Familia y educación de la virtud de la prudencia

Entendemos que una persona obra con prudencia cuando “En su trabajo y en las relaciones con los demás, recoge una información que enjuicia de acuerdo con criterios rectos y verdaderos, pondera las consecuencias favorables y desfavorables para él y para los demás antes de tomar una decisión, y luego actúa o deja de actuar, de acuerdo con lo decidido”.

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Con gran razón a la prudencia se la considera madre de las virtudes y conductora de todos los hábitos buenos. Exponemos a continuación algunas referencias, basadas en la consulta a La educación de las virtudes humanas (David Isaacs. 2000), para el desarrollo de esta virtud, que exige considerar:

Conocer la realidad

Requiere en primer lugar querer conocerla y reconocer que no se está en posesión de toda la verdad. La persona debe reconocer sus limitaciones e intentar apreciar de manera objetiva los datos que posee. Esto exige desarrollar una serie de capacidades, como la observación, el poder distinguir entre hechos y opiniones, el distinguir entre lo importante y lo secundario, capacidad de buscar información, capacidad de seleccionar fuentes, reconocer los propios prejuicios, capacidad de analizar críticamente la información recibida y de comprobar cualquier aspecto dudoso; poder relacionar causa y efecto; reconocer qué información es necesaria en cada caso, y la capacidad de recordar, entre otros. La clave es buscar información lo más objetiva, completa y adecuada posible, en base a una visión amplia de la realidad.

Observar para evaluar

Se puede desarrollar la capacidad de observación al ejercitar la atención en centros de interés que ayuden a identificar y ser más sensibles ante nuevos aspectos de la vida; además mediante el desarrollo del hábito de la lectura, que sirve de un modo especial para aprender los criterios adecuados en el momento de enjuiciar. Y, finalmente, desarrollar la capacidad de la escucha activa, para discernir entre la fiabilidad de la persona que ha informado, para lo cual debe escuchar con atención e intentar retener lo importante.

Saber enjuiciar

La capacidad de enjuiciar requiere del juicio crítico para discernir sobre los dos elementos que lo componen: el establecimiento de los criterios adecuados y la apreciación de la situación de acuerdo con esos criterios. Padres y maestros deben ir compartiendo criterios con los hijos y alumnos para que sepan qué criterio usar en cada momento, para enjuiciar según las reglas de juego establecidas, de acuerdo con las leyes comunes y ordinarias y según los principios más elevados. Algunos de estos criterios a compartir, desde la niñez hasta la adultez, podrían ser por ejemplo: Criterios para el comportamiento en casa: relación entre trabajo, tiempo libre, ayuda a otros, etc.

Criterios para enjuiciar actos de los demás: la injusticia de un compañero, quién tiene razón en una discusión, etc.

Criterios para enjuiciar la conveniencia de un acto: leer un libro, ver una película, etc.

Criterios para enjuiciar problemas: ya sean personales o sociales.

Criterios para calificar una actuación: como justa, sincera, respetuosa, etc., y con prudencia.

Decidir

La virtud de la prudencia es cognoscitiva e imperativa. Aprehende la realidad para luego, a su vez, ordenar el querer y el obrar. Prudencia implica pues, finalmente, poner en marcha actos para realizar el bien. No basta con enjuiciar, pues debe haber una decisión consecuente. Y esto exige obrar con sagacidad y en base a la razón, para evitar la “falsa prudencia” (que está al servicio del egoísmo para alcanzar fines torcidos) y la “imprudencia” (que incluye la precipitación, la inconsideración y la inconstancia, y muy relacionada con la falta de dominio de las pasiones). Es prudente quien no obra con alocada precipitación o con absurda temeridad, pero asume el riesgo de sus decisiones, y no renuncia a conseguir el bien por el miedo a no acertar.

Compatriotas: Como personas necesitamos una conciencia clara de los distintos criterios que empleamos para enjuiciar la realidad. La prudencia como virtud recobra su sentido pleno cuando la persona reconoce la razón de ser de su propia vida. Como personas, en nuestro rol de padres y maestros, es preciso reconocer la razón de ser de nuestras vidas, para luego exigir prudencia a los demás, conforme a nuestro testimonio coherente de vida. ¡Adelante, juntos podemos!
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