En El Cairo islámico, una muchedumbre de mujeres, hombres y niños permanece durante todo el día en las proximidades de la mezquita de Sayida Zeinab, donde la tradición popular sostiene que reposan los restos de la nieta del profeta Mahoma, fundador del islam.
Conocido como "muled" (nacimiento), el de Sayida Zeinab es uno de los actos más multitudinarios que se celebran en Egipto, que también rinde homenaje a otros "santos patrones" en una tradición de origen chií en un país mayoritariamente suní.
Establecidos en el siglo XII por la dinastía fatimí, que gobernaba el país, los "maualed" son romerías que desafían la ortodoxia religiosa y llenan las calles de algarabía, sonido y luz hasta bien entrada la madrugada.
El momento más esperado es la última noche, una cita ineludible para decenas de miles de fieles que el pasado año fue cancelada por las autoridades locales por temor a una posible propagación de la gripe AH1N1.
Ya sin miedo al contagio, Mohamed Abdelgani acaba de llegar a El Cairo desde la localidad de Al Minya, 250 kilómetros al sur de la capital, para participar en los festejos junto a toda su familia.
"La principal petición a Sayida Zainab es que ayude a todo Egipto", explica a Efe este hombre vestido con una galabiya (túnica) de color gris y un turbante, y rodeado por sus hijos.
Como él, otras miles de personas procedentes especialmente de ciudades del sur de Egipto han recorrido cientos de kilómetros durante los últimos días para asistir al "muled" y se han establecido en las cercanías de la mezquita, donde rezan, duermen y celebran animadas y largas conversaciones.
Sayida Zeinab, hija de Fátima, a su vez hija de Mahoma, y del imán Alí, fue capturada por el ejército del califa omeya Al Yazid tras la muerte, en el año 680, en Kerbala (Irak), de su hermano Husein, tercero de los doce imanes chiíes.
Su fallecimiento marcó la derrota del chiísmo, que defendía el califato hereditario por la línea de Mahoma, frente al sunismo, partidario de un califa que destacara por sus dotes y no por su origen.
La veneración de Sayida Zeinab, cuyos restos también dice albergar una mezquita chií del mismo nombre en Damasco, es apasionada y mezcla el luto, el canto y el llanto.
Durante todo el día, y a lo largo de una semana, la mezquita recibe a cientos de fieles que rezan en su interior o buscan en sus aledaños refugio al tórrido verano, ante la mirada atenta de algunos turistas y decenas de agentes de policía.
Para llenar las horas de espera, los fieles tienen a su alcance las carpas desplegadas por las cofradías sufíes llegadas de todos los puntos del país y tenderetes con textos y estampas religiosas.
El tumulto crece cuando alguien entre el gentío ofrece bolsas llenas de pan y arroz para alimentar a los hambrientos y decenas de vasos con agua fresca, situados en los accesos al templo, aplacan la sed de la multitud.
Cuando cae la noche, la mezquita con minarete y cúpula de estilo mameluco, luce engalanada por luces y serpentinas y los creyentes inician el "dikr", un baile acompañado por música y rezos durante el que algunos musulmanes, dando vueltas sobre sí mismos, entran en trance en la búsqueda de Alá.
Y, así, entre el jolgorio religioso y niños con coloridos gorros de cartón, los egipcios olvidan durante unas horas el rigor de la realidad cotidiana.
Conocido como "muled" (nacimiento), el de Sayida Zeinab es uno de los actos más multitudinarios que se celebran en Egipto, que también rinde homenaje a otros "santos patrones" en una tradición de origen chií en un país mayoritariamente suní.
Establecidos en el siglo XII por la dinastía fatimí, que gobernaba el país, los "maualed" son romerías que desafían la ortodoxia religiosa y llenan las calles de algarabía, sonido y luz hasta bien entrada la madrugada.
El momento más esperado es la última noche, una cita ineludible para decenas de miles de fieles que el pasado año fue cancelada por las autoridades locales por temor a una posible propagación de la gripe AH1N1.
Ya sin miedo al contagio, Mohamed Abdelgani acaba de llegar a El Cairo desde la localidad de Al Minya, 250 kilómetros al sur de la capital, para participar en los festejos junto a toda su familia.
"La principal petición a Sayida Zainab es que ayude a todo Egipto", explica a Efe este hombre vestido con una galabiya (túnica) de color gris y un turbante, y rodeado por sus hijos.
Como él, otras miles de personas procedentes especialmente de ciudades del sur de Egipto han recorrido cientos de kilómetros durante los últimos días para asistir al "muled" y se han establecido en las cercanías de la mezquita, donde rezan, duermen y celebran animadas y largas conversaciones.
Sayida Zeinab, hija de Fátima, a su vez hija de Mahoma, y del imán Alí, fue capturada por el ejército del califa omeya Al Yazid tras la muerte, en el año 680, en Kerbala (Irak), de su hermano Husein, tercero de los doce imanes chiíes.
Su fallecimiento marcó la derrota del chiísmo, que defendía el califato hereditario por la línea de Mahoma, frente al sunismo, partidario de un califa que destacara por sus dotes y no por su origen.
La veneración de Sayida Zeinab, cuyos restos también dice albergar una mezquita chií del mismo nombre en Damasco, es apasionada y mezcla el luto, el canto y el llanto.
Durante todo el día, y a lo largo de una semana, la mezquita recibe a cientos de fieles que rezan en su interior o buscan en sus aledaños refugio al tórrido verano, ante la mirada atenta de algunos turistas y decenas de agentes de policía.
Para llenar las horas de espera, los fieles tienen a su alcance las carpas desplegadas por las cofradías sufíes llegadas de todos los puntos del país y tenderetes con textos y estampas religiosas.
El tumulto crece cuando alguien entre el gentío ofrece bolsas llenas de pan y arroz para alimentar a los hambrientos y decenas de vasos con agua fresca, situados en los accesos al templo, aplacan la sed de la multitud.
Cuando cae la noche, la mezquita con minarete y cúpula de estilo mameluco, luce engalanada por luces y serpentinas y los creyentes inician el "dikr", un baile acompañado por música y rezos durante el que algunos musulmanes, dando vueltas sobre sí mismos, entran en trance en la búsqueda de Alá.
Y, así, entre el jolgorio religioso y niños con coloridos gorros de cartón, los egipcios olvidan durante unas horas el rigor de la realidad cotidiana.