Greta Garbo: la divina ermitaña

Cargando...

Pocas, poquísimas celebridades a lo largo de la historia del cine han logrado suscitar una atracción tan irresistible y tan siquiera comparable a la que despertó Greta Garbo durante su paso por la fábrica de sueños. Pocos han hecho tan poco, al margen de su trabajo, por mantener el interés del mundo y, sin embargo, aun así llegar a perpetuar su propia leyenda, nacida ya durante y enriquecida aún más tras su relativamente breve y no demasiado prolífica carrera, por las décadas venideras.


La comedia dramática Garbo habla (Garbo Talks, Sidney Lumet, 1984) retrata esta situación a cabalidad: la madre (Ann Bancroft), aquejada por una enfermedad terminal, pide al hijo (Ron Silver) cumplirle un último deseo: conocer en persona a la que había sido por décadas la estrella de sus sueños: la elusiva Greta Garbo.

Ante tamaño desafío, vemos cómo éste se las arregla para dar con el paradero de la estrella y, una vez que lo consigue, se ve envuelto en las más inusuales peripecias antes de tomar aire y atreverse a enfrentar al mito viviente cara a cara y relatarle el verdadero motivo de la pertinaz persecución. El mágico momento en que ello ocurre se nos presenta con tal verismo que casi podemos percibir los acelerados latidos de su corazón atravesando la pantalla.

 

A pesar de que a lo largo del filme jamás conseguimos ver de frente ni oír a "Garbo" ya que a la actriz que la encarna nos la presentan nada más que de espaldas, el gran saber hacer del director consigue que de todos modos nos emocionemos y recobremos el aliento una vez que el objetivo es finalmente cumplido y así, cuando menos en la ficción, un simple mortal logra aproximarse con éxito al ser más enigmático que haya engalanado alguna vez la gran pantalla. 

 

 

 

En la vida real, en la época en que fue filmada dicha cinta, más allá de lo meramente romántico, el desafío de encontrársela en la vía pública constituía un pasatiempo muchas veces rentable para los paparazzi en la Gran Manzana, dado que el mundo aún ansiaba saber qué había hecho el inmisericorde paso de los años al que muchos todavía consideran el rostro más sublime que haya emergido del séptimo arte.
 

Es así que, durante los años 70 y 80, constituía una suerte de deporte para los curiosos –con o sin ánimos de lucro- mantenerse a la pesca de un posible encuentro con la anciana estrella que luchaba por permanecer en el anonimato. Según dicen, todo neoyorquino que hoy supere la barrera de los 40 tiene una historia que contar acerca de "el día que vi a Greta Garbo caminando en la calle…".

 

 

En contraste a cuan corriente puede ser hoy día ver a una estrella de cine en situaciones rutinarias, en el caso de la Garbo ello llegó a ser casi comparable a encontrarse con un unicornio u otro ser sobrenatural, y terminó por convertirse en un recurrente mito urbano, por lo que cada tanto revistas de aquellos años publicaban con celeridad y fruición las fotos más recientes de la otrora diva del cine.

Esa insistente intromisión a la privacidad puede parecernos, por decir lo menos, grosera e impertinente en primera instancia, pero, al final del día, por qué negarlo, ciertamente la curiosidad a veces incluso malsana puede más, y gracias a los avances tecnológicos plasmados en la difusión a nivel global de todo tipo de vídeos en la red o a través del formato DVD, incluso quienes en aquel tiempo éramos demasiado jóvenes como para comprender la
magnitud de lo que ello significaba, hoy todos podemos ser testigos del modo en que lucía hacia el final de su existencia la que en su momento fue mundialmente conocida como La Divina.

 

Una más entre la multitud

 



A despecho de las habladurías de entonces que afirmaban que vagaba andrajosa, errante, senil, en aquellas imágenes logradas de forma clandestina desde principios de los 70 hasta mediados de los 80 vemos simplemente a una anciana delgada, aparentemente lúcida, de porte todavía aristocrático, canosa, vistiendo generalmente una gorra de lana, pantalones, un abrigo sencillo y enormes lentes que le cubrían medio rostro, caminando raudamente como un transeúnte más en medio de una urbe muy ajetreada como para reconocerla, ignorando los demás que tenían delante suyo a alguien cuyo nombre quedó marcado a fuego como uno de los más grandes entre los grandes que fueron nombrados alguna vez en la historia del cine.

Sus poquísimos allegados de aquellos años cuentan que disfrutaba mucho de esas largas caminatas en la vía pública, así como de entrar a hurgar tanto en costosas tiendas de antigüedades como en las de segunda mano, donde sigilosamente observaba todo cuanto se disponía a su alrededor. Según cuentan, rara vez compraba algo, y sin embargo inspeccionaba cuidadosamente cualquier objeto que le atrajese en particular… Hasta que el hechizo se rompía instantáneamente al momento en que el propio dependiente o algún otro cliente la reconociera e, incapaz de ocultar su curiosidad, se acercara a pedirle un autógrafo. Entonces se veía forzada a emprender la huida una vez más.

 

La vida comienza a los 36

 


La versión ampliamente difundida que pretende justificar su temprano retiro profesional, a los 36 años de edad, ha atribuido este comportamiento a un narcisismo extremo, desmedido. Pero, en años recientes, algunos biógrafos más dedicados tuvieron a bien entrevistar más a fondo a las escasísimas personas en las cuales la actriz depositó alguna vez su confianza, y llegaron así a la conclusión de que, muy por el contrario, era un sentido de humildad el que la guió a través de su existencia: la actriz encontraba sencillamente inexplicable el porqué una estrella de cine podía atraer la atención de semejante modo, al grado de hacer perder a alguna gente su compostura, y ello le resultaba incómodo en demasía y la mayor parte del tiempo, según dicen, no sabía cómo manejar la situación.

 

La mujer detrás del mito

 


Muchas veces se ha exagerado un tanto respecto de su temperamento huraño y antisocial, lo que no condice del todo con la realidad, según expresan quienes formaron parte de su círculo más íntimo. Simplemente, ocurría que su deseo de privacidad se ajustaba dentro de lo normal, como el de cualquiera de nosotros, y encontraba desconcertante y exasperante que la prensa quisiera husmear entre sus secretos más íntimos y hacerlos públicos ante el resto del mundo por el solo hecho de que ella fuera famosa.

 

Su desprecio hacia la prensa era legendario y no del todo infundado, puesto que el acoso del que la hicieron objeto por más de cinco décadas, hasta el final de sus días, por graficarlo de algún modo a las generaciones más recientes, es tan sólo comparable al que pocos años después comenzara a sufrir, con funesto desenlace, Lady Di.     

Dicen que su sentido del humor era excelente y que se destacaba -una vez en confianza- como gran imitadora de voces y acentos, capaz de reproducir con prestancia las respectivas formas de hablar características de la mayoría de las estrellas de la era dorada. Ella misma, a su vez, fue parodiada y caricaturizada hasta el hartazgo en decenas de cortos animados de la época e incluso en interludios cómicos en varias películas. Es que toda ella era material más que apto para el caricato, desde su poco convencional fisonomía hasta sus ademanes exquisitos y en ocasiones histriónicamente puestos de manifiesto, no exentos de cierta afectación pero dotados de indiscutible encanto, incluyendo el modo en que hablaba.

 

Su voz era decididamente romántica, profunda y gutural, y transmitía de manera excepcional diversas gamas de emociones. Pero su mejor faceta se manifestaba a la hora de exteriorizar un sentimiento que experimentaba con frecuencia y, por tanto, conocía en detalle: el dolor.

 

Los primeros años de vida

 

Greta Garbo llegó al mundo un 18 de septiembre de 1905, en Estocolmo, Suecia, bajo el nombre de Greta Lovisa Gustaffson. Habida cuenta de su actitud distante y modales impecables, aun hoy es de común creencia que provenía de un hogar acaudalado, lo cual no se ajusta a la verdad.

 

Su familia pertenecía a la clase trabajadora y había emigrado desde una zona rural hasta un suburbio más bien humilde de Estocolmo. Su padre era jornalero y su madre ama de casa, mas luego se vio obligada a trabajar en una fábrica tras el prematuro fallecimiento de su esposo cuando Greta tenía apenas 14 años. 

Greta y papá

 

Desde muy temprano, cayó en cuenta de su gran pasión por el teatro y el cine, y entre sus más caros recuerdos de la infancia atesoraba el haber asistido a varias funciones teatrales junto con su padre, quien, pese a ser un hombre sencillo y sin muchos estudios, sentía tal afecto por Greta que no dudaba en hacer todo cuanto estuviera a su alcance por verla feliz.

 

Asimismo, deseando siempre lo mejor para la pequeña, él fue el responsable de introducirla al mundo de los libros, por lo cual su hija le estaría eternamente agradecida.

Empezando desde abajo

 

 

Ya en sus años de pubertad, tras el deceso de su progenitor, tuvo que salir a ganarse la vida para colaborar con el sustento del hogar. Su primer empleo sería como ayudante en una barbería y luego como dependienta en unos importantes almacenes, donde pronto llamó la atención de sus empleadores debido a su ya por entonces exquisita apariencia.

 

Fue así que le fue ofrecido aparecer en unos cortos publicitarios para cine, promocionando vestuario comercializado en la tienda, lo que constituiría su peculiar ingreso a la gran pantalla.

 

Tras otros trabajos menores de similar índole, pronto se hizo con una beca para estudiar en el Instituto de Arte Dramático de Estocolmo, donde llamó la atención del director Mauritz Stiller, uno de los más renombrados de la industria cinematográfica sueca.

Tras someterla a un estricto régimen dietario, dado que la algo gruesa imagen de la actriz entonces distaba mucho de la espigada y esbelta figura que se conocería poco más tarde, Stiller la puso a protagonizar The Costa Berling's Saga (1924), una de las más destacadas producciones de aquel año. Fue entonces que se hizo evidente cuánto la amaba la cámara, y principalmente la capacidad instintiva de Garbo para conectarse con el espectador y transmitir los más genuinos sentimientos.

Louis B. Mayer, cabeza por entonces de los estudios MGM en EE.UU., estaba de viaje por Europa y tuvo oportunidad de ver la película. Es quedarse corto afirmar que éste quedó totalmente cautivado por la ninfa de aura misteriosa que veía en pantalla, y decidió así llevarse consigo a ambos -actriz y director- a su país bajo contrato con el estudio a su cargo.

Desafortunadamente, las relaciones del mentor de la actriz con el estudio fueron tirantes desde un principio, lo que ocasionó su rápido alejamiento del mismo e incluso de la nación del norte, regresando raudamente a Suecia. Garbo, en cambio, fue puesta a trabajar incansablemente, y el público muy pronto reparó en la novata actriz de rostro extremadamente fotogénico y luminoso, quien pasó así de secundar a otras estrellas de la época a encabezar sus propios vehículos cinematográficos.

Hollywood: el bulevar de los sueños cumplidos

 

 

El cine mudo estaba en su apogeo y asistir a una función era un acontecimiento familiar esperado por semanas. Tras el debut en Hollywood, a la recién llegada prontamente le fue cedido el sitial que le correspondía.

 

Hay que reconocer que la mayoría de las películas mudas de Garbo guardan cierta similitud entre sí; no obstante, a su muy especial modo, están impregnadas de un encanto muy propio de la época que involucraba un cierto surrealismo a la hora de presentar la totalidad de las situaciones. Paisajes idílicos, maravillosamente irreales, enmarcaban la impactante belleza de su rostro, sin eclipsarlo en lo absoluto, destacándolo aún más.

 

Definiendo la personalidad estelar

 

 

En mayor parte, Garbo interpretaba a mujeres fatales, que, cuya superficie, una vez ligeramente raspadas, se develaban soñadoras, románticas que estaban dispuestas a abandonarlo todo por amor, casi siempre con finales trágicos.
 

La estrella aún en ciernes ya era capaz de atravesar por toda esa gama de emociones íntimas y muchas veces contradictorias y entregar al público una acabada muestra de todo cuanto alberga el corazón femenino.
 

Así, muy pronto su nombre se ubicó entre los más populares en las carteleras y su estrellato se consolidó casi de la noche a la mañana. Cada una de sus apariciones en pantalla era aclamada y celebrada, por lo que sólo cabe imaginar el tamaño de la expectación una vez que su traspaso al cine sonoro debiera indefectiblemente tener lugar.

 

Tras protagonizar la que sería la última producción muda de la MGM, El beso (The Kiss, 1929), urgía encontrar un proyecto que se adecuase a las características y posibilidades de la actriz.

 

(Fin de la primera parte).

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...