades físicas y mentales. Gloria, si bien iba acercándose raudamente a los 90 años de vida, ciertamente cumplía con estos requisitos, y merecidamente obtuvo lo que ella consideraría el gran papel de su vida.
Su presencia en Titanic dejó una huella indeleble en el corazón de millones de cinéfilos alrededor del mundo. Su interpretación, muy al margen de caer en sensiblerías o recursos interpretativos gastados, es de una fortaleza a todas luces encomiable y le brindó el estrellato que injustamente le fue negado en su juventud.
Tristemente, al año siguiente le sería detectado un cáncer de pulmón, que, luego de cinco años, finalmente la llevaría de nuestro lado. Deja una hija, cuatro nietos, 12 bisnietos y un entrañable legado -entre cine y pintura- que abarca 72 años de labor y que merece ser redescubierto. Junto con ella, indudablemente muere una era.