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La madurez humana se manifiesta, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas y en el modo recto de juzgar los acontecimientos y los hombres.(La educación de las virtudes humanas. David Isaacs. 2000).
Para decidir qué virtudes deberían considerarse prioritarias en cada momento, hace falta tener en cuenta factores como:
1)Los rasgos estructurales de la edad en cuestión;
2)La naturaleza de cada virtud;
3)Las características y posibilidades reales del joven que estamos educando,;
4)Las características y necesidades de la familia y de la sociedad en que vive el joven;
5)Las preferencias y capacidades personales de los padres.
Virtudes, edades y motivos. Un esquema de virtudes a educar de un modo preferente, basado en cualquier teoría, antes que usarse como base rígida para condicionar la actuación de los padres, puede servir como una base flexible, en torno a la cual los padres pueden reflexionar para luego concretar su actuación en su situación particular.
Compartiremos un esquema tentativo de distribución del fomento de las virtudes, según los dos primeros factores señalados. Con relación a los demás factores, cada familia debería encontrar un equilibrio entre lo que se debería hacer (de acuerdo con las necesidades de los hijos, de la familia y de la sociedad en que viven los hijos) y lo que se quiere y puede hacer (por preferencias y por capacidades personales de los padres, y por las características y posibilidades reales de los hijos). En todo caso, los padres no deben pensar en un modelo de comportamiento preestablecido al cual los hijos aspiren, sino más bien identificar los criterios fundamentales que quieren compartir con los hijos.
El desarrollo de las virtudes en una familia no supone un mismo comportamiento, sino más bien una unidad de propósito. La clave es tratar de hacer coincidir los gustos personales con las necesidades y con los gustos de los demás, precisamente al compartir unos criterios fundamentales, como podrían ser la alegría que proporcione el desarrollo de la virtud en el seno de la familia, y la necesidad de apoyo entre todos los miembros de la familia para fortalecer estas virtudes.
No obstante, existen dos virtudes esenciales a desarrollar: la prudencia y la fortaleza, sin las cuales no es posible virtud alguna. Si no existe la prudencia, la virtud puede transformarse en fin (ejemplo: en lugar de ordenado volverse maniático del orden; en lugar de ser sincero alcanzar el desenfreno verbal), porque siempre hay dos vicios en contra de una virtud -uno abiertamente contrario y el otro que tiene apariencias de la misma virtud- Ejemplos: orden, exceso de orden y desorden; laboriosidad, trabajo sin límites y pereza. Por su parte, la fortaleza, en su doble vertiente de acometer y resistir, permite mediante la voluntad y el esfuerzo necesario para adquirir el hábito.
Compatriotas: Es momento de asumir con plena responsabilidad el papel irrenunciable que tiene la familia en el desarrollo intencional de las virtudes humanas. Lo ideal -pero no real- sería que los niños llegasen a los centros educativos con las virtudes plenamente desarrolladas. Como la realidad no es así, y conforme a sus posibilidades, la escuela apenas puede complementar el trabajo de los padres en esta labor de educación y fortalecimiento de las virtudes humanas. Es hora de superar la antigua discusión si corresponde a la familia o la escuela la formación de una personalidad plena de los niños y jóvenes, al reconocer que la acción de los padres en este tema es y será siempre fundamental.
Pero si pretendemos que las generaciones jóvenes hagan operativas las virtudes humanas, los padres deben estar plenamente convencidos de su necesidad e importancia. Recordemos que los niños y jóvenes se mueven y reaccionan según los estímulos que reciben. ¿Qué estímulos proveemos a los niños y jóvenes en nuestros hogares? Ojalá que la calidad y calidez del trato y afecto, el estilo de vida y las conductas cotidianas dentro de cada hogar estén cargadas de estímulos apropiados para el desarrollo de las virtudes humanas fundamentales.
¡¡Adelante, juntos podemos!!
Para decidir qué virtudes deberían considerarse prioritarias en cada momento, hace falta tener en cuenta factores como:
1)Los rasgos estructurales de la edad en cuestión;
2)La naturaleza de cada virtud;
3)Las características y posibilidades reales del joven que estamos educando,;
4)Las características y necesidades de la familia y de la sociedad en que vive el joven;
5)Las preferencias y capacidades personales de los padres.
Virtudes, edades y motivos. Un esquema de virtudes a educar de un modo preferente, basado en cualquier teoría, antes que usarse como base rígida para condicionar la actuación de los padres, puede servir como una base flexible, en torno a la cual los padres pueden reflexionar para luego concretar su actuación en su situación particular.
Compartiremos un esquema tentativo de distribución del fomento de las virtudes, según los dos primeros factores señalados. Con relación a los demás factores, cada familia debería encontrar un equilibrio entre lo que se debería hacer (de acuerdo con las necesidades de los hijos, de la familia y de la sociedad en que viven los hijos) y lo que se quiere y puede hacer (por preferencias y por capacidades personales de los padres, y por las características y posibilidades reales de los hijos). En todo caso, los padres no deben pensar en un modelo de comportamiento preestablecido al cual los hijos aspiren, sino más bien identificar los criterios fundamentales que quieren compartir con los hijos.
El desarrollo de las virtudes en una familia no supone un mismo comportamiento, sino más bien una unidad de propósito. La clave es tratar de hacer coincidir los gustos personales con las necesidades y con los gustos de los demás, precisamente al compartir unos criterios fundamentales, como podrían ser la alegría que proporcione el desarrollo de la virtud en el seno de la familia, y la necesidad de apoyo entre todos los miembros de la familia para fortalecer estas virtudes.
No obstante, existen dos virtudes esenciales a desarrollar: la prudencia y la fortaleza, sin las cuales no es posible virtud alguna. Si no existe la prudencia, la virtud puede transformarse en fin (ejemplo: en lugar de ordenado volverse maniático del orden; en lugar de ser sincero alcanzar el desenfreno verbal), porque siempre hay dos vicios en contra de una virtud -uno abiertamente contrario y el otro que tiene apariencias de la misma virtud- Ejemplos: orden, exceso de orden y desorden; laboriosidad, trabajo sin límites y pereza. Por su parte, la fortaleza, en su doble vertiente de acometer y resistir, permite mediante la voluntad y el esfuerzo necesario para adquirir el hábito.
Compatriotas: Es momento de asumir con plena responsabilidad el papel irrenunciable que tiene la familia en el desarrollo intencional de las virtudes humanas. Lo ideal -pero no real- sería que los niños llegasen a los centros educativos con las virtudes plenamente desarrolladas. Como la realidad no es así, y conforme a sus posibilidades, la escuela apenas puede complementar el trabajo de los padres en esta labor de educación y fortalecimiento de las virtudes humanas. Es hora de superar la antigua discusión si corresponde a la familia o la escuela la formación de una personalidad plena de los niños y jóvenes, al reconocer que la acción de los padres en este tema es y será siempre fundamental.
Pero si pretendemos que las generaciones jóvenes hagan operativas las virtudes humanas, los padres deben estar plenamente convencidos de su necesidad e importancia. Recordemos que los niños y jóvenes se mueven y reaccionan según los estímulos que reciben. ¿Qué estímulos proveemos a los niños y jóvenes en nuestros hogares? Ojalá que la calidad y calidez del trato y afecto, el estilo de vida y las conductas cotidianas dentro de cada hogar estén cargadas de estímulos apropiados para el desarrollo de las virtudes humanas fundamentales.
¡¡Adelante, juntos podemos!!